SANTA MISA
Domingo 14 de septiembre de 2025
HOMILÍA
Queridos hermanos y hermanas: En este mes de septiembre celebramos tres aspectos fundamentales de nuestra fe: el Mes de la Creación, el Mes de la Palabra de Dios y el Mes de la Juventud. El 1 de septiembre iniciamos el Tiempo de la Creación, que se prolonga hasta el 4 de octubre, memoria de San Francisco de Asís. Es un tiempo para contemplar, agradecer y custodiar la obra de Dios. El 30 de septiembre recordamos a San Jerónimo, traductor de la Biblia al latín, quien enseñó: «Ignorar la Escritura es ignorar a Cristo». Y hoy podemos añadir, haciendo alusión a sus palabras, que también ignorar la creación es ignorar a Dios, porque en la naturaleza se refleja la belleza y la sabiduría del Creador.
Los Padres de la Iglesia recordaban que la creación es el primer libro donde podemos leer la manifestación de Dios. Y allí escuchamos la voz del Génesis: «Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno» (Gn 1,31). En esta primordial Palabra de Vida se manifiesta la ternura del Creador, que sigue sosteniendo al mundo con amor. Además, septiembre es el mes de la juventud, y en ellos florece la Iglesia con esperanza, entusiasmo y creatividad. Los jóvenes son el presente vivo del Evangelio y la semilla de un futuro mejor. Por eso, este mes nos invita a una triple misión: escuchar la Palabra de Dios, custodiar la creación con responsabilidad y acompañar a nuestros jóvenes, para que ellos mismos sean sembradores de esperanza en nuestra patria.
La reciente Semana Social de la Pastoral Social Nacional, realizada en la Arquidiócesis de Asunción y dedicada al cambio climático y al cuidado de la casa común, nos recordó que la defensa de la tierra es también defensa de los pobres y de las generaciones futuras. El discípulo del Señor es aquel que siembra la buena semilla de la Palabra en los corazones y, al mismo tiempo, siembra la semilla de la solicitud, el resguardo, la protección y la defensa de nuestros entornos ambientales. Porque cuidar la tierra es reparar, restaurar y prevenir. Es también mejorar las condiciones de vida en lo que podríamos llamar la ecología humana integral, para que la naturaleza y los que la habitamos no sigamos contaminándonos en macabros procesos autodestructivos.
El Evangelio de este domingo (Lc 15,1-32) nos presenta la parábola del hijo pródigo: un hijo que se aleja y malgasta todo, y un Padre que lo espera, lo perdona y lo reintegra con alegría. Es una catequesis viva de misericordia: Dios nunca se cansa de esperar y siempre recibe con amor al hijo que vuelve. Y esta parábola ilumina también nuestra misión de catequistas y de Iglesia: como el hijo pródigo, todos podemos perdernos, alejarnos o malgastar la gracia; como el hijo pródigo, podemos volver con humildad y encontrar misericordia; y como el Padre misericordioso, estamos llamados a abrir los brazos para recibir, reconciliar y acompañar a quienes regresan. La Iglesia florece cuando vive esta dinámica de perdón y acogida, porque solo así la Palabra da fruto en los corazones.
San Pablo, en la carta a Timoteo, se reconoce como ese hijo pródigo: «Dios tuvo misericordia de mí, porque obraba por ignorancia, y la gracia de nuestro Señor sobreabundó con la fe y el amor que tenemos en Cristo Jesús». De perseguidor pasó a apóstol. Esto nos recuerda que nadie está tan lejos que no pueda volver, ni tan indigno que no pueda servir al Evangelio.
El catequista no es alguien perfecto, sino un discípulo que, a pesar de sus debilidades, se reconoce amado y enviado. Como el hijo pródigo, también dice: «Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15,18-19). Somos jornaleros en la viña del Señor, colaborando con el primer Catequista, que es Jesús. Nuestro salario es la providencia abundante de Dios: «El que deja todo por mí recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna» (Mt 19,29). Y en nuestro tiempo, el Señor también nos pide ser jornaleros y custodios de la casa común, cuidando con solicitud la tierra, y ser expertos en el cuidado, el buen trato y la prevención, especialmente hacia los más pequeños: niños, niñas, adolescentes, jóvenes y adultos vulnerables, que se nos confían y por quienes tenemos una responsabilidad sagrada. Esto incluye la prevención de todo tipo de abusos: de poder, de conciencia y espirituales, que hieren la dignidad y la libertad de las personas. Nuestra misión es asegurar que en las comunidades cristianas reine siempre el respeto, la misericordia y la verdad que vienen del Evangelio.
En Paraguay tenemos ejemplos luminosos de catequistas y testigos de la fe: San Roque González de Santa Cruz y compañeros mártires; Chiquitunga, que vivió la santidad en lo cotidiano; Padre Julio César Duarte Ortellado, constructor de comunidades; y el Padre Pedro “Pai Puku”, cuyo proceso de canonización se abrió el 7 de septiembre. Ellos sembraron esperanza, cuidaron de los más frágiles y nos muestran que la fe se transmite con la vida, y la vida hecha catequesis.
Nuestra tierra es tierra fértil para buenos sembradíos, pero también se la convierte en tierra estéril de cizañeros; cizañeros son los que mercantilizan y corrompen el vientre de la tierra bendecida que tenemos en Paraguay, explotándola sin conciencia, olvidando a los pobres y destruyendo los frutos de justicia y de paz que Dios sueña para su pueblo. Pero los discípulos del Señor están llamados a desechar la cizaña, con la fuerza del Evangelio, sin sofocar el buen trigo que sigue creciendo en nuestra patria. Jesús nos recuerda: «El Reino de los cielos sufre violencia» (Mt 11,12). No es violencia destructiva, sino la firmeza de la verdad, la justicia y el amor que arrancan la cizaña sin sofocar el trigo.
Queridos hermanos: en este mes de septiembre, renovemos nuestro compromiso de escuchar la Palabra, custodiar la creación con responsabilidad y acompañar a los jóvenes. Nuestros catequistas paraguayos viajarán a Roma del 26 al 28 de septiembre para participar del Jubileo como Peregrinos de Esperanza. Ellos representan a toda la Iglesia del Paraguay, llevando en su corazón la fe y la esperanza de nuestro pueblo. Pidamos al Señor que, siguiendo el ejemplo de San Jerónimo, San Roque, Chiquitunga, el Padre Duarte Ortellado y el Padre Pai Puku, sepamos ser discípulos misioneros que siembran la Palabra, protegen la creación y acompañan a la juventud para hacer misioneros y catequistas del Señor, con la vida y la vida hecha catequesis, en la construcción de nuestra patria soñada.
Amén.
Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo de Asunción
14 de septiembre de 2025
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