HOMILÍA EN LA CLAUSURA DEL AÑO DE LA MISERICORDIA DEL ARZOBISPO METROPOLITANO, SÁBADO 19 DE NOVIEMBRE DE 2016, CATEDRAL METROPOLITANA.

Concluimos con esta celebración el Año de la Misericordia, un regalo espiritual y pastoral de densas repercusiones eclesiales y sociales. En los momentos difíciles por lo pasa la historia mundial, con guerras, violencias, intolerancia y con la nueva dictadura del relativismo, imponiendo sus reglas de ideologización colonial, entre ellas la promoción del aborto y la eutanasia, la ideología del género con sus resultados de la cultura de la muerte, como Iglesia renovamos nuestra fe en Dios Creador y en la victoria de Jesucristo, rostro visible de la misericordia del Padre, ayer, hoy y siempre, a través del testimonio de los cristianos.

A nivel de nuestro país, lamentamos que continúen los secuestros, la inseguridad y la violencia, la mentira y los robos, los divorcios y destrucciones de la familia, la pobreza y la marginación. Pero también somos conscientes de nuevos programas, gubernamentales como privadas, en la mejora de vida y desarrollo integral, en medio de muchas dificultades. Saludamos con gozo el llamado que hizo el Papa a dar clemencia a los encarcelados. Esto permitió que el Presidente de la República diera el indulto a 16 encarcelados. Ciertamente, la ciudadanía esperaba más indultados, siendo que las cárceles están abarrotadas de hermanos y hermanas que se merecen por su buen comportamiento y otros con prisión preventiva, desde varios años sin ningún proceso judicial.

En esta Santa Misa recogemos el camino realizado a lo largo del año de la Misericordia, con las alegrías y esperanzas de nuestro pueblo, como con sus angustias y llantos, y los ofrecemos a Dios Padre, en el sacrificio de Jesucristo en el altar eucarístico.

Al celebrar la fiesta de Cristo Rey, la liturgia nos abre el horizonte de la esperanza y de la vida definitiva en el Reino misericordioso del Padre, donde está sentado a su derecha el Rey de Reyes, el Señor de la historia, el único Salvador de los hombres.

  1. Mensaje de la Palabra de Dios

En la Primera Lectura: Este es un gran día para David y para Israel. Los del norte lo reconocen como rey, y se produce la unidad de todo el país. Las tribus del norte se hallaban separadas de las del sur por el distrito de Jerusalén, que estaba en manos de los cananeos. David conquista Jerusalén, que pasa a ser la capital de este reino unido.

Es un hecho definitivo. Al conquistar David Jerusalén y hacerla su capital, Dios la designa para ser el centro visible de su presencia entre los hombres.

Desde entonces, el único templo de Dios estará en Jerusalén, los auténticos reyes del pueblo de Dios serán los que reinen en Jerusalén. Ella será imagen de la Iglesia. Los cristianos sabrán que después de la Jerusalén de Palestina, Dios les prometió otra Jerusalén, la del cielo (Ap. 20 y 21).

En la Biblia, la unión entre las dos partes, norte y sur del reino, es como una señal visible de que viven en la gracia de Dios: toda infidelidad a Dios provoca la ruptura entre los hombres, y toda división entre los hombres es pecado contra Dios.

Este año de la misericordia hemos vivido la cercanía y el encuentro de todos, buscando la unidad y la reconciliación. Aún estamos lejos de lograrlo, pero humildemente nos ponemos en ese camino, guiados por el Mesías Jesús, nuestro Señor.

San Pablo a los Colocenses: El es la imagen del Dios que no se puede ver. Cristo fue entre nosotros imagen del Padre y de su misericordia. Sus acciones nos revelan la manera de pensar y de actuar de Dios. Pero, ya antes de su venida, el Hijo existe en Dios como la eterna e invisible imagen del Dios eterno e invisible, la irradiación de la Gloria del Padre (Heb 1,3), la Expresión o Palabra de Dios (Jn 1,1).

Por su naturaleza humana, Cristo es judío de Galilea, descendiente de David. Pero su persona se arraiga en Dios y, por eso, se presenta entre nosotros como el modelo y el primogénito, no sólo de los hombres, sino de todo lo creado.

Dios quiso que “el todo” se encontrara en él, que es como el puente entre Dios y el universo. El todo de Dios está en él para ser comunicado al universo, y el todo del universo se encontrará en él, cuando todos los hombres se hayan reconciliado y reunido en él.

Todo fue creado por medio de él: Jn 1,1 y Heb 1,2.

 

En el Evangelio: Los jefes de los judíos han colocado a Jesús en el lugar que le correspondía, desde que se decidió a cargar con nuestros pecados. Jesús había afirmado la gratuidad absoluta de la salvación. En esta hora en que pasa del mundo al Padre, Jesús confirma sus palabras. Al condenado que reconoce: “Nosotros lo hemos merecido”, y no tiene más recomendación que su confianza, Jesús declara: Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.

Esta afirmación nos tranquiliza en cuanto a cuál será nuestra suerte al morir, a pesar de que no podemos saber lo que será de nosotros antes que el universo pase a la eternidad. No seremos anestesiados ni dejaremos de existir, como pretenden algunos, sino que ya lo tendremos todo estando con Jesús que vino a compartir la muerte y el descanso de sus hermanos (ver Fil 1,23 y Ap 14,13).

  1. El Año de la misericordia

– Agradecemos al Papa Francisco por haber convocado a toda la Iglesia con el Motu Proprio “Misericordiae vultus” (el rostro de la misericordia) a un año de gracia y de misión.

– Hemos comprendido y vivido que Dios es Misericordia y su Reinado se manifiesta en el rostro misericordioso de su Hijo. Él es el Maestro de la misericordia: sus palabras, sus gestos, su muerte, su resurrección, su glorificación, su Espíritu Santo que acompaña a la Iglesia a través de los tiempos y de la historia.

– También hemos comprendido que en su Hijo somos amados, y llamados a vivir la misericordia, como rezamos en el Padre Nuestro: perdónanos nuestros pecados como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Recibimos misericordia y perdón, una gracia que no merecemos. Pero, llamados a reconciliarnos y a perdonar.

– Durante el año hemos vivido momentos intensos de misericordia, en las familias, en las parroquias, en la Arquidiócesis, en la ciudad y en el Paraguay.

Las Diócesis del Paraguay, según informe de sus respectivos Obispos han vivido intensamente el Año de la Misericordia, peregrinaciones, confesiones, comuniones y obras de misericordia realizadas hacia la “carne de Cristo” en los enfermos, encarcelados, pobres, abandonados, gente de la calle y en los refugios o en asentamientos. Ha sido un gran taller de la misericordia.

– En nuestra Arquidiócesis, cuánto bien se ha hecho en cada parroquia de las casi 90 existentes. Semejantes actividades se desplegaron como las mencionadas por las 15 Diócesis del Paraguay. Además, se han abierto dos parroquias personales, la de la salud en los hospitales y sanatorios, y la penitenciaria en las dos cárceles de Asunción, con todo el equipo pastoral junto a sus párrocos, para garantizar el acompañamiento a la “carne de Cristo” en esas situaciones de enfermedad o de privación de la libertad.

– Como obra de misericordia espiritual, hemos dado el impulso a la Iniciación a la vida cristiana de los adultos, mediante el Catecumenado restaurado por el Concilio Vaticano II y las orientaciones de los documentos de Aparecida. De esta forma se dio prioridad a la formación de los Catequistas, quienes, desde hoy están realizando el Diplomado en Catequesis con los Profesores del CEBITEPAL, del CELAM.

– A nivel de pastoral social, gran trabajo se hizo al fin del año pasado y a su inicio con la colecta de alimentos para familias damnificadas de los Bañados. Más aún cuando la Pastoral Social arquidiocesana está involucrada en los proyectos de urbanización de los bañados con los programas de sensibilización y acompañamiento para que cada familia bañadense sea respetada en su derecho, a que nadie sea desalojado de su tierra y que todos reciban nuevas condiciones de vida digna con la gente vecina de siempre.

  1. Conclusión

La clausura del año de la Misericordia que se está realizando en los 8 Municipios de la Arquidiócesis es un momento histórico especialísimo, porque hemos vivido lo esencial del Evangelio de Jesús: la misericordia en sus varias formas de amor al prójimo.

Lo que ahora hemos aprendido y vivenciado, lo debemos continuar en el Trienio de la Juventud. Nos iremos preparando para el Congreso Eucarístico Diocesano del próximo año, desde donde sale la fuerza y la luz para evangelizar a nuestros jóvenes, alimentándolos con el Pan de Vida y con la adoración eucarística. Desde ahora en adelante se nos abre la larga escuela para practicar permanentemente la misericordia, como discípulos misioneros de Jesucristo.

Nos encomendamos a la protección de la Virgen Gloriosa de la Asunción, viviente en cuerpo y alma en el Cielo, y desde Ella interceda por nosotros, para que seamos misericordiosos como el Padre Celestial es misericordioso.

Sea alabado el Rey de Reyes, el Señor visible de la misericordia de Dios, nuestro Maestro y Salvador, por siempre! Amén.