Hoy 9 de julio se recuerda en la Iglesia a la Beata María de Jesús Crucificado Petkovic, fallecida en 1966, fundadora de las Hijas de la Misericordia de la Tercera Orden Regular de San Francisco, quien visitó el Paraguay el 27 de febrero de 1941 a solicitud de Mons. Agustín Rodríguez, gracias a las gestiones del padre Julio Duarte Ortellado, entonces párroco de Ybycuí, llegaron a la comunidad cuatro religiosas con la madre fundadora Petkovic (y otras 3 hermanas Tarcizia Dimitriades, Antonia Milicevic y Ljudeevita Gregov en compañía del joven sacerdote franciscano Andrés Saralegui).
El pueblo les recibe con sencillez y corazón abierto; la casa en que empieza la comunidad resplandecía por su pobreza, la fundadora la denomina Niño Jesús. El encuentro de la Beata fundadora y del Padre JC Duarte Ortellado, nos lleva a reflexionar sobre dos almas gemelas, aunque de dos latitudes distintas, la santidad se funde en el único amor a Jesús y este crucificado.
La beata María de Jesús crucificado, trató de transmitir a sus religiosas la profunda devoción que sentía desde niña hacia Jesucristo crucificado. En una carta, escrita el 31 de agosto de 1953, a todas las Hijas de la Misericordia, las invitaba a “seguir a Cristo, escuchar a Cristo, humillarse en Cristo, sufrir silenciosamente en Cristo, arder en Cristo, perdonar en Cristo, amar en Cristo, sacrificarse en Cristo (…). Para quien ama al dulcísimo Jesucristo, nuestro Señor, será dulce incluso la palabra “sufrir” por amor a él. Sufrir, porque no hay verdadero amor sin sacrificios y sufrimientos por la persona amada. Cristo con la cruz y el sufrimiento ha salvado al mundo entero”.
El espíritu de humildad y de simplicidad debe resplandecer en todo: en nuestras palabras y en las obras, en el comportamiento, en el alimento, en las costumbres, en nuestras casas y capillas. Todo sea simple y sin lujo respetando las exigencias de la vida franciscana. De Jesús, manso y humilde de corazón (Mt 11,29) aprendemos a amar, a perdonar y a donar la paz y la esperanza a la humanidad angustiada. Cuando seáis las más humildes y las más pequeñas seréis más queridas por Cristo Jesús. También el servicio de la autoridad se cumpla en espíritu de humilde servicio.
Era una mujer fuerte en las adversidades, tierna en sus afectos, pero sobre todo profundamente enamorada de Jesús crucificado, al que dedicó toda su vida y su obra. Sintió durante toda su existencia esta constante presencia del Crucificado. Lo tenía siempre ante sus ojos, y en su corazón, por eso afloraba continuamente a sus labios. Las principales virtudes que practicó y recomendó eran las que brillaban en Cristo crucificado: la pobreza, la humildad, la abnegación, hasta el sacrificio total de sí por el prójimo, sintetizado en una palabra: amor.
(Mt 11) Jesús ahora los llama a todos a su lado: “Vengan a mí”, y les promete alivio y refrigerio.
En los países más pobres, pero también en las periferias de los países más ricos, se encuentran muchas personas desamparadas y dispersas bajo el peso insoportable del abandono y de la indiferencia.
Decía el Papa Francisco: la indiferencia humana cuánto daño hace a los necesitados y aún peor la de los cristianos. En los márgenes de la sociedad hay muchos hombres y mujeres probados por la indigencia, pero también por las insatisfacciones de la vida y las frustraciones. Muchos se ven obligados a emigrar de su patria, arriesgando su propia vida. Muchos más, cada día, soportan el peso de un sistema económico que explota al hombre, le impone un “yugo” insoportable, que los pocos privilegiados no quieren llevar.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón” (Mt 11,29). El “yugo” del Señor ¿en qué consiste? Consiste en cargar el peso de los otros con amor fraternal. Una vez recibido el alivio y consuelo de Cristo, estamos llamados también nosotros a ser alivio y consuelo para los hermanos, con actitud mansa y humilde, a imitación del Maestro.
La mansedumbre y la humildad de corazón no sólo nos ayuda a soportar el peso de los otros, sino a no pesar sobre ellos con nuestros propios puntos de vista personales, nuestros juicios, nuestras críticas o nuestra indiferencia. María santísima madre la humildad nos guíe y fortalezca para alcanzar la santidad.
Card. Adalberto Martínez Flores
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