¿Quién no quisiera escuchar una buena noticia?
Ante las repetidas y cotidianas malas noticias pareciera que las buenas no existen. Las reiteradas malas noticias pueden convertirnos en pesimistas irremediables, cínicos y agresivos. Cuando el pesimismo hunde sus raíces en el corazón las agresiones verbales y hasta físicas pueden jugar roles protagónicos y viciosos en las personas, para introducirlas en obscuros callejones sin salida; el pesimismo puede llevarnos a ser destructores de las relaciones en nuestra convivencia o a ser autodestructivos.
Jean Paúl Sartre (1905 – 1980) el filosofo y escritor francés decía que: “un pesimista es un optimista bien informado”. Sartre negaba la existencia de Dios: “Dios es un imposible, una contradicción”, y sostenía que el único universo que existe es el universo humano, y que la existencia del hombre no esta marcada por el trascendente, siendo el hombre es el único legislador de su propia vida. Los valores son creación de uno mismo. Pero los cristianos, parafraseando a Sartre son más bien aquellos optimistas, y que lo son porque justamente se han informando bien. Han conocido la buena noticia. El cristiano es un optimista que por la fe aleja los pesimismos.
El primer día de la semana María Magdalena fue al sepulcro cuando todavía estaba “oscuro”. La oscuridad más bien ella lo llevaba en su corazón por los trágicos acontecimientos de la pasión y muerte del Mesías y Señor. Caminando hacía el sepulcro llevaba la oscuridad del pesimismo existencial y la orfandad por la pérdida, la muerte de la esperanza. Los discípulos de Emaus comentaban con el mismo Jesús resucitado que caminaba con ellos sin que ellos atinarán a reconocerle: “Nosotros teníamos la esperanza que el sería el que habría de libertar a la nación de Israel” (Lc 24, 13). La esperanza ha sido crucificada, aniquilada, destruida. Ellos iban cabizbajos y frustrados por lo que había sucedido con el Maestro.
Job en medios de sus terribles pruebas y aflicciones decía: “¿Dónde ha quedado mi esperanza”? ¿Donde está mi bienestar?, ¿bajará conmigo al reino de la muerte para que juntos reposemos en el polvo? “Mi padre, mi madre, mis hermanos son los gusanos y el sepulcro”. (Job 17,15). Aunque Job no perdió la esperanza y luego de pasar sus pruebas ha sido bendecido abundantemente.
Volviendo a María Magdalena su corazón a oscuras se iluminó ante la certeza de lo que ella estaba viendo: que las piedras que sellaban el sepulcro han sido movidas; las vendas y el sudario que había cubierto la cabeza del cadaver estaban enrolladas en un lugar aparte; significaba que la esperanza estaba viva, que el Señor vive, ¡ha resucitado! Ella corre presurosa con el corazón rebosante de alegría para transmitir e informar la buena noticia a Pedro y al otro discípulo, quienes también llegan al sepulcro para verificar “in situ” que el Señor ha resucitado como el mismo lo había anunciado, que resucitaría al tercer día. Dios habría de reconstruir el templo de su cuerpo, ¿Crees esto? Los discípulos creyeron y reconocieron al Señor de la Vida que ha vencido la muerte.
Es esta la gran noticia de esta noche y de todos los días oscuros que puedan llevar a hundirnos en el pesimismo y en la desesperanza; es cierto, la oscuridades nos entristecen en medio de los sufrimientos, las trágicas muerte de esta Semana Santa y de todos los días, por accidentes, violencias intrafamiliares, homicidios, feminicidios y suicidios; las masacres entre hermanos paraguayos en situaciones de enfrentamientos; nos entristecemos por las discordias en el seno de nuestras propias familias y el de la nación, por las continúas ofensas y agresiones verbales en las disputas del poder y privilegios; nos entristece el vía crucis de algunos que en los callejones sin salidas de las propias ideologías, convicciones, pretensiones o ambiciones personales o grupales, se transformen en jueces y en legisladores para pasar a ser hasta verdugos intransigentes e intolerantes con los que piensan diversamente; nos entristece los pobres, familias, niños y jóvenes, que están en la periferias existenciales, víctimas de la injusticias estructurales, de corrupción y de los saqueadores de esperanzas.
En medio de la tragedia de los vía crucis y las crucifixiones sociales, de las llagas abiertas del sufrimiento humano, no nos quedemos en la tristeza y recobremos la Esperanza (Que nadie nos robe la esperanza) En los callejones de sufrimientos personales y colectivos, el Señor resucitado ha abierto la puerta de salida, ha removido la piedra y ha dejado el sepulcro vacío, para llenarnos con la plenitud de su gracia y su vida. Con el Señor Resucitado nuestra noche ya no tendrá obscuridad. Noche de luz y de verdad disipadora de las tinieblas.
Cristo es nuestra Pascua, quien ha pasado de la muerte a la vida, la fuerza de la resurrección de Cristo nos ofrece la única Esperanza de Aquel que habría de llevarnos de la esclavitud del pecado a la liberación por la gracia. En el resucitado, y solamente en el tenemos la esperanza cierta que El es el único Salvador; El es la única esperanza en la “esfera” a veces vacía de nuestra propia existencia; con nosotros camina como caminó con los discípulos de Emaus para encenderles el corazón con la alegría y seguridad de su presencia. Con su Iglesia camina aquel que nos trasciende pero a la vez vive en su Iglesia, en nosotros; Aquel con su gracia y su bendición legisla nuestra vida para liberarnos y conducirnos a ser constructores y edificadores de una vida santa al servicio de Dios y de unos y otros.
Caminemos como hijos de la resurrección como sus discípulos y misioneros llamados a ser defensores de la vida misma de Cristo en nosotros y en los demás; respetando y defendiendo la vida y la dignidad de otras personas antes las amenazas de una Cultura de la Muerte, de las dictaduras, de los relativismos morales y éticos que van de contramano a los valores de la Cultura de la Vida que el mismo Cristo ha instaurado en medio de nosotros. Esta es la buena noticia del día: Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo. No no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. (Sal 117)
Que María Santísima Madre nos bendiga y fortalezca en el seguimiento de su Hijo Jesucristo Resucitado; El es nuestra Pascua.
Felices Pascuas de Resurrección.
+Adalberto Card. Martínez Flores
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