“QUE TODOS SEAN UNO”

(Juan 17,21)

Hermanas y hermanos en Cristo:

Con inmensa gratitud al Señor por su bondad y por su misericordia, que me llamó a su servicio en la Iglesia, asumo hoy con alegría la titularidad de esta hermosa e histórica Basílica de San Giovanni a Porta Latina, integrándome así al Clero de Roma, en plena comunión con Francisco, obispo de esta Iglesia particular y Pontífice de la Iglesia Universal.

Con el llamado y la confianza del Santo Padre para integrar el colegio cardenalicio y con la toma de posesión de la titularidad de esta parroquia de la Diócesis de Roma, inicio la nueva misión que la Iglesia me encomienda al servicio de la Iglesia Universal.

Como la Santísima Virgen María, desde mi consagración presbiteral y episcopal siempre, con humildad, dije: “Hágase en mí según tu palabra”.

Soy un peregrino al servicio del Reino de Dios por medio de la Iglesia. Siempre he dicho Sí a la voluntad de Dios expresada por medio de la Iglesia, desde que fui ordenado presbítero un 24 de agosto de 1985 en la parroquia La Piedad, de Asunción, y como obispo, desde 1997, habiendo sido auxiliar de Asunción, obispo de San Lorenzo, de San Pedro, del Obispado Castrense, de Villarrica y Caazapá, hasta volver a la arquidiócesis de Asunción, como arzobispo metropolitano.

Rico en misericordia, el Señor me ha encomendado esta misión en un momento en que la Iglesia universal, con el Papa Francisco, está en salida misionera y en camino sinodal, volviendo con fuerza a los orígenes del Evangelio en el espíritu del Concilio Vaticano II, en el empeño para la renovación de la Iglesia en orden a ser un instrumento eficaz para que el Reino de Dios y sus valores se hagan presente en el mundo actual.

El Obispo de Roma me confía también el pastoreo de la Iglesia universal incorporándome como miembro de su Clero en esta parroquia de San Giovanni a Porta Latina. Con la confianza en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, bajo la maternal protección de María Santísima, en comunión y guiado por el Magisterio de Francisco, asumimos esta misión.

Mi gratitud y reconocimiento a los Padres Rosminianos, en la persona del Rector de la Basílica, el P. Geoffrey Feldman, por la atención pastoral de calidad de los fieles que acuden a esta parroquia buscando a Dios en los sacramentos, nutriéndose de la Palabra de Dios y recibiendo la adecuada catequesis y orientación espiritual que los impulse a vivir plenamente su fe en la caridad activa hacia los hermanos más necesitados.

Sé que ese servicio pastoral que prestan los padres Rosminianos es muy apreciado por quienes frecuentan y acuden a esta antigua y hermosa Basílica dedicada a San Juan.

El Señor quiso confiarme esta parroquia bajo el cuidado pastoral del Instituto de la Caridad, de los Padres Rosminianos, con cuyo carisma y espiritualidad me siento en comunión.

En efecto, la apertura total a la Voluntad de Dios, en actitud de salida, para ser discípulos misioneros del Señor para mostrar el rostro misericordioso del Padre por medio de la caridad, es la misma espiritualidad que anima nuestro ministerio sacerdote y obispo.

Me admira la historia de esta Basílica y me siento honrado de ser parte de ella desde hoy, 7 de diciembre del año del Señor 2022, vísperas de la mayor fiesta mariana en el Paraguay, donde la Inmaculada Concepción es venerada y amada bajo la advocación de la Virgen de los Milagros de Caacupé.

El Paraguay tiene una población aproximada de unos siete millones, trescientos mil habitantes. Se estima que, durante todo el novenario, pero sobre todo estos días 7 y 8 de diciembre, aproximadamente cinco millones de peregrinos habrán llegado hasta la Basílica y Santuario de Caacupé para venerar a la Madre y expresarle su gratitud por las gracias recibidas por su intercesión.

Repito. Admiro la historia de esta Basílica dedicada a San Juan Evangelista, en cuyo texto se inspira mi lema episcopal “que todos sean uno” (Jn 17,21). Según las fuentes consultadas, el martirio del apóstol Juan ocurrió cerca de la Porta Latina.

Cuentan los martirólogos que, a partir del siglo VII, ya se celebraba la fiesta en honor a San Juan en las cercanías de esta Basílica.

La historia de la Basílica se remonta al pontificado de Gelasio (492-496) y que fue consagrada por Celestino III en 1190. Así también, sé que ha tenido diversas restauraciones hasta lo que es en la actualidad, ya bajo la responsabilidad de los Padres Rosminianos, para devolver al edificio su antigua sencillez.

Conforme a lo que dispone el Derecho Canónico (357 § 1.), a partir de este acto de toma de posesión en esta Iglesia en la Urbe, se nos encomienda la misión de promover el bien de la misma con nuestros consejos y patrocinio. Por ello, asumimos el compromiso de permanecer en comunión en la oración, en el afecto y en todo cuanto podamos cooperar con sus responsables directos.

En el cumplimiento de esta misión, quisiera compartir algunas reflexiones.

En primer lugar, reitero mi gratitud y reconocimiento al trabajo pastoral que se está realizando desde esta Iglesia. Les aliento a fortalecer y profundizar el camino del servicio a la caridad en una sociedad cada vez más necesitada de testimonios que permitan a las personas el encuentro personal con Cristo y, como consecuencia, creer en Él y seguirlo.

Asimismo, invito a colaborar activamente con el Obispo de Roma, el Papa Francisco, en su impulso de las orientaciones del Concilio Vaticano II para que la Iglesia sea cada vez más misionera, abierta, samaritana, pobre para los pobres, que pueda llegar a las periferias existenciales de tantos hermanos y hermanas para anunciarles la alegría del Evangelio y llevarles la caricia del Padre Misericordioso.

El Santo Padre nos llama a ser una Iglesia sinodal; necesita nuestra activa colaboración tanto en Roma, Asunción o en cualquier parte del mundo para impulsar y fortalecer la eclesiología del Concilio Vaticano II, Iglesia Pueblo de Dios, en el caminar juntos, en la escucha fraterna, en la corresponsabilidad, cada uno desde nuestro rol específico: obispos, presbíteros, diáconos, personas de vida consagrada, fieles laicos, para que la Iglesia sea casa y escuela de comunión e instrumento eficaz del Reino de Dios y su Justicia.

Finalmente, dejémonos inspirar en nuestra vida y acción pastoral por el Evangelio y los escritos de San Juan, el discípulo amado.

Estamos en tiempo de ADVIENTO, en el cual la liturgia nos invita a prepararnos para recordar la primera venida del Señor, cada vez más próximos a la Navidad y, sobre todo, a preparar la segunda venida del Señor, en el final de los tiempos.

San Juan nos recuerda que “la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (1,14); que el mandato del Señor es el amor traducido en servicio a los demás, como Él lo hizo (13,13-15); que permanezcamos en el amor de Cristo, que significa poner en práctica sus mandamientos (15,9-11) y que su mandamiento es que nos amemos unos a otros, como Él nos ha amado; y que nos eligió como amigos (15,14-16).

Si nosotros permanecemos en su amor y nos amamos unos a otros como él nos ha amado, el Padre nos concederá todo lo que pidamos en su nombre.

Cómo no alabar y dar gracias a Dios, por cuya providencia asumo hoy la titularidad de esta Iglesia de San Giovanni a la Porta Latina. Este humilde servidor ha tomado de su evangelio su lema episcopal: “Que todos sean uno” y ha hecho de esta oración del Señor el programa de su servicio episcopal.

Hermanas y hermanos, recen por mí como yo lo hago por ustedes para que seamos testigos creíbles del amor de Dios, con el amor concreto al prójimo.

Que María Santísima interceda por nosotros.

Así sea.

Roma, 7 de diciembre de 2022.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción