ADVIENTO, TIEMPO DE PREPARACIÓN PARA LA VENIDA DEL SEÑOR

Hermanas y hermanos en Cristo:

¡Cómo no alabar, bendecir y agradecer a Dios por compartir esta eucaristía! Gracias por la invitación y por la oportunidad que, para este servidor, no tiene precedentes.

Estar hoy con ustedes, queridos compatriotas, me lleva a recordar y sentir íntimamente su realidad, sus esperanzas, sus sueños, sus dificultades y desafíos, porque también fui migrante.

La libre migración es un derecho, así como la posibilidad de volver para quedarse en el suelo patrio. Pero también, y es el caso de muchos, quizás la mayoría, hay migraciones forzadas, casi un exilio, por razones de fuerza mayor, generalmente relacionadas con la búsqueda de oportunidades para mejores condiciones de vida, que no tienen o que no encuentran en nuestra propia tierra.

En estos casos de emigración forzada por las condiciones socioeconómicas, el proceso de separación de la tierra, de nuestro valle, de la propia familia, es difícil y doloroso. Cuando esta es la situación, en muchos casos la experiencia ha demostrado que los migrantes sufren grandes privaciones y todo tipo de explotación.

Cualquiera sea el motivo o causa de la migración, la persona experimenta las dificultades propias de un proceso de adaptación a una cultura extraña y a las condiciones de vida propias de la sociedad a la cual pretende integrarse y lograr las oportunidades para condiciones de vida digna, que redunde en beneficio de su familia. Lo sé y lo he experimentado.

Sin embargo, en la Iglesia nadie es un extraño. Eso también lo experimenté como joven migrante en los Estados Unidos, cuando tuve la acogida de la Pastoral Hispana, que me permitió encontrar el necesario acompañamiento y la protección de una comunidad eclesial. No fue fácil, pero fue una experiencia que marcó mi vida y me permitió conocer personas extraordinarias que se convirtieron en hermanos y amigos entrañables, y que perduran hasta hoy.

El inicio del nuevo año litúrgico con el primer domingo de Adviento, que nos habla de esperanza, le da un marco propicio a esta visita pastoral de su hermano obispo de Asunción, que también les trae el saludo de los obispos del Paraguay, como presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya.

Toda la liturgia del tiempo de Adviento está centrada en la “espera vigilante” con la que cada uno, por medio de un auténtico espíritu de oración, humilde y confiada, se prepara a recibir la venida del Señor Jesús. La actitud con la cual toda la humanidad, y de modo particular todos los cristianos, deberían predisponerse a recibir al “dueño de casa” es “la espera vigilante”.

Necesitamos estar vigilantes, porque no conocemos “el momento preciso” en que Él regresará a casa. La “casa” puede ser tomada como imagen de la comunidad cristiana, que se preparara a acoger, de manera vigilante, por medio de una vida en oración y por las obras, a “su dueño”; pero es también el hogar espiritual de cada uno, que debe ser edificado cada día.

En el Adviento, el pueblo cristiano revive un doble movimiento del espíritu: por una parte, eleva su mirada hacia la meta final de su peregrinación en la historia, que es la vuelta gloriosa del Señor Jesús; por otra, recordando con emoción su nacimiento en Belén, se arrodilla ante el pesebre.

El Adviento es para todos los cristianos un tiempo de espera y de esperanza, un tiempo privilegiado de escucha y de reflexión, con tal de que se dejen guiar por la liturgia, que invita a salir al encuentro del Señor que viene.

La primera lectura del libro de Isaías se presenta como una oración que instruye a la Iglesia en la actitud penitencial que debe caracterizar a este tiempo litúrgico. “Señor, ¿por qué nos apartas de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? ¿Quién puede comprender el misterio de la iniquidad humana?

En nuestro tiempo, hay tantos ejemplos de la iniquidad humana porque se apartó de los caminos de Dios. Las guerras en Ucrania, en Gaza, en el Sudán y los conflictos en tantas partes del mundo ya han costado miles de vidas inocentes. Las personas y los pueblos son enfrentados entre sí por poderosos intereses económicos que tienen relación sobre todo con la producción y venta de armas. Se propician las guerras para alimentar la industria de la muerte y de la destrucción.

El crimen organizado: tráfico de drogas, tráfico de armas, tráfico de personas, son inmensos negocios donde el ser humano se reduce a la categoría de cosa utilizable y descartable.

Frente a esto el profeta dice: ¡Ojalá rasgaras el cielo y descendieras; las montañas desaparecerán ante ti! Esta petición encuentra la respuesta de Dios en Jesucristo. En él, Dios ha rasgado los cielos y ha descendido entre nosotros. La Navidad es la celebración de las obras maravillosas realizadas por Dios y que nunca hubiéramos podido esperar.

Isaías lo reconoce con humildad y gratitud: Señor, tú eres nuestro Padre, nosotros somos la arcilla y tú el alfarero, somos todos obra de tus manos. Jamás nadie vio ni oyó hablar de un Dios que actúe como tú para quien confía en él. Tu aceptas a los que actúan rectamente y no se olvidan de tus preceptos.

En este domingo de Adviento, la Iglesia fija también la mirada en el Retorno de Jesús en gloria y majestad. El evangelio nos habla de la venida final. ¿Estamos preparados? No, no lo estamos, por eso es necesario un tiempo de preparación que exigen cambios en nuestra vida.

“¡Ven, Señor Jesús!”: esta ferviente invocación de la comunidad cristiana de los orígenes debe ser también nuestra aspiración constante, la aspiración de la Iglesia de todas las épocas, que anhela y se prepara para el encuentro con su Señor. «¡Ven hoy, Señor!»; ilumínanos, danos la paz, ayúdanos a vencer la violencia.

Que en esta espera y preparación durante el tiempo de Adviento, nos guíe y nos acompañe con su intercesión María, la humilde Virgen de Nazaret, elegida por Dios para ser la Madre del Redentor y que también tuvo que salir de su tierra, convirtiéndose en migrante y refugiada con San José y el Niño Jesús.

Que el amor, la misericordia y la bendición de Dios les fortalezca y les acompañe.

Así sea.

San Pablo, Brasil, 3 de diciembre, Parroquia Nuestra Señora de la Liberación.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya