En este último domingo del año litúrgico, celebramos la solemnidad de Cristo Rey. Y el Evangelio de hoy nos hace contemplar a Jesús mientras se presenta ante Pilatos como rey de un reino que «no es de este mundo» (Jn 18, 36). Esto no significa que Cristo sea rey de otro mundo, sino que es rey de otra manera, y sin embargo es rey en este mundo, de nuestro mundo.
El Rey que Reina, para servir, que su reinado, para arroparnos con su misericordia, que dio la vida por nos. Cuando se piensa en reinos y reyes de este mundo podríamos pensar en cetros de mandamases y dominadores, autoritarios privilegiados, que se sirven del bastón de mando; el poder del dinero para poder comprar incluso los tronos o peldaños para escalar y pisotear. La lógica del Evangelio, es decir la lógica de Jesús, en cambio se expresa en la humildad y la gratuidad, se afirma silenciosa pero eficazmente con la fuerza de la verdad, su cetro es el bastón de Buen Pastor para guiarnos en los valles oscuros y liberarnos de las hondonadas de muerte de nuestros pecados. Conducirnos hacia las aguas serenas de la plenitud del amor. Poder servir, y no servirse del poder. Quien quiera ser el primero, se haga el ultimo. Quien quiera ser el mandamás, sea el más servidor. El servidor no está para mandar. Los reinos de este mundo a veces se construyen en la arrogancia, rivalidad, opresión; el reino de Cristo es un «reino de justicia, de amor y de paz» (Prefacio). Reino de concordia y no de discordias.
¿Cuándo Jesús se ha revelado rey? Coronado de espinas. Su trono, el leño de la Cruz. Quien mira la Cruz de Cristo no puede no ver la sorprendente gratuidad del amor. Así lo hemos coronado, con nuestros pecados, lavándonos las manos ante la verdad, que no queremos escuchar, destronando el amor, atravesándolo con nuestras maldades e infamias.
El Hijo de Dios hecho hombre, que se transfigura brillante más que el sol, resplandece en su divinidad, en el monte alto del cielo, para seguidamente en la cruz, en el monte más bajo de nuestras propias maledicencias, el se abaja por nuestros pecados, apagado, anonadado, desfigurado, abandonado. Donde nadie quería instalar tres tiendas, sino su madre, Juan y otras mujeres, desfigurado en su carne humana, para configurarnos con su inmenso amor y perdón. Para abrirnos a la redención y a la esperanza de la Resurrección.
Jesús ha dado su vida por el mundo, por nosotros» es verdad, pero es más significativo profesar: «Jesús ha dado su vida por mí». Y cada uno de nosotros puede decir y profesar en su corazón: «Ha dado su vida por mí, para poder salvar a cada uno de nosotros de nuestros pecados».
El Señor no se contentó con librarnos de nuestros pecados, sino que nos hizo participar de su dignidad real y sacerdotal. Por eso merece la alabanza por los siglos. «Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo, para que ofrezcan, a través de las obras propias del cristiano, sacrificios espirituales y anuncien las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su luz admirable» (Conc. Vaticano II, Lumen gentium, n. 10).
Abriendo los álbumes de laicos destacados en santidad en Paraguay, podríamos encontrar varios y varias obreros y obreras del Evangelio. La santidad de muchos de ustedes y de aquellos que nos precedieron, muchos anónimos, pero conocidos por Dios y nuestras comunidades, que han llevado una vida profundamente cristiana y que hay coronado al Señor, con la corona de sus virtudes teologales, fe, esperanza y caridad. Que han ofrecido al Señor sus coronas de espinas de sufrimientos en oración por la Iglesia y por el Pueblo de Dios. Coronas de espinas clavadas en su carne, sufrimientos ofrecidos, convertidas en coronas de jazmines para coronar con esta ofrenda de testimonial fragancia a Cristo Rey de Universo.
María Felicia Guggiari Echeverría, conocida como Chiquitunga, figura destacada en el ámbito de la acción católica en Paraguay. Desde temprana edad, a los 16 años, se comprometió profundamente con la Iglesia, participando activamente en la Acción Católica, un movimiento que promueve el apostolado laico y busca llevar el evangelio a todos los rincones, especialmente a aquellos más necesitados.
Chiquitunga no solo se dedicó a la oración, mostrando una gran devoción al Santísimo Sacramento, sino que también se comprometió con la acción social, influyendo positivamente en su comunidad a través de su testimonio de vida y su santidad. Su amor incondicional a Jesús fue la fuerza motriz de su vida y su obra. Posteriormente, se unió a la vida consagrada como carmelita, adoptando el nombre de María Felicia de Jesús Sacramentado, lo que refleja su dedicación y entrega total a Jesús. Modelo e inspiración de ser su apóstol y misionera. Esta gloriosa mujer del Evangelio, se constituye en modelo para los laicos y laicas como promotora del desarrollo humano integral, promotora del bien espiritual, del bien social, organizando ollas populares proveyendo alimento para los sectores barriales carenciados de niños, jóvenes, ancianos, siendo catequista en su parroquia en Villarrica, docente y maestra. Es ella también promotora de la belleza de la vida consagrada. A los 30 años, viste el velo de su esposalicio espiritual con el Señor, coronando con ese velo su itinerario de vida cristiana como modelo de Carmelita descalza.
Ella se descalza de su vida activa como laica, comprometida, con la causa del evangelio de la acción católica para calzarse el corazón, con su hábito de de consagración, profundamente comprometida y contemplativa, quien en esa vida de encierro entre 4 paredes, sus rodillas y sus sufrimientos, ha seguido perfumando, el Carmelo, con la fragancia de sus virtudes, heroicas, con su sonrisa, buen humor y fraternidad, siempre a flor de labios a pesar de sus sufrimientos, y la llaga de su enfermedad.
Su consagración ha trascendido las 4 paredes, de su encierro para abrirse y expandir su vida y testimonio, como atleta de Dios, para ser coronada con la presea de las campeonas de la fe. Por eso es significativo que ha sido beatificada en el 2018 en un estadio no solamente rodeada de espectadores sino del pueblo de Dios comprometidos con su causa. Ella, con su vida, ha coronado a Cristo Rey, ante quien se ha postrado como su Maestro y Señor.
Su legado perdura en nuestra Iglesia en el Paraguay, no solo por sus acciones, sino también por el ejemplo de integridad y compromiso que dejó, inspirando a otros a vivir su fe de manera activa y comprometida. Chiquitunga representa un modelo de vida cristiana en acción y oración, mostrando cómo la fe puede transformarse en un servicio que contagia para imitar sus virtudes.
Ante las muchas laceraciones en el mundo y las demasiadas heridas en la carne de los hombres, pidamos a la Virgen María que nos sostenga en nuestro compromiso de caminar siempre como peregrinos de la Esperanza, cerrando este año dedicado a la oración, no dejaremos de orar incesantemente, caminando sobre las huellas de Jesús, nuestro rey, haciendo presente su reino con gestos de ternura, comprensión y misericordia.
Tú reinarás, este es el grito que ardiente exhalan nuestra fe. Tú reinarás, oh Rey Bendito pues tú dijiste ¡Reinaré! Reine Jesús por siempre. Reine su corazón en nuestra patria, en nuestro suelo, que es de María la nación. Tu reinarás, dulce esperanza, que el alma llena de placer; habrá por fin paz y bonanza, felicidad habrá doquier.
Cardenal Adalberto Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano
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