LA CRUZ ES LA PUERTA DE LA RESURRECCIÓN
Hermanas y hermanos en el Señor:
Este segundo domingo de cuaresma está identificado con la Transfiguración del Señor, cuyo texto acabamos de escuchar en el Evangelio proclamado.
(Lc. 9,28) Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para orar. Mientras rezaba, su rostro se transformó y sus vestiduras eran de una blancura fulgurante. Con Moises, representando la Ley y Elías, a los profetas, hablaban rodeado de un halo grandioso, inenarrable, inefable. Jesús les transmitía la anunciada, dolorosa misión salvadora que tenía que cumplir en la obediencia de fe en Dios Padre. El escenario es del cielo, como envueltos en la Gloria De Dios, en el seno de la Santísima Trinidad.
La voz del Padre identifica en Jesús a su Hijo amado y ordena: «Escúchenlo». Es como si dijese: «Escúchenle, en él está la plenitud de mi amor, que se revelará en la cruz».
En la subida a ese monte, glorioso, Jesús transfigurado, con su rostro resplandeciente, quiere preparar a sus discípulos, para soportar el escándalo de la pasión y de la muerte de cruz, de la transfiguración subirá al monte de la calavera, el de la desfiguración, (Isaías 52:14) Estaba tan desfigurado que no parecía hombre, nada de humano tenía su aspecto. Del rostro brillante transfigurado, ahora colgado, golpeado, su rostro opacado, apagado, desfigurado, y sus vestiduras dejaron de brillar, ahora raídas, rasgadas, trituradas, y ensangrentadas. Sus coronas de luces en la cabeza, son coronas de espinas clavadas. Jesús muerto, y sepultado resucita al tercer día. Las piedras sepulcrales removidas, disipan la oscuridad de la muerte para respirar la esperanza de la vida, de la vida eterna, el desfigurado en el dolor más grande nos transfigura y reconfigura al Amor, para revestir nuestro cuerpo mortal en vida nueva renacida. Para hacernos resplandecer de su Gracia. Y este será también el camino de los discípulos: ninguno llega a la vida eterna si no es siguiendo a Jesús, llevando la propia cruz en la vida terrenal. Cada uno de nosotros, tiene su propia cruz. El Señor nos hace ver el final de este recorrido de la gran esperanza de la resurrección.
La Cruz cristiana no es una decoración de la casa o un adorno para llevar puesto, la cruz cristiana es un llamamiento al amor con el cual Jesús se sacrificó para salvar a la humanidad del mal y del pecado.
San Pablo expresa en la segunda lectura: “hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cristo. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre, se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse y sólo piensan en cosas de la tierra”. En nuestra sociedad, mayoritariamente católica y cristiana, vemos que muchos viven como enemigos de la cruz y solo piensan en cosas de la tierra: acumulación de poder y de riqueza, compradores y vendedores de humos, sin importar el cómo, sin pudor, sin escrúpulos.
La cuaresma es un llamado a la conversión, al cambio profundo de nuestro corazón, que transforme nuestra vida, nuestra escala de valores y, siendo “ciudadanos del cielo”, actuemos para transformar las estructuras de pecado, de injusticia, que aplasta la dignidad y los derechos de las personas.
“Por sus frutos los conocerán”, afirma el Señor (cfr. Mt 7,16). Se evidencia, en general, el divorcio de muchos cristianos bautizados entre la fe y la vida. El Papa Francisco, hablando de la segunda de las virtudes cardinales: la justicia, nos dice que es la virtud social por excelencia. El Catecismo de la Iglesia Católica la define así: «La virtud moral che consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido» (n. 1807). Esta es la justicia.
A menudo, cuando se habla de la justicia, se cita también el lema que la representa: “a cada uno lo suyo” (…) Está representada alegóricamente por la balanza, porque su objetivo es «igualar las cuentas» entre los hombres, sobre todo cuando se corre riesgo de fabricar y arreglar tramposamente la balanza para torcerla a favor y causar desequilibrios. Su finalidad es que en una sociedad cada uno sea tratado según su dignidad. Pero los antiguos maestros ya enseñaban que esto requiere también otras actitudes virtuosas, como la benevolencia, el respeto, la gratitud, la afabilidad, la honestidad: virtudes que contribuyen a la buena convivencia entre las personas. La justicia es una virtud para una equilibrada convivencia entre las personas.
En la tradición se pueden encontrar innumerables perfiles de la persona justa. La persona justa venera las leyes y las respeta, sabiendo que son una barrera que protege a los indefensos de la arrogancia de los poderosos. La persona justa no sólo se preocupa por su bienestar individual, sino que quiere el bien de toda la sociedad. Por eso, no cede a la tentación de pensar sólo en sí mismo y de ocuparse de sus propios asuntos, por legítimos que sean, como si fueran lo único que existe en el mundo. La virtud de la justicia evidencia -y pone la exigencia en el corazón- que no puede haber verdadero bien para mí si no hay también el bien de todos. (Papa Francisco, Audiencia Genera, 3 abril 2024)
Y muchos que quieren y luchan por ser fieles en su seguimiento a Jesús, procurando configurar su juicio, sus criterios y sus acciones a los valores del Evangelio, son perseguidos, como lo ha sido el propio Divino Maestro que, siendo inocente, fue injustamente tratado y maltratado, fue sometido a un juicio amañado, donde con la sentencia ya estaba cantada y preparada para ser condenado a la muerte en cruz.
En el Paraguay estamos viviendo tiempos difíciles, de una profunda crisis moral, de la ética, de balanzas torcidas en la justicia. Tiempos de balanzas peligrosamente desequilibradas, que contradice radicalmente el querer de Dios, donde en algunos casos se actúa como enemigos de la cruz de Cristo atropellando la dignidad del inocente.
En esta cuaresma, hacemos un llamado a la conversión y a la acción de los bautizados y de todas las personas de buena voluntad. Sobre todo, a los católicos que ocupan cargos de responsabilidad pública y tienen en sus manos la libertad, los bienes y la vida de las personas.
En nuestra reciente Carta Pastoral, publicada el pasado 5 de marzo, Miércoles de Ceniza, nos dirigimos a los laicos, entre otros, invitándoles a ser “ciudadanos del cielo” y no “enemigos de la cruz”.
Ni los clérigos ni los religiosos ocupan cargos en el Poder Judicial, el Ministerio Público, el Poder Legislativo o el Poder Ejecutivo… ¡Qué gran oportunidad y desafío tienen los laicos! Son la mayoría en la Iglesia; por eso, les invitamos a asumir su compromiso bautismal y que sean testigos del Evangelio en esos ámbitos. Un principio fundamental del Magisterio social de la Iglesia es la dignidad de la persona humana. Así también, la República del Paraguay se fundamenta en el reconocimiento de la dignidad humana (CN, 1b).
En este sentido, expresamos en la Carta Pastoral que la vigencia de una verdadera institucionalidad democrática permitirá que se vivan los valores y virtudes expresados en nuestro himno nacional: “ni opresores ni siervos alientan donde reinan unión e igualdad”. Esto implica un Estado de Derecho donde todos los ciudadanos estén sujetos a las mismas leyes, que protejan su dignidad, su vida y sus bienes. Por ello, se vuelve cada vez más fuerte el clamor de una justicia para todos, pronta y sin distinciones económicas o de poder. Una justicia independiente, con probada rectitud, honestidad y patriotismo, debe constituirse en la salvaguarda y garantía para nuestro sistema democrático.
El Poder Judicial es el custodio de la Constitución Nacional (Art. 247), por lo que debe ser celoso de su independencia de otros poderes del Estado y de otros poderes contantes y sonantes. En este sentido, para que los ciudadanos sean iguales ante la ley en derechos y garantías, es fundamental que, en el ejercicio de sus funciones, el Ministerio Público y la Corte Suprema administren y sopesen la balanza de la justicia sin interferencias amañadas.
Exhortamos a los abogados, fiscales, jueces, magistrados bautizados a ser testigos creíbles de Jesús en sus ámbitos de competencia; con coraje evangélico, sin sometimientos a poderes fácticos, capaces de jugarse por la Verdad para administrar y hacer justicia con balanzas justas y equilibradas sin otros intereses que defender la justicia, la dignidad de las personas, configurándose a las leyes de la Rca. ( Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida)
Dice el Señor: el ayuno que yo quiero es éste: “que sueltes las cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos y que acabes con todas las opresiones…” (Isaías 58,6).
Con María, madre de la Justicia, confiamos en la misericordia de Dios, Todopoderoso. En el Evangelio, Él nos dejó este mandato: “Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”.
Asunción, 16 de marzo de 2025.
+ Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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