Cuando Cristóbal López, cardenal arzobispo de Rabat, sintió el terremoto en torno a las once de la noche (hora local) del pasado 9 de septiembre, pensó que había sido sólo un ligero temblor. Aunque su diócesis comprende los territorios afectados, la sede episcopal se encuentra a más de 450 kilómetros de la zona del epicentro. «El piso se ondulaba como se ondula el mar con las olas. Vibraban las cosas, pero no llegó a caerse ni a deteriorarse nada. Me acosté tranquilo pensando que había sido algo leve», relata.
Fue a la mañana siguiente cuando le llegaron las primeras noticias del terrible sismo con 2900 muertos, más de 5000 heridos, seguramente con muchos desaparecidos. Desde entonces, la pequeña comunidad cristiana del país está trabajando en el territorio afectado, para apoyar a las víctimas, canalizando la ayuda de emergencia que se les está prestando desde todo el mundo. “Tenemos que agradecer la generosidad y la solidaridad con el pueblo marroquí y a la red de Cáritas Internacional, del que hacen parte más de 200 países, que se desviven por nosotros”.
El Card. Cristóbal, decía que las luces brillan en medio de la oscuridad y relata el caso que le contaron unos voluntarios que «han llegado a esas aldeas donde la gente lo ha perdido todo y se han encontrado con que la pobladores damnificados, les han recibido con un trozo de pan y un vaso de leche. No se sabe de dónde lo han sacado, pero se lo quitan de la boca para poder dárselo al que llega allí como visitante. Porque el pueblo marroquí es muy hospitalario».
“Que Dios nos ayude a sacar consecuencias positivas de este doloroso acontecimiento, transformando nuestros corazones en corazones de misericordia…los cristianos de Marruecos seguirán rezando por las víctimas y todas las familias de luto, para que la esperanza prevalezca sobre la desesperación”. También los Obispos del Paraguay nos solidarizamos con el hermano Cardenal Cristóbal y quisiéramos seguir rezando, especialmente en esta misa por esas intenciones. También ofrecer otras ayudas que eventualmente podamos recaudar para paliar en parte las apremiantes necesidades.
Otra tragedia. El paso del ciclón Daniel el pasado domingo 10 de septiembre por el noreste de Libia dejó también al menos 3.958 personas muertos debido a las inundaciones. Y hasta ahora se informa que más de 9.000 personas siguen desaparecidas. Al final de la audiencia general, el miércoles 13 de septiembre, el Papa Francisco dirigió un pensamiento a las víctimas de las graves inundaciones y por los damnificados por el terremoto en los dos países norteafricanos. Una oración también por la paz en el mundo y en particular por la “martirizada Ucrania”.
Días antes, el 3 de septiembre el Papa Francisco, en su visita apostólica en Mongolia, en la misa dominical nos decia: “No debemos olvidar, en el desierto de la vida, en el trabajo de ser una comunidad pequeña, el Señor no nos hace faltar el agua de su Palabra (haciendo referencia a Jn. 4,10) La Palabra siempre nos lleva a lo esencial de la fe: dejarnos amar por Dios para hacer de nuestra vida una ofrenda de amor. Porque sólo el amor apaga verdaderamente nuestra sed”.
El Señor oye nuestra plegaria cuando le clamamos y elevamos nuestras manos hacia su Santuario, es fuerza y escudo, baluarte de salvación. (Sal 27). En medio del desierto, desastres, tragedias y desesperanzas, el Señor en el Evangelio de esta mañana (Lc. 7, 1-10) sigue tendiendo la mano, para elevarnos al santuario de su presencia, apacentando a su pueblo, a los últimos, transmitiendo fe y esperanza, y ser con El, heraldos, discípulos misioneros para enseñar la verdadera fe.
La actitud del centurión (Oficial del Ejército Romano) demuestra su compasión y gran estima con su colaborador gravemente enfermo, un subalterno de su unidad militar. Ocupado y preocupado por salvar la vida al sirviente. No se atreve a ir directamente a Jesús a presentarle su súplica. Pero busca mediadores para llegar hasta él, a través de “unos ancianos judíos”, que conocían el gran amor que el centurión tenia por su pueblo como lo demostró construyéndoles la sinagoga. En el centurión se destaca la humildad, de no sentirse digno, ni de acercarse al Señor, y sobretodo su fe total en Jesús, en su poder, por eso tiene la seguridad de que su súplica va a ser atendida.
Expresa que no es necesario que Jesús llegue a su casa para curar allí al enfermo. Sabe que basta con que pronuncie una palabra a distancia y su siervo se va a curar. “Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará”. Parece que también Jesús quedó sorprendido de la confianza y de la fe que ese centurión depositaba en él. “ le aseguro digo que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe”. Cuando los enviados llegaron a la casa el enfermo estaba totalmente sano.
“La Palabra siempre nos lleva a lo esencial de la fe: dejarnos amar por Dios para hacer de nuestra vida una ofrenda de amor. Porque sólo el amor apaga verdaderamente nuestra sed”. Nuestra oración también por la Asamblea Extraordinaria, que es experiencia de encuentro sinodal de los obispos, para que asistidos por la Palabra y Su Espiritu y María Santísima, nuestra madre, podamos crecer en fe, esperanza y caridad, por el bien nuestro, de nuestras comunidades y de nuestro pueblo.
18 de septiembre de 2023.
+Card. Adalberto Martínez Flores
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