De la carta del apóstol Santiago: 1, 17: nos dice que Dios creador, creador de la luz, luz no solamente de los astros, de la millones de estrellas, sino de la luz, única e infinita, que nos ha iluminado, y que no tiene cambios ni sombras. Él nos engendró por medio del Evangelio, hemos nacidos de Dios. Tanto amo Dios al mundo, que envió a su único hijo, para que todo el que crea en El, tenga vida eterna,  el amor hecho carne, carne hecha amor, en el vientre de María santísima. Elegidos somos para encarnar el Amor, para el crecimiento espiritual, amamantados por su Palabra.

Acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos. Pongan en práctica esa palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo corrompido. Como la Palabra encarnada, ha venido para ser y hacer siempre el bien. La Palabra de Vida, es luz que ilumina, y disipa las tinieblas del mal y la corrupción. La corrupción, acecha para devorar la luz, como en una vorágine, como los agujeros negros cósmicos, no permiten que ninguna luz brille. Todo apaga para sumir la existencia en cenizas.

La corrupción del corazón, solo engendra el mal, corrompe y se corrompe. Hemos escuchado en estos días, que tantos niños, niñas, mujeres han sido víctimas de abusos y violaciones, tantas vidas heridas y profundamente dañadas por vorágines de pecados, insaciables en sus apetitos de muerte. Reclama al cielo y nos desafía, como comunidad nacional, cuidar y prevenir, que hechos luctuosos como lo sucedido, no se cometan más contra la vida, la dignidad  y la inocencia de los niños.

La peor corrupción es maquillar el propio pecado con mascarillas de espiritualidad, de religiosidad. Mascaras para disfrazar el mal. Ser muy religiosos, como corderos por fuera y voraces caníbales o antropófagos por dentro. (Mc. 7)«Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; (Cfr) lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, proxenetismo, secuestros de personas, tratas, robos, licitaciones amañadas, homicidios, sicariatos, odios, abusos, acosos, ciberacosos y difamaciones en redes,   adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.   Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro». Las maldades de grandes intereses para fagocitar y destruir y contaminar  la naturaleza, la casa común para facturar los propios intereses monetarios. Cabar agujeros negros en el planeta tierra que está enferma es acelerar su agonía.

En su mensaje el Papa Francisco este año por el Domingo de la Palabra en enero, nos recuerda hoy entrando en sept., mes de la Biblia: La Palabra, nos atrae hacia Dios y nos envía hacia los demás para ser guardianes unos de otros. Nos atrae hacia Dios y nos envía hacia los demás. No nos deja encerrados en nosotros mismos, sino que dilata el corazón, hace cambiar de ruta, abre escenarios nuevos y desvela horizontes insospechados.

Si miramos a los amigos de Dios, a los testigos del Evangelio en la historia, a los santos, vemos que para todos la Palabra ha sido decisiva. Pensemos en el primer monje, san Antonio, que, impresionado por un pasaje del Evangelio cuando estaba en Misa, lo dejo todo por el Señor; pensemos en san Agustín, cuya vida dio un vuelco cuando una palabra divina le sanó el corazón; pensemos en santa Teresa del Niño Jesús, que descubrió su vocación leyendo las cartas de san Pablo. Y pienso en el santo de quien llevo el nombre, Francisco de Asís, quien, después de haber rezado, leyó en el Evangelio que Jesús envía a los discípulos a predicar y entonces exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica» (Tomás Celano, Vida primera de San Francisco, 22). Son vidas transformadas por la Palabra de vida, por la Palabra del Señor.

Pero me pregunto: ¿por qué para muchos de nosotros no sucede lo mismo? Muchas veces escuchamos la Palabra de Dios, nos entra por un oído y nos sale por otro, ¿Por qué? Tal vez porque como nos muestran estos testigos, es necesario no ser “sordos” a la Palabra. Es el riesgo que corremos, ya que abrumados por miles de palabras, no damos importancia a la Palabra de Dios, la oímos, pero no la escuchamos; la escuchamos, pero no la custodiamos; la custodiamos, pero no nos dejamos provocar por ella para cambiar; la leemos, pero no la hacemos oración, en cambio «debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre» (Dei Verbum, 25).

Hermanos y hermanas, la Escritura dice que Dios es “principio y autor de la belleza” (cf. Sb 13,3), dejémonos conquistar por la belleza que la Palabra de Dios trae a nuestra vida. Acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes (St. 1,22). Que la primavera que también comenzamos este mes sea presagio del prodigioso sembradío que crezca en nosotros con abundantes y exuberantes frutos del Espíritu.  María Santísima Madre Nuestra nos conduzca siempre por la escucha, obediencia y vivencia de la Palabra.

Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo de Asunción

1º septiembre 2024