LA FAMILIA, LA GRAN CONSTRUCTORA DEL FUTURO

Hermanas y hermanos en Cristo:

La liturgia de la Iglesia dedica este último domingo del año a la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret y, de esta manera, poner de relieve la centralidad de la familia en la Iglesia y en la sociedad.

Estamos en tiempo de Navidad y las lecturas que nos propone la liturgia nos sigue presentando modelos de fe, de confianza, de esperanza y de obediencia a Dios.

En Navidad, resaltábamos la fe de la Virgen María y de San José y su obediencia total a la Voluntad de Dios, lo que hizo posible la venida de Salvador, Jesucristo, el Señor.

La historia de la Salvación está marcada por la fe y la confianza de personas concretas que creyeron, que confiaron, que esperaron contra toda esperanza y contra toda lógica humana.

Hoy se nos entrega el testimonio de Abraham y de Sara, de Simeón y de Ana, todos ellos ancianos, que esperaron contra toda esperanza y contribuyeron al cumplimiento de las promesas de Dios, no solo con ellos, sino con Israel y con toda la humanidad.

El simbolismo y el mensaje de la liturgia de la Palabra en Navidad y ahora en el domingo de la Sagrada Familia, nos presenta con gran claridad el puente entre al Antiguo y el Nuevo Testamento, que la familia humana ha estado siempre presente en los planes de Dios y que se prolonga de generación en generación. Los ancianos del AT y los jóvenes de NT, con los hijos, con Isacc, primero, y con Jesús, después, nos muestran el itinerario y las circunstancias que desde siempre han rodeado a una familia: amor y confianza, pero también momentos de dolor, de pruebas, pero con la esperanza puesta en las promesas de Dios.

En la primera lectura, vemos que la fe de Abraham se manifiesta en su obediencia a Dios: cuando salió de su tierra (cfr 12,4) y cuando más tarde estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo (cfr 22,1-4). Este aspecto de la obediencia de Abraham es el que pondrá especialmente de relieve la carta de Santiago, invitando a los cristianos a dar pruebas de la autenticidad de la fe mediante la obediencia a Dios y las buenas obras: «Abraham, nuestro padre, ¿acaso no fue justificado por las obras, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?”.

En la carta a los Hebreos, en primer lugar (v. 1) define la esencia de esta virtud: por medio de la fe, el creyente adquiere una certeza firme respecto a las promesas divinas.

Entre todos los ejemplos de fe destaca el de Abraham (vv. 8-19), el modelo por excelencia de fe en Dios en el Antiguo Testamento. «Obedecer en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 144).

Meditemos el mensaje del pasaje del evangelio de san Lucas, que nos invita a conocer y reconocer a la Sagrada Familia de Nazaret y sus enseñanzas para nuestra vida de fe y para nuestra vida cotidiana como personas individuales, como familia, como comunidad y como nación paraguaya.

La corta referencia del evangelio de Lucas a la vida en familia de Jesús viene a ser como un himno a ese lugar privilegiado. Ni la vida ni la obra de Jesús se pueden comprender sin referencia a su nacimiento y a su infancia. Fue la familia de Nazaret la que integró a Jesús en la sociedad. La institución familiar es la encargada de integrar a los nuevos miembros en la sociedad. Es, por tanto, la gran constructora del futuro.

En la Familia de Nazaret se arropa la semilla que acaba de nacer, mientras el tallo es débil; por eso Dios, que se hizo tan débil en Jesús, necesitó los cuidados, el cariño, el amparo de José y de María. «El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba».

No fue una familia sin dificultades, ya que era muy pobre, el nacimiento de Jesús no fue fácil, José tuvo muchas dudas, se exiliaron por temor a los poderosos, y los padres no entendieron bien al hijo. A pesar de todo, por su fidelidad a Dios, es modelo de familia creyente.

Había que tener muy limpios los ojos, muy lleno el corazón de fe en las promesas del Señor, para descubrir, en aquella familia pobre y corriente, a la esperada familia salvadora: el hogar que Dios se preparó para encontrarse definitivamente con el hombre. Hubo dos ancianos -Simeón y Ana- que tuvieron ojos y corazón para descubrirlo. Y sus vidas se llenaron de luz. Ya todo tenía sentido, ya había camino, Dios se había puesto muy cerca, ya podían morir en paz.

A ejemplo de la Sagrada Familia, la familia cristiana viene a ser como un pequeño milagro. En ella florecen, contra viento y marea, los valores más preciosos de la vida, precisamente aquellos que no pueden comprarse con dinero: el amor que se entrega más al que más lo necesita, el perdón gratuito, la fidelidad sin límites.

Movida siempre por el amor, buscadora ilusionada de la paz en todas las tormentas, con Dios como timonel, y como faro, y como puerto… la familia cristiana navega, sabiendo que tiene toda una vida por delante. Segura de que puede ser, todavía, la alternativa que saque al mundo de ese atasco de barro y desaliento en que se muere.

Hoy, mirando largamente a esta “sagrada familia” de José, María y Jesús, comprendemos que el cielo no está lejos: que puede empezar aquí, si en cada una de nuestras familias se cultivan los valores que hicieron feliz a aquella familia de Nazaret.

La familia es una institución humana central que ha evolucionado profundamente. No se la puede absolutizar de un modo tradicionalista, ni se la puede rechazar como si su función ya no tuviera sentido. La familia es transmisora básica de identificación humana y cristiana, a pesar de muchas deficiencias y dificultades internas y externas. Puede ser el puerto seguro, la fortaleza desde la cual se enfrenta a una sociedad deshumanizada, al desarrollar el sentido de la vida y de la persona.

La familia sigue siendo la célula de la sociedad, pero a su vez la familia recibe el influjo que le viene del exterior. Es en la familia donde mejor se encuentra aquello que el hombre más urgentemente necesita, sobre todo en la sociedad moderna: espontaneidad, amor, acogida, paz, ayuda afectiva y efectiva.

La familia es cuna y refugio de la vida humana si se estructura sobre el paradigma de la familia de Nazaret. El futuro del mundo y de Dios en el mundo tendrá el color que le den las familias cristianas.

Nos alegra saber que en el Paraguay varias instituciones del ámbito público se han declarado pro vida y pro familia. Eso es muy bueno. Pero es necesario dar otros pasos. Les alentamos a traducir esa declaración de intenciones en gestos coherentes, con acciones y decisiones que favorezcan la defensa de la vida en todas sus etapas creando las condiciones para el fortalecimiento de la familia con el acceso a tierra, techo y trabajo, las tres “T” que menciona el papa Francisco. Podemos mencionar también otros ejes de necesidades en las familias, el acceso a la salud integral, a la educación integral, a la alimentación integral. Podríamos llamarlas las tres “I”.

Es un deber ciudadano, justo y necesario defender la vida y la familia, sobre todo, cuando en el ámbito de la instituciones públicas se asuma plenamente la gran y grave responsabilidad de crear, diseñar o ejecutar justamente, las políticas públicas prioritarias para la protección social de los sectores más vulnerables.

Ser defensores de la vida y la familia requiere valentía y coraje, generosidad y altruismo, empatía y patriotismo, que necesitan traducirse en un testimonio de vida y de actuación convincente de las personas y de nuestra instituciones para dedicar todo su empeño, sus energías y las responsabilidades de su cargo para favorecer el bien común de todos los habitantes del país.

Esa defensa de la vida y de la familia, encuentra pleno respaldo en la Constitución Nacional y en las leyes de la República. Se trata de cumplirlas y hacerlas cumplir.

La maternidad y la misión de la Santísima Virgen María en la historia de la salvación nos muestra que el respeto y el valor de la vida es incluso anterior a la concepción, embarazo y nacimiento del ser humano. En efecto, María fue preservada de toda mancha, de todo pecado, de todo mal, para que su seno virginal reúna los requisitos para ser la Madre de Dios. Es decir, ella fue preparada y recibió una atención especial de Dios para cumplir a cabalidad su misión maternal.

A ejemplo de María, todas y cada una de las futuras madres deben recibir una atención especial e integral del Estado en términos de políticas públicas para que, en el momento de la concepción de un hijo, tengan las condiciones espirituales, psíquicas, afectivas, físicas y materiales que le permitan desarrollar una vida digna, plena y feliz.

¿A qué nos referimos? El futuro del niño por nacer se inicia antes de la concepción. Esto implica que la calidad de vida de la futura madre marcará profundamente las capacidades y oportunidades de este nuevo ser humano.

Si la futura madre no accede a sus necesidades básicas de educación, salud, alimentación, afecto, protección y seguridad, entre otras condiciones, el niño en su vientre estará sufriendo las privaciones de su madre y no recibirá lo que necesita en términos de capacidades físicas y espirituales, lo que condicionará sus oportunidades para una vida digna y plena. Estará sancionado a repetirse el círculo vicioso de la pobreza.

Además, urge implementar la ley de la primera infancia, dotando del presupuesto adecuado a las instituciones encargadas de su aplicación.

Una sociedad mayoritariamente cristiana y mariana no puede seguir tolerando ningún tipo de maltrato y de abuso contra las mujeres que, muchas veces, terminan en feminicidios. La familia tiene que ser un lugar seguro para los niños, los ancianos, los discapacitados y las mujeres. El Estado tiene la obligación de amparar sus derechos y promover la protección social integral para sus miembros más débiles.

Al referirnos a la niñez y la adolescencia, no podemos dejar de recordar a los miles de niños, niñas y adolescentes desaparecidos. Sabemos que existen algunas personas y organizaciones que se preocupan y se ocupan de este doloroso hecho, pero se necesita un esfuerzo interinstitucional coordinado, serio y perseverante para abordar con eficacia la problemática y detener este flagelo.

Las lecturas de este día de la Sagrada Familia están pobladas de la presencia de los ancianos: Abrahán y Sara, Simeón y Ana. Recordemos también en este día a los abuelos y abuelas, a los adultos mayores que viven solos. Y los invito a la realización de un gesto concreto para abrazar a los abuelos. Reconocemos que tenemos instituciones que lo hacen dándoles cobijo especialmente a los desamparados.

Finalmente, no podemos dejar de subrayar que, como Nación paraguaya, somos una familia cuyo tejido social y moral necesitamos fortalecer. Estamos en vísperas de un nuevo año, que siempre es motivo de esperanza, de horizontes mejores para nuestro pueblo. En la Iglesia, estamos en vísperas de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, y de la Jornada Mundial de la Paz.

En este contexto, quisiera culminar este mensaje, en la fiesta de la Sagrada Familia, con la invitación a remover todos los obstáculos que enfrentamos para ser una familia como Nación, con las letras de Canción de Paz, que es un himno a la comunión de los paraguayos y que nos regaló un gran compatriota, don Ernesto Baéz:

Hermanos de raza marchemos unidos, sellemos un pacto de unión nacional, para que esta tierra libre independiente un feliz destino pueda conquistar. Dejemos de lado rencillas caseras, que nos ilumine nuestra tricolor, así nuestros hijos vivirán mañana en tierra bendita de paz y de amor. Paraguayos todos de adentro y de afuera, que el olvido apague si existe el rencor y ya nadie piense en una venganza, sino en la bonanza que trae el perdón. Borremos del mapa el odio y la intriga, toda indiferencia y desigualdad.

Que la Familia de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la Sagrada Familia de Nazaret, Jesús, María y José, bendigan nuestro hogar y nuestras familias, así como a nuestra querida Nación paraguaya.

Deseo para todas las familias un bendecido año del Señor 2024.

Así sea.

Asunción, 31 de diciembre de 2023.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya