LA FAMILIA, ESCUELA DE FE Y CUNA DE LAS VOCACIONES

Hermanas y hermanos en Cristo:

La liturgia de la Palabra, en la primera lectura nos habla de Ana, la madre de Samuel quien, en gratitud al Señor por haberle regalado un hijo como fruto de su oración, consagra y entrega a este hijo deseado y amado para el servicio de Dios de por vida. En tanto que, el Apóstol, en la segunda lectura, enseña sobre el sacrificio eucarístico con la consagración del pan y del vino, convertidos en el Cuerpo y en la Sangre del Señor y, finalmente, el Evangelio, nos presenta a Jesús, hijo de María Santísima, en el templo, que es la casa de su Padre, el lugar donde, además de alabar y ofrecer sacrificios a Dios, se instruye para el cumplimiento fiel de la Voluntad del Padre.

Estos son temas centrales referidos a la vocación y al ministerio sacerdotal y que iluminan nuestro tradicional encuentro de cada mes de octubre: la familia, especialmente la madre, la consagración del pan y el vino, y que se convierten en el cuerpo y en la sangre del Cristo que se entrega por nosotros y el templo como casa del Padre, lugar desde el que se enseña y se aprende a cumplir la Voluntad de Dios.

Hoy es un día de júbilo y de fiesta para la Iglesia y para los obispos del Paraguay y, por supuesto, para la comunidad del Seminario Mayor Nacional: Directivos, formadores, espirituales, seminaristas y sus familias.

Cómo no alegrarse y dar gracias a Dios con esta celebración eucarística porque varios hermanos, que iniciaron el itinerario formativo para el ministerio sacerdotal, están llegando a una etapa importante de su camino vocacional y que ha significado años de estudio, disciplina, dedicación, sacrificio y, sobre todo, de perseverancia en esta vocación que, en general, ha nacido en el seno de familias cristianas.

Llegar a este día, para los seminaristas que serán admitidos a las órdenes menores, tuvo en el acompañamiento de sus familias el apoyo fundamental para perseverar en la llamada a la vocación sacerdotal.

La vocación al sacerdocio nace y crece en el seno de una familia cristiana. La piedad con Dios es la primera manifestación de este culto que los esposos dan con su propia vida y que promueven entre sus hijos. La piedad encuentra un impulso concreto en la misa dominical y en la oración diaria, en el diálogo personal con Dios, al que se reservan algunos tiempos, y en el que se van introduciendo también a los niños. En torno a ese núcleo crecen las devociones y costumbres familiares y nacen las vocaciones.

La educación en la fe encuentra en la familia un protagonista principal, con la ayuda de la parroquia, con sus comunidades, capillas, la escuelas, de los grupos y movimientos eclesiales. De esa educación en la fe de los padres, en un hogar donde hay diálogo, respeto, cuidado mutuo, la práctica de la caridad con el prójimo, compromiso con la comunidad, depende la calidad de la persona humana que luego se refleja en un estilo de vida de los hijos, cualquiera sea la vocación a la que son llamados.

Para saber educar en armonía, es necesario saber emplear instrumentos y registros diversos como los que componen una sinfonía: la antropología cristiana que conduce a vivir y educar en la Iglesia como familia de Dios, el camino educativo de la belleza, la catequesis bíblica, la lectura orante de la Palabra, la educación litúrgica y sacramental, la vida moral como respuesta al amor de Dios y que se refleja en el amor al prójimo; la Doctrina social de la Iglesia sobre la base de la sensibilidad social recibida por los hijos a través de lo que ven en su familia; la empatía con los más vulnerables y necesitados. La oración que nos acerca a Dios y nos saca de nosotros mismos; el afán apostólico, evangelizador o misionero; la santidad también en la vida ordinaria.

Por eso es importante celebrar este día de la familia, que es una tradición ya arraigada y muy querida por todos nosotros en que podemos ver que el fruto de nuestras oraciones y de nuestros esfuerzos, de cada familia, de cada diócesis, está madurando para entregar a la Iglesia nuevos ministros ordenados.

Es una buena oportunidad para agradecer a las familias de nuestros seminaristas y alentarles que sigan rezando por sus hijos y apoyándoles para que perseveren y lleguen a ser buenos sacerdotes. La Iglesia los necesita.

Gratitud también a los miembros del Equipo Directivo del Seminario: al Rector, Vicerrector, formadores, directores espirituales, por su generosidad y entrega en esta delicada e importante misión que la Iglesia les encomienda.

A mis hermanos obispos, nuestro reconocimiento por el incondicional apoyo al Seminario y por el esfuerzo de sus diócesis para sostener esta obra de la Iglesia para la formación de los futuros sacerdotes diocesanos.

Con el esfuerzo y el compromiso de todos hacemos posible que la Iglesia en Paraguay pueda cumplir su misión evangelizadora, donde la figura del sacerdote es fundamental.

La delicada situación social, política, cultural y ambiental que vive nuestro país requiere una Iglesia profética y comprometida con la suerte de su pueblo; requiere que sus pastores, obispos y sacerdotes, encarnemos en nuestro modo de ser Iglesia la eclesiología del Concilio Vaticano II e impulsada por el Papa Francisco; una Iglesia que escucha, que está permanentemente en salida misionera, samaritana, sinodal, escuela de comunión. Una Iglesia pobre para los pobres.

Que el Espíritu Santo nos ilumine, nos guíe y nos ayude a ser instrumentos eficaces del Reino de Dios al servicio de nuestro pueblo.

Pidamos la intercesión de la familia de Nazaret, en especial de la Madre de Jesús, bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar, que supo guardar en su corazón los misterios de la salvación, por más vocaciones sacerdotales y religiosas y por el fortalecimiento de nuestras familias en la fe, la esperanza y la caridad.

Asunción, 12 de octubre de 2024.

+ Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya