Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta pronunciar una y otra vez: «Dios te Salve Maria» (Alegranse y regocíjense: Exhortación Apostolica del Papa Francisco, 19 marzo del 2018) )

El profeta Elias (870 años antes de Cristo) quien subió a la cima del Monte Carmelo (en medio de una gran sequía)  para orar  “postrado rostro en tierra con el rostro entre las rodillas” (1 Re 18,42). Por siete veces le dijo al criado de mirar hacia el mar. A la séptima vez, el criado le dijo: “Sube del mar una nube pequeña como la palma de una mano” . Finalmente llega el signo que el profeta esperaba. Le basta una pequeña nubecilla para entender que Dios enviará la lluvia sobre la tierra. En aquel momento, “el cielo se oscureció con nubes, sopló el viento y cayó agua en abundancia”. El final de la sequía había dejado en claro que El Señor era el único Dios, fuente de la fecundidad y de la bonanza, y cuyo poder alcanza a toda la naturaleza.

Aquella pequeña nube, contemplada por Elías como presagio de la bendición de la lluvia, ha sido vista (en la tradición) como un signo de María. Ella, la pequeña “sierva del Señor” (Lc 1,38), pequeña y fecunda como la nubecilla del Carmelo, con su fe y su disponibilidad al proyecto salvador de Dios ha representado para la humanidad un nuevo inicio en la historia de la salvación. En ella, “pequeña nube” elegida desde siempre por Dios, se ha escondido el Verbo eterno para dar la vida al mundo.

Ella se ve en Dios, Radiante de Luz, como en un espejo, selfie, su perfil de pequeña y humilde. Se mira en Dios, apenas como un reflejo de esa luz, ella pequeña, servidora de la Palabra, transfigurada de alegría, canta la grandeza del Señor. La vida en Dios nos transfigura. La Virgen nos enseña y señala, en qué la alegría consiste. En ser mirados y dejarse mirar.  El mira la humildad hecha amor por el Amor. El nos transforma en la alegría que mana. De Dios mismo. La alegría del Amor fundida en el Amor.

Santa Teresita del Niño Jesús: La caridad me guía, ella es mi estrella, a su luz voy bogando sin error. Mi divisa está escrita en mi velamen: « Vivir de amor» Vivir de amor cuando Jesús se duerme en medio de una mar embravecida.  ¡oh, no temas, Señor, que te despierte!, espero en paz la celestial orilla

Ella la Virgen del Carmen es estrella del Mar. Quién nos guía hacia el Sol, luz resplandeciente que guía en tinieblas disipadas. Mares cerrados, con pronunciados precipicios,   que se abren para hacer puentes de liberación de las amenazas y los miedos.

(Lc. 1) Proclama nuestra alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la humildad de Santa María nuestra madre. Le  felicitamos todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en ella : su nombre es santo. Y en la santidad de la madre nos cobijamos alegres.

Cuando cae agua en abundancia decimos que es bonanza, prosperidad espiritual.  En ella, en su corazón de madre nos sumergimos para beber del agua. El agua que yo le daré se convertirá en él en una fuente de agua que brota para vida eterna. (Jn 4, 14). Del vientre de María ha brotado la Vida, el Dios hecho hombre para fecundar la vida de los hombres y mujeres en la santidad de Dios.

Lavarse las manos es protocolo sanitario en tiempo de gripes. Lavarse el corazón del lodo y la suciedad del pecado no es solamente un protocolo, más bien es condición y exigencia cristiana, la exhortación  de amor de nuestra madre Santísima, para purificarnos el espíritu de los contagios que corrompen y ensucian el corazón y pueden llevarnos a morir eternamente. Muerte eterna es morir al Amor; que el amor en el Amor se apague es malgastar la vida. Vida sin sentido. Un absurdo. Dios nos creo para amar a Dios y al prójimo cómo a uno mismo. No todo lo que brilla es oro cuando se empeña el propio decoro. Ni todo lo que brilla es decoro cuando se vende por oro. La dignidad humana no es mercancía.

Vemos sin embargo en el Paraguay de hoy elevados niveles de corrupción pública y privada; pareciera que el lodo del pecado sigue aumentando, cuando la dignidad de los niños, las mujeres, las familias son socavados, una sociedad cada vez más violenta e indiferente a las necesidades del prójimo, donde no pocas veces se ve la actitud del “sálvese quien pueda”, nos indican que el esfuerzo de sembrar la buena nueva del evangelio no ha permeado los criterios de juicio, la moral,  los valores y la conducta de amplios sectores de nuestra sociedad que se declaran cristianos católicos.

Muchos de los males sociales son cometidos por bautizados, que están entre los que ocupan cargos de responsabilidad en la sociedad, males que son tolerados por una sociedad que ha perdido el sentido del pecado.

La inmaculada, la toda pura nos enseña a bañarnos en el agua de la gracia, ella la toda limpia, nos quiere hijos e hijas limpios de las pequeñas o grandes corrupciones que arrugan el corazón. Las arrugas del corazón envejecen el espíritu, arrugan la sociedad y nos encierran en el egoísmo. Nos hacen incompasivos. Todo gira en torno a nuestros apetitos y ambiciones.

En los jardines del Carmelo de Asunción ha fecundado y florecido la santidad, como de tantas que han dedicado sus vidas a la oración y especialmente como la de la Beata María Felicia de Jesús Sacramentado.

El 8 de septiembre de 1954, Chiquitunga se consagra a la Santísima Virgen en el marco del Año Mariano. Después de varios meses de preparación pronuncia su consagración. El 28 abril 1959 en ocaso de su vida (ya se apagaba) pide la lean el poema de Santa Teresa de Jesús: “Muero porque no muero”. Se yergue de pronto en su cama y exclama: “¡Jesús, te amo! ¡Que dulce encuentro! ¡Virgen María!” Y Jesús la lleva con El.

La Virgen María comomodelo acabado del espíritu de la Orden” (Constituciones OCD, 49) y fuente de protección y auxilio en Cristo en medio de las adversidades de la vida, de lo cual es un signo elocuente el escapulario del Carmen. Hoy nos re consagramos a la Virgen María, vistiendo el escapulario. Quien viste el escapulario debe procurar tener siempre presente a la Santísima Virgen y tratar de copiar sus virtudes, su vida y obrar como Ella, María, obró, según sus palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y podamos pronunciar con nuestra vida como Chiquitunga: “¡Jesús, te amo! ¡Que dulce encuentro! ¡Virgen María!”

Mons. Adalberto Martínez Flores

16 de julio de 2025