Salmo 89

Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete, Señor, ¿hasta cuando? Ten compasión de tus siervos.   

Este salmo súplicas cantamos y pedimos al señor que nos enseñe a saber administrar y calcular nuestros años. Conscientes que Nuestra vida es tan breve como un sueño; semejante a la hierba, que despunta y florece en la mañana y por la tarde se marchita y se seca. Y que la vida breve que se nos regala sea para despuntar y florecer los mejores frutos del Espíritu Santo, desde el primer bote de vida. Que no desperdiciemos el tiempo ni marchitemos la flor sin antes dar buenos frutos.

San Alfonso María de Ligorio, Doctor de la Iglesia y fundador de los padres misioneros redentoristas, renunció a todas sus posesiones materiales para hacer se Jesús el Redentor su posesión, escribió más de 111 libros de grande enseñanzas, de espiritualidad  y moral. Vivió 90 años prolíficos,  a través de sus escritos y enseñanzas, enfatizaba la importancia de aprovechar el tiempo y no dejar las cosas para después. Utilizaba ejemplos y anécdotas para ilustrar cómo la pérdida de tiempo puede llevar a consecuencias negativas, tanto en esta vida como en la eternidad.

Señor Jesús, maestro, nos enseña en parábolas cómo aprovechar el tiempo, para rendir y lograr mayor desempeño y calidad espiritual en la existencia. Cómo adquirir un corazón sensato y una inteligencia moral virtuosa.  Así como aprendemos las primeras letras, siendo niños, escribiendo sobre renglones derechos, ortografías aprendidas, del diccionario. Aprendemos en permanecer en los  renglones derechos de sus mandamiento. Fuera de esos renglones, del amor a Dios y al prójimo,  nos  desviaremos para escribir torcidos garabatos. El Divino Maestro, no enseñe a hacer buenos cálculos de las lecciones aprendidas, que no queden solamente en garabatos, que nuestra vida sea un garabato y desperdicio,  y de saber administrar los talentos recibidos, talentos inmateriales, para crecer en inversiones por el amor a Dios y al prójimo y así  adquirir un corazón sensato.

El Papa León XIV esta mañana les decía a los jóvenes reunidos en el Jubileo de los Jóvenes en Tor Vergata: Como un diccionario, cada cultura contiene tanto palabras nobles como palabras vulgares, valores y errores que hay que aprender a reconocer. Buscando con pasión la verdad, no sólo recibimos una cultura, sino que la transformamos a través de elecciones de vida.

Durante los días pasados ustedes han tenido muchas experiencias hermosas. Se han encontrado entre coetáneos provenientes de diferentes partes del mundo, pertenecientes a culturas distintas. Han intercambiado conocimientos, han compartido expectativas, han dialogado con la ciudad a través del arte, la música, la informática y el deporte. Después, en el Circo Máximo, acercándose al Sacramento de la Penitencia, han recibido el perdón de Dios y le han pedido su ayuda para una vida buena.

(…) la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos, como hemos escuchado en el Evangelio (cf. Lc 12,13-21); más bien, está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría (cf. Mt10,8-10; Jn 6,1-13). Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las «cosas celestiales» (Col 3,2), para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros “sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia” (cf. Col 3,12), de perdón (cf. ibíd., v. 13) y de paz (cf. Jn 14,27), como los de Cristo (cf. Flp 2,5). Y en este horizonte comprenderemos cada vez mejor lo que significa que «la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5).

Hacerse rico a los ojos de Dios no es acumular bienes, sino practicar la justicia. Es negarse a ser cómplice del sistema que compra silencios. Es abrir los ojos, abrir la boca y abrir el corazón. Es elegir la verdad, aunque duela; la compasión,  y la misericordia aunque incomode; y el Reino de Dios, aunque cueste. Las Escrituras que se nos proponen en este domingo nos llaman a hacernos ricos a los ojos de Dios, y a denunciar con firmeza aquellas formas modernas y sistemáticas de codicia, avaricia y ambición desmedida que —con total indiferencia— pisotean lo más sagrado que tenemos: la dignidad y la vida humana. “De la carta del

El apóstol san Pablo a los colosenses: 3, 1-5. 9-11 es todavía más exigente:

Hermanos: (…)  busquen los bienes de arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Pongan todo el corazón en los bienes del cielo, no en los de la tierra, porque han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios (…) Den muerte, pues, a todo lo malo que hay en ustedes: la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia, que es una forma de idolatría. No sigan engañándose unos a otros; despójense del modo de actuar del viejo yo y revístanse del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen.

 

Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo de Asunción