UNA IGLESIA PROFÉTICA AL SERVICIO DE NUESTRO PUEBLO

Hermanas y hermanos en Cristo:

Es para mí muy grato poder compartir y celebrar esta eucaristía en la solemnidad del “más grande hombre naciduo de mujer”, San Juan Bautista, precursor de Jesucristo, Nuestro Señor y Salvador. Muchas gracias por la invitación, querido hermano y amigo, Monseñor Pedro Collar, Obispo de esta Iglesia particular.

Esta es una Iglesia y una tierra de profetas y de profecías; de utopías evangélicas vividas por sus comunidades a ejemplo de las primeras comunidades cristianas y que, como aquellas, sufrieron la persecución y el martirio por vivir auténticamente su fe en Jesucristo.

Hoy, en la solemnidad del nacimiento del mayor profeta de la historia de la salvación, no podemos menos que recordar a otro precursor, al primer obispo de la Diócesis, profeta y mártir, Mons. Ramón Pastor Bogarín Argaña.

Otro pastor de esta Iglesia de San Juan Bautista de las Misiones, Mons. Mario Melanio Medina, dice de Mons. Bogarín: un gran paraguayo, un gran obispo, quien marcó con su vida y enseñanzas un trozo de nuestra historia y se constituye en paradigma por su donación espiritual al servicio de Dios y de los hombres y por su coraje y audacia en la lucha por la verdad, la justicia y el amor que lo ubica entre los grandes pro-hombres de la patria y de la Iglesia.

Monseñor Ramón Bogarin Argaña fue el Fundador de todas las ramas de la Acción Católica. Una de sus integrantes fue la Beata Chiquitunga que se dedicaba a vivir y difundir los principios, valores de la Doctrina Social de la Iglesia y poner en práctica las enseñanzas del Monseñor Ramón Bogarin Argaña junto a las compañeras/os de la Acción Católica.

Con excepción de la Virgen María, el Bautista es el único santo del que la liturgia celebra el nacimiento, y lo hace porque está íntimamente vinculado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. De hecho, desde el vientre materno Juan es el precursor de Jesús.

Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan. Por tanto, él es como la personificación de lo antiguo y el anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos; porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún no ha nacido y, al venir la Virgen María, salta de gozo en las entrañas de su madre. Con ello queda ya señalada su misión, aun antes de nacer; queda demostrado de quién es precursor, antes de que él lo vea. Estas cosas pertenecen al orden de lo divino y sobrepasan la capacidad de la humana pequeñez. (San Agustín, sermón 293).

Los cuatro Evangelios dan gran relieve a la figura de Juan el Bautista, como profeta que concluye el Antiguo Testamento e inaugura el Nuevo, identificando en Jesús de Nazaret al Mesías, al Consagrado del Señor. De hecho, será Jesús mismo quien hablará de Juan con estas palabras: «Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él» (Mt 11, 10-11). (Benedicto XVI, 2012).

Preparar, discernir, disminuir. En estos tres verbos se encierra la experiencia espiritual de san Juan Bautista, aquel que precedió la venida del Mesías «predicando el bautismo de conversión» al pueblo de Israel. Estas tres palabras también definen la vocación de todo cristiano, y lo podemos encontrar en tres expresiones referidas a la actitud del Bautista con respecto a Jesús: «después de mí, delante de mí, lejos de mí». (Francisco, 2014).

La fiesta de San Juan Bautista nos recuerda que toda nuestra vida está siempre en relación con Cristo y se realiza acogiéndolo a él, Palabra, Luz y Esposo, de quien somos voces, lámparas y amigos (cf. Jn 1, 1. 23; 1, 7-8; 3, 29). “Es preciso que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3, 30): estas palabras del Bautista constituyen un programa para todo cristiano.

En efecto, un cristiano no se anuncia a sí mismo, anuncia a otro, prepara el camino a otro: al Señor. Es más, debe saber discernir, debe conocer cómo discernir la verdad y, finalmente, debe ser un hombre que sepa disminuir para que el Señor crezca, en el corazón y en el alma de los demás.

San Juan Bautista es ante todo modelo de fe. Siguiendo las huellas del gran profeta Elías, para escuchar mejor la palabra del único Señor de su vida, lo deja todo y se retira al desierto, desde donde dirigirá la invitación a preparar el camino del Señor. Es modelo de humildad, porque a cuantos lo consideran no sólo un profeta, sino incluso el Mesías, les responde: «Yo no soy quien pensáis, sino que viene detrás de mí uno a quien no merezco desatarle las sandalias» (Hch 13, 25). Es modelo de coherencia y valentía para defender la verdad, por la que está dispuesto a pagar personalmente hasta la cárcel y la muerte. (Juan Pablo II, 2001).

Como auténtico profeta, Juan dio testimonio de la verdad sin componendas. Denunció las transgresiones de los mandamientos de Dios, incluso cuando los protagonistas eran los poderosos. Así, cuando acusó de adulterio a Herodes y Herodías, pagó con su vida, coronando con el martirio su servicio a Cristo, que es la verdad en persona.

¿Qué lecciones nos entregan la vida, las actitudes y las enseñanzas del Bautista para nuestra vida cristiana, para la Iglesia hoy?

Como Juan el Bautista, estamos llamados a ser precursores, ser una voz en el desierto, anunciar la verdad, con humildad, pero con valentía. Para ello es necesario asumir la propuesta del Concilio Vaticano II, como lo hizo el precursor de esta Diócesis, Mons. Bogarín, siendo una Iglesia en salida misionera, samaritana, que llega hasta las periferias existenciales porque sabe y siente que el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de toda clase de afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo. (Gaudium et Spes, 1).

En estas tierras de misiones surgieron aquellos sueños de vivir según el ejemplo de las primeras comunidades cristianas, donde todo lo tenían en común para que a nadie le falte nada, bajo la figura de las Ligas Agrarias Cristianas. La Iglesia, con el obispo Bogarín y, sobre todo, con los jesuitas, acompañó a los sectores campesinos en este proceso, con sus luces y sus sombras. Como San Juan el Bautista, la Iglesia ejercía la dimensión profética de la evangelización pagando su lucha por la justicia y por la verdad con la persecución, el dolor y la muerte.

La realidad de nuestro tiempo también nos interpela para discernir el compromiso con nuestra fe cristiana desde la dimensión profética, porque estamos llamados a instaurar los valores del reino de Dios en nuestra sociedad: reino de verdad, reino de amor, reino de justicia. No podemos ni debemos dejar de escuchar el clamor de los pobres por una vida más digna y más plena.

Esta dimensión profética nos impulsa a denunciar y a combatir todo aquello que oprime al prójimo y le roba su dignidad y felicidad: la corrupción, la impunidad, el poder omnipresente del crimen organizado. Así también, estamos llamados a preparar los caminos del Señor, ser precursores de su presencia salvífica en medio de nuestra sociedad y anunciar un tiempo de gracia para nuestro pueblo.

Un problema estructural que se agrava cada vez más en nuestro país es la tenencia y propiedad de la tierra. Hace 60 años, grupos de familias campesinas de esta región del país, inspirados en el evangelio, soñaron y trabajaron para que la tierra, que es un don de Dios para todos, sea fuente de vida digna y plena e impulsaron las Ligas Agrarias Cristianas.

La Iglesia en el Paraguay, por medio de la Pastoral Social, está en un proceso para impulsar la realización de la Reforma Agraria Integral, que es un mandato de la Constitución Nacional (Art. 114-115). Eso requiere diálogo y consensos, que posibilite un pacto social, necesario y urgente, entre todos los sectores.

Si no hay equidad, justicia social, solidaridad y fraternidad, no se puede asegurar la paz social, condición necesaria para apuntalar el desarrollo integral de nuestro país. Ya lo decía el gran santo Pablo VI, que también lleva el nombre de Juan Bautista, el Papa Montini, precursor de la Iglesia al servicio de la sociedad moderna, con el impulso del Concilio Vaticano II: Desarrollo es el nuevo nombre de la Paz.

En el Paraguay tenemos el mayor pacto social en la Carta Magna, promulgada en junio de 1992. Tenemos buenas leyes, hemos firmado convenios internacionales y que garantizan los derechos de los más pequeños y vulnerables, como los pueblos indígenas, en cuanto al acceso y propiedad de la tierra, entre otros. Es hora de cumplir y hacer cumplir las leyes para la vida digna de nuestro pueblo.

Estamos en vísperas de la asunción de las nuevas autoridades que dirigirán la vida del país los próximos cinco años. Jurarán cumplir y hacer cumplir las leyes, como es de rigor en el acto de toma de posesión.

La Iglesia, como Juan el Bautista, ejerciendo la dimensión profética de la evangelización, estará atenta para acompañar con la verdad y apoyar que las autoridades cumplan su juramento. Los mandatos de la Constitución Nacional y de las leyes no son opcionales.

Para que el Estado Social de Derecho tenga plena vigencia, es necesario fortalecer las instituciones de la República, que los Poderes del Estado ejerzan su función en un sistema de independencia, equilibrio, coordinación y recíproco control. (CN, artículo 3). El ejercicio del poder en la República del Paraguay está fundado en la dignidad de la persona humana.

La dignidad de la persona humana es uno de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia. En el marco constitucional de independencia, cooperación y autonomía, la Iglesia contribuirá con el Estado para que las leyes cumplan su función de garantizar y promover los derechos fundamentales que exigen la dignidad de la persona humana.

La Iglesia sinodal, misionera y samaritana asume su rol profético en la sociedad paraguaya considerando las palabras de San Juan Pablo II: “No se puede arrinconar a la Iglesia en sus templos ni a Dios en la conciencia de los hombres”. (Palacio de Gobierno, 1988). La Iglesia tiene derecho a predicar su doctrina social y a emitir su juicio moral sobre todo lo que atenta contra la dignidad y los derechos de la persona humana.

Este es un compromiso principal del laicado, alentado y acompañado por sus pastores.

Pidamos la intercesión de San Juan Bautista para que seamos profetas, precursores, y que nuestra presencia y testimonio en la Iglesia y en la sociedad preparen el camino para que los valores del Reino de Dios se hagan realidad para la felicidad de nuestro pueblo.

Que así sea.

San Juan Bautista de las Misiones, 14 de junio de 2023.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya