LA EUCARISTÍA, LA ORACIÓN MÁS IMPORTANTE DE LA IGLESIA
Queridos jóvenes, hermanas y hermanos en Cristo:
Es motivo de inmensa alegría recibirles hoy en nuestra Catedral Metropolitana Nuestra Señora de la Asunción. Están llegando después de peregrinar, de caminar, cansados, pero felices porque aquí recibirán el “Pan bajado del cielo” en la Eucaristía, que es la acción y oración más importante de la Iglesia.
Por medio de la Eucaristía, en este templo, que es un Comedor Divino, el Señor nos alimentará de su cuerpo y sangre, alrededor de la única mesa como hijos e hijas de María Santísima, nuestra mamá, nos fortalecemos mutuamente, en nuestras fuerzas físicas y espirituales
Ese alimento divino que restauró las fuerzas de Elías para realizar la travesía por el desierto hasta llegar al monte de Dios recuerda el alimento eucarístico que nos da a nosotros fuerza para realizar el viaje hacia la eternidad, viaje que ya hemos comenzado y que realizaremos a lo largo de nuestra vida terrenal. ¡Levántate, come, porque todavía te falta mucho por caminar!. No nos cansemos de anhelar, ayudarnos y juntos hacia el Monte de Dios
Ustedes, queridos jóvenes, unidos a Cristo en la Eucaristía, están llamados a ser artesanos, constructores de la civilización del amor. (Cfr. San Pablo a los efesios 4,30) Eviten la amargura, las peleas, los griteríos, los insultos, los bullying, las murmuraciones, las difamaciones, los chismes. Ésta es la civilización del diablo, del desamor, que quiere envenenarnos con la indiferencia, la discordia y el odio. Antes bien nos dice el Apóstol, sean mutuamente amables, compasivos, perdónense unos a otros como Cristo nos perdonó. La civilización del amor es la civilización de Jesús, del buen trato, civilización del respeto a la santa dignidad de cada persona.
La experiencia de caminar juntos, hacia Jesús, con Jesús nos pone felices. El Beato Carlo Acutis escribió: “La tristeza es dirigir la mirada hacia uno mismo, la felicidad es dirigir la mirada hacia Dios. La conversión no es otra cosa que desviar la mirada desde abajo hacia arriba. Basta un simple movimiento de ojos”. ¿Queremos ser felices?Con la mirada siempre dirigida hacia Dios. Y si nos miramos al espejo, en todo caso, miremos a Dios que nos a creado, y le agradecemos porque él nos quiere, nos ama, te quiere para resplandecer el amor y reflejar en los demás.
Carlo Acutis decía: “De qué sirve ganar 1.000 batallas si no puedes vencer tus propias pasiones. La verdadera batalla tiene lugar dentro de nosotros mismos.”
La mamá de Carlo contaba que el “tenía muchas chicas que estaban enamoradas de él: era un joven churro, rico y con éxito. No le hubiese sido difícil tener muchas novias si hubiese querido”. Pero era consciente de la “gran dignidad de cada ser humano y de que cada persona refleja la luz de Dios”. Estaba verdaderamente convencido de que “el cuerpo es templo del Espíritu Santo” y que la sexualidad era algo muy especial y que tenía que ser para el propósito que Dios la había creado”. Carlo se alimentaba de la Eucaristía, y su gran amor a Jesús en los demás a veces a escondidas, ayudaba a muchas personas, pobres, migrantes y personas sin techo viviendo en las calles, con quienes compartía su comida. ¡En el funeral (murió a los 15 años), había muchísimas personas totalmente indigentes que estaban allí para agradecer por su vida!
El Paraguay produce alimento para que podamos comer todos y más todavía, pero cientos de miles de los habitantes de nuestra patria pasan hambre y en las calles, en nuestras calles. ¡Es un escándalo! ¡Esto es un pecado social, estructural que grita y que clama al cielo! No puede haber entre nosotros familias, hablamos de los núcleos familiares indigentes que pasen hambre. La empatía social con los necesitados debe llevarnos a construir la civilización del amor, la civilización de la solidaridad. Compartir, es el reto y compromiso social, siendo solidarios como Carlos y tantos cristianos con aquellos debilitados y desnutridos por la falta del pan.
Nuestra Madre, la Santísima Virgen María nos enseña: “Hagan todo lo que Él les diga”. Y lo que Él nos dice es que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado. Fortalecidos por la comunión eucarística, les invitamos a ser los constructores de la civilización del amor en todos los ambientes en que les toca actuar. En la Iglesia y como Iglesia, sean instrumentos del Reino de Dios y fermento de una nueva sociedad.
Asunción, 11 de agosto de 2024, + Adalberto Card. Martínez Flores–Arzobispo Metropolitano de Asunción
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