Queridos jóvenes

Con inmensa gratitud y confianza a Dios damos solemne apertura del Congreso de Jóvenes, con esta Celebración eucarística en la Catedral Metropolitana. Vinimos para poner en la mano del Señor estos días de intensa gracia y oportunidad de encontrarnos juntos y dejarnos abrazar, por Jesucristo, permaneciendo y dando abundantes frutos ya que “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para ustedes” (EG 197).

La Conferencia Episcopal Paraguaya, ha puesto su mirada de predilección en ustedes jóvenes, al declarar el Trienio de la Juventud como espacio social, cultural y pastoral para encontrarse con Jesús, ser sus discípulos, formar comunidades juveniles, y llegar a ser los misioneros de la vida plena. ¡Qué bueno es que crezcan en su entusiasmo sincero, en su fe pura, en su búsqueda incesante de la verdad!

Hoy ustedes jóvenes, en un mundo tan nuevo y marcado por la globalización de la indiferencia y del egoísmo, están dispuestos, a escuchar la voz de Dios, desde la mirada a la realidad en que se encuentran discerniendo el camino de la civilización del amor y el compromiso solidario con los que sufren, los pobres, los marginados, entre los cuales se encuentra un alto porcentaje de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Ver, juzgar y actuar será el método usado en el Congreso.

Como Pedro, humildemente cada uno de ustedes repitan con fuerza: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

 En este Congreso de jóvenes, junto con sus formadores y asesores, les proponemos acompañar el Sínodo de Obispos del próximo mes de octubre en Roma con el tema “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, partiendo de la mirada a la realidad nacional y eclesial, a discerniendo el camino cristiano para impulsar la transformación de la sociedad y de la Iglesia, desde el evangelio y la doctrina social de la Iglesia. Además del tema, “los jóvenes y la fe”, “los jóvenes y la familia” y “los jóvenes y la Iglesia y la sociedad” ustedes dialogarán sobre otros 10 temas escogidos de la realidad juvenil.

Por eso, agradecemos la participación de unos 600 jóvenes en los temas de su interés, que propicie la mirada, la reflexión y el compromiso. Jesús les dice en este segundo año de Trienio: “Permanezcan en mí”(Jn 15,1-17), una invitación suya constante, porque la vida cristiana sólo tiene sentido si permanecemos unidos a Él, como los sarmientos a la vid, ya que sólo Él comunica la savia de su corazón y los convierte en abundantes frutos.

El Papa Francisco nos dice en su Exhortación Gaudete et Exsultate: “Cuando se es íntimos con el Señor, como son íntimos y unidos entre sí la vid y los sarmientos, se es capaces de dar frutos de vida nueva, de misericordia, de justicia y de paz, que derivan de la Resurrección del Señor. Es lo que hicieron los Santos, aquellos que vivieron en plenitud la vida cristiana y el testimonio de la caridad, porque eran verdaderos sarmientos de la vid del Señor. Pero para  ser santos “no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos”…Todos nosotros, todos, estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.” (GE 14).

 Se recuerdan que en Paraguay, hay miles de jóvenes, cuya vida se encuentra en peligro, sin horizonte, marcados por el egoísmo y los vicios del alcohol, las drogas, el sexo sin responsabilidad, la violencia y la pobreza. A esos jóvenes los tenemos en cuenta en este Congreso, les debemos mostrar un camino diferente, para salir de sí mismos. El camino es Jesucristo, no hay otro camino. Cuando ustedes, conscientes de su fe permanecen en el Señor, Él les da valentía y creatividad acompañándoles a dar frutos maduros de amor, amistad y solidaridad hacia los demás. Ese es el ejemplo para otro joven. Para eso, hay que remar contracorriente, en una sociedad que les presenta ofertas de felicidad inmediata y paraísos artificiales. No tengan miedo de “remar mar adentro”, aunque parezca humanamente difícil y exigente.

Este Congreso será una hermosa oportunidad para redescubrir la belleza de ese encuentro con Cristo, que un día les cautivó y les llenó de alegría: “Jesús fijó su mirada en el joven, y le tomó cariño” (Mc 10,21). Él se interesa por ustedes, quiere llenarles de vida plena y caminar a su lado, como lo hizo ya en su entrega plena y total en la Cruz, y poder decir con San Pablo: “me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2,20).

 Les invito a que nunca pierdan este asombro del amor desbordante de Cristo Jesús hacia ustedes. De aquí parte el deseo de hacer comunicar a los demás la verdad de esta buena noticia.

La Iglesia confía en ustedes, porque tienen muchas riquezas, cualidades,  energías, sueños y esperanzas, como Aparecida, lo atestigua diciendo que ustedes son “centinelas del mañana”(DA 443 ). Ustedes son la esperanza de la Iglesia del mundo entero.

Le invitamos a vivir, compartir y aprovechar en estos días, el don y el tesoro que Cristo les ha dado, el de ser “discípulo-misionero” suyo.

Queridos jóvenes, amen a la familia, y anhelen que se fortalezca cada día más la familia cimentada sobre el matrimonio entre el varón y la mujer. Ahí está la primera escuela de valores humanos y cristianos, y el santuario de la vida, donde se aprende a amar, valorar y promover la vida desde su concepción hasta su muerte natural. Amen y valoren a sus padres, sus esfuerzos y sacrificios, y a correspóndales con el cariño sincero y agradecido.

Les invito a impulsar con creatividad y valentía la pastoral de juventud en todas las Parroquias, e impulsar desde ella la educación, la amistad e iniciación a la vida cristiana, y el compromiso político y social, siempre en sinfonía con el acompañamiento de nuestros pastores y líderes juveniles.

Instamos a que los diferentes Movimientos eclesiales, se abran con generosidad y espíritu de comunión eclesial a trabajar en una pastoral de conjunto, para fortalecer una Iglesia en salida hacia los más desprotegidos y vulnerables. Todos nos necesitamos, como decía San  Alberto Hurtado: “Cristo vino a este mundo  no para hacer una obra solo, sino con nosotros, con todos nosotros, para ser la cabeza de un gran cuerpo cuyas células vivas, libres, activas, somos nosotros”.

¡Qué bueno es que miren siempre a María, modelo y ejemplo de vida cristiana, modelo de fe, de caridad y de unión con Cristo, figura segura de santidad! En Ella culmina la auténtica vida cristiana de santificación. Es Madre de Cristo y de la Iglesia, Madre nuestra. Sientan su amor maternal y su presencia entre ustedes. Ella les lleva siempre a Jesús, como la primera y perfecta discípula de su Hijo, que lo ha concebido en la fe, y después en la carne, al pronunciar con entera decisión su «sí» al anuncio que Dios le dirigía mediante el ángel.

Hoy también le decimos: “Madre nuestra, ayúdanos a decir “Sí” a la vida, al amor, a Jesucristo, a la Iglesia, a los pobres: ayúdanos a aprender de tu escuela las virtudes de la obediencia, la escucha, la docilidad de corazón, el servicio a los demás.

Jóvenes, la Iglesia necesita de su testimonio y de su alegría, y les anima, estando al lado de ustedes, para evangelizar los diferentes ambientes: la familia, los amigos, las diversiones, el estudio, el lugar de trabajo. Jesús quiere renovar en ustedes esa llamada de ser sus discípulos en misión. No tengan miedo a compartir su fe, a confesar a Cristo, como él lo hizo por nosotros. Una fe es viva cuando se comparte y se testimonia de manera convincente y valiente. Sean promotores de una cultura del encuentro, de la amistad sincera y del Reino del amor, justicia y paz.

Ante el desafío de una Iglesia en salida misionera, es esencial, fomentar la familiaridad con la Palabra de Dios: escuchada, meditada, vivida, celebrada y testimoniada (Cfr. EG174), y que esto les conduzca a acercarse con confianza y humildad a los Sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía, buscando la unión vital con Cristo, que les ayudará a renovar incesantemente la vida nueva que viene de Cristo.

No guarden para sí la llama de la fe y del apostolado, recordando la valentía de nuestra Beata María Felicia de Jesús Sacramentado. Aléjense de la cultura del descarte y de la indiferencia. Trabajen por la cultura del encuentro, de la vida, de la esperanza.

Hagan de la Palabra de Jesús su meta personal: “El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para llevar buenas nuevas a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”(Lc 4,18).

Queridos jóvenes, gracias por estar aquí, acompañados por sus padres y asesores. De corazón les agradezco su generosidad, y todo lo que están viviendo y realizando en este segundo año del Trienio.

Pongamos confiadamente en las manos del Señor este Congreso que inicia hoy  en la Catedral.

Catedral de Asunción, 28 de septiembre de 2018

Monseñor Edmundo Valenzuela,
Arzobispo Metropolitano