Seamos santos: unidos a Cristo “de Corazón a corazón”

Queridos hermanos en Cristo:
En esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en que la Iglesia celebra también la Jornada Mundial por la santificación de los sacerdotes, elevamos nuestra oración al Padre Misericordioso, rezamos con el salmista: “El Señor es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.”
En la Cruz, el Corazón traspasado de Jesús es la fuente de donde sacamos con gozo aguas para nuestra santificación y salvación. El corazón que desde siempre, desde la cruz del Señor ha inspirado gran devoción a los cristianos.
El 16 de junio de 1675 ( hace 350 años) se le apareció Nuestro Señor a Santa Margarita María de Alacoque, monja francesa, y le mostró su Corazón; ella tenía 28 años. Santa Margarita relataba: “Me ha mostrado su Corazón, más radiante que el sol y transparente como un cristal, con la herida abierta, circundado de espinas, y coronado por una cruz. ¡Y me ha dicho que es la fuente inagotable de misericordia!”.
El 24 de junio pasado, el Papa Leon XIV, le decía a los seminaristas: En un mundo donde a menudo hay ingratitud y sed de poder, donde a veces parece prevalecer la lógica del descarte, ustedes están llamados a testimoniar la gratitud y la gratuidad de Cristo, la exultación y la alegría, la ternura y la misericordia de su Corazón.
Su corazón, fuente inagotable de misericordia, circundado de espinas, llagados por el desamor, por desprecios de humanos corazones, que descartan el Amor a Dios y al prójimo, desechan el inmenso e invaluable aprecio del Dios Amor por cada uno de nosotros. Aprecio que no tiene precio. Han sido comprados a caro precio….con la sangre preciosa del Cordero. ( 1Pe. 1,18)
Nuestra identidad sacerdotal está edificada para aspirar, tender a la santidad y testimoniar el amor, el amor de Cristo. Para latir ese corazón. Nos renovamos día a día en la “conversación” con nuestro Señor, alimentada en la oración continua, y obras de bien como buenos pastores.
El gran y querido papa Francisco nos ha dejado en herencia espiritual, como regalo inapreciable para nuestro ministerio, una última carta encíclica: Dilexit nos (Nos Amó), sobre el Sagrado Corazón de Jesús. Seremos santos en la medida en que, de Corazón a corazón, bebemos y damos a beber al Pueblo de Dios del agua viva que brota de la fuente de salvación: el Sagrado Corazón de Jesús.
En esta jornada dedicada a la santificación de los sacerdotes, quisiera meditar con ustedes el Evangelio que nos propone la liturgia a la luz del primer capítulo de la Dilexit nos, rescatando y subrayando el pensamiento del papa Francisco sobre el amor humano y divino del Corazón de Jesucristo.
En su carta, Francisco nos habla de la centralidad del corazón, el núcleo de la persona, que está detrás de toda apariencia, de los pensamientos superficiales que nos confunden. El corazón es el lugar de la sinceridad, no se puede engañar ni disimular. Indica las verdaderas intenciones, lo que uno realmente piensa, cree y quiere. Por eso el libro de los Proverbios nos reclama: “con todo cuidado vigila tu corazón, porque de él brotan las fuentes de la vida. Aparta de ti las palabras perversas y aleja de tus labios la maldad.” (4,23-24). En el corazón se juega todo, allí no cuenta lo que uno muestra por fuera y los ocultamientos, allí somos nosotros mismos.
Dilexit nos es un precioso regalo espiritual que les invito a releer, meditar y, desde el corazón, se constituya en fuente que fortalezca nuestro ministerio, pues lo que somos y hacemos estarán inspirados en el amor, en las fuentes de agua que brotan del Corazón de Cristo y conformar así nuestros corazones al Corazón de Jesús.
Como dice Francisco, necesitamos que todas las acciones se pongan bajo el “dominio político” del corazón. Que la agresividad y los deseos obsesivos se aquieten en el bien mayor que el corazón nos ofrece; que la inteligencia y la voluntad se pongan también a su servicio. Que la voluntad desee el bien mayor que el corazón conoce, y que también la imaginación y los sentimientos se dejen moderar por los latidos del corazón.
En último término, yo soy mi corazón, porque es lo que me distingue, me configura en identidad espiritual y me pone en comunión con las demás personas. Cuando se capta alguna realidad con el corazón, se la puede conocer mejor y más plenamente. Esto nos lleva inevitablemente al amor de que es capaz ese corazón, ya que “lo más íntimo de la realidad es amor”, como afirmaba Karl Rahnert.
Nuestro ejemplo es María Santísima, nuestra Madre. El Evangelio de san Lucas nos dice que María “guardaba cuidadosamente en el corazón todas las cosas” (Lucas 2,51). Lo que ella conservaba no era solo “la escena” que veía, sino todo lo que no entendía todavía y aun así permanecía presente y vivo en la espera de unirlo todo en el corazón.
Todo se unifica en el corazón, que puede ser la sede del amor, con la totalidad de sus componentes espirituales, anímicos y también físicos. En definitiva, si allí reina el amor, la persona alcanza su identidad de modo pleno y luminoso, porque cada ser humano ha sido creado ante todo para el amor, está hecho en sus fibras más íntimas para amar y ser amado.
El Señor nos salva hablando a nuestro corazón desde su Corazón Sagrado. Por eso, el lugar del encuentro más hondo consigo mismo y con el Señor se da en el diálogo orante, de corazón a corazón, con Cristo vivo y presente.
Ante el Corazón de Jesús vivo y presente, nuestra mente comprende, iluminada por el Espíritu, las palabras de Jesús, lo que nos impulsa a ponerlas en práctica. Sentir y gustar al Señor y honrarlo, es cosa del corazón.
Solo desde el corazón, nuestras comunidades lograrán unir sus diversas inteligencias y voluntades, para que el Espíritu nos guíe como red de hermanos, ya que la comunión también es tarea del corazón. El Corazón de Cristo es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social.
Acudamos al Corazón de Cristo, ese centro de su ser, que es un horno ardiente de amor divino y humano y es la mayor plenitud que puede alcanzar lo humano.
En este tiempo de incertidumbre por la tercera guerra mundial a cuotas, como decía Francisco, subrayamos particularmente lo que afirma al final de primer capítulo de Dilexit nos: Ante el Corazón de Cristo, pido al Señor que una vez más tenga compasión de esta tierra herida, que él quiso habitar como uno de nosotros. Que derrame los tesoros de su luz y de su amor, para que nuestro mundo que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología, pueda recuperar lo más importante y necesario: el corazón.
El Corazón de Cristo, que simboliza su centro personal, desde donde brota su amor por nosotros, es el núcleo viviente del primer anuncio. Allí está el origen de nuestra fe, el manantial que mantiene vivas las convicciones cristianas.
Pidamos la intercesión del Inmaculado Corazón de María para que nuestros corazones entren en comunión con el Corazón de Jesús y beban y den de beber el agua viva, fuente de nuestra santificación y, por consiguiente, de nuestra salvación.
Así sea.

Asunción, 27 de junio de 2025

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Asunción