(Del santo Evangelio según san Lucas: 11, 1-13)
Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”. Jesús nos enseña al Padrenuestro. San Agustín decía: Si recorres todas las plegarias de la Santa Escritura, creo que no encontrarás nada que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. La oración contiene y nos contiene. El Padrenuestro que hemos aprendido de pequeños, en el nicho de la familia, de nuestra comunidad, en las iglesias, misas, procesiones y nos acompaña siempre para conectarnos, sintonizar, en escucha y diálogo, con el Padre que nos contiene, sostiene y fortalece como hijos e hijas.
El nos nutre con su santidad y nos nutrimos cotidianamente, en el hoy de cada día, en la petición le decimos, danos hoy tu providencia, danos hoy nuestro pan de cada día, danos el alimento necesario en nuestro peregrinar. El nos comunica su paternidad. Cuando, nosotros sus hijos, hermanos entre nos, no nos comunicamos en amistad hay orfandad. Huérfanos de Padre somos cuando nos rechazamos. Cuando no existe fraternidad entre nosotros, no santificamos su Nombre y Santidad, descalificamos su Nombre. Al descalificar al Padre nos descalificamos. No somos bendición, somos maldición. Nos empoderamos a nosotros mismos y desempoderamos a Dios Padre Bueno y Misericordioso.
En la debilidad y humildad él se nos comunica desde la cruz redentora. (Apocalipsis 5:12) Los ángeles decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza. Él mira la humildad, del corazón y las piernas arrodilladas, contritas, arrepentidas y esperanzadas.
El cardenal Francisco Nguyễn Văn Thuận, Venerable, pasó 13 años en la cárcel en Saigón, Vietnam, de los cuales 9 años en completo aislamiento, nos habla de la oración y los que ha sido para el una experiencia vital, una relación íntima con Dios profundamente marcada por su largo encierro. En ese desierto espiritual, la oración se convirtió en su única fuente de consuelo. Su aislamiento no fue alejamiento, ni acerramiento en sí mismo. Abrió su corazón humilde y frágil para encontrar perdón y liberación, de las rejas y de sus opresores.
“En la prisión no podía celebrar la misa, no tenía pan ni vino, pero con tres gotas de vino y una de agua en la palma de la mano celebraba cada día la Eucaristía. Era mi fuerza. Mi altar era la palma de la mano. La oración era mi aliento.” La oracion era su vida, resistencia, y encuentro personal con Cristo crucificado, no como formalismo. El Venerable Card. Van Thuan, insiste en que en la noche del sufrimiento, la oración no es tanto hablar, sino entregarse en silencio: “Oraba sin hablar. Me sentía como Jesús en el Huerto. Sin palabras. Solo con lágrimas, con el corazón expuesto.” Este es un llamado a la oración contemplativa y confiada, incluso cuando no se entiende lo que Dios permite. Van Thuân habla de una oración que no pide explicaciones, sino que simplemente confía. En medio de las humillaciones, él decía: “Jesús, si quieres que esté aquí, me quedo. Si quieres que muera, muero. Solo quiero estar donde tú estés.”
En la noche oscura del sufrimiento personal y social, doblamos las rodillas y le pedimos al Padre Nuestro, que no nos deje caer en la tentación de los males y las maledicencias: líbranos de nuestros encierros egoístas. Líbranos de la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, de los niños, las mujeres, ancianos y ancianas abandonados en sus propios hogares.
Líbranos de las mazmorras de las pasiones y opresiones, inclinaciones perversas que esclavizan, usan y manipulan la dignidad de los demás. Líbranos de las malditas drogas, de su consumo y tráfico impune. Líbranos del crimen organizado, de sus lavados de tráficos de muerte.Libranos de las pequeñas y grandes industrias abortistas y producciones de abortifacientes, que impiden y niegan la vida humana.
Líbranos de la violencia de los caines que hieren y matan a sus hermanos abeles, de los caines insaciables que abusan de los niños y niñas. Libranos de las discordias, de las guerras, de las industrias armamentistas, que invierten en genocidios y destrucciones, para marcar territorios expansionistas por encima de sus habitantes.
Líbranos de las perversas estrategias para matar de hambre y causar pobreza para amansar y acallar y atemorizar a los indignados, para matar la esperanza de una vida mejor. Líbranos de la impunidad de las balanzas de la justicia que se inclinan por don dinero y don poder, líbranos del silencio cómplice y acatamiento de los buenos, para que los malos alcen su voz y se imponga sus ambiciones con prepotencia. Líbranos Señor Dios Todopoderoso de todo mal y de los males.
No nos dejes, Padre Santo, caer en la tentación de abandonar el ruedo de la lucha por un país mejor, libres de ataduras, de infaustos opresores, porque juntos podamos construir un hogar como una familia, un país de hermanos, donde nuestra oración confiada al Padre será incesante (Lc. 11,1): Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra, y al que toca, se le abre.
Que nuestra oración se transforme en acción, y manos levantadas y serviciales por levantar a los caídos y trabajar por la equidad, la justicia, el progreso y desarrollo del bien común. No permitas que nos acobardemos ante los males y abandonemos el rebaño a merced de los lobos que dispersan el redil, y se aprovechan para devorar a los corderos más vulnerables. No nos abandones Padre en los afanes de cada día.
En el Mensaje del Santo Padre para la V Jornada Mundial de los Abuelos y de los Ancianos, nos dice que jubileo que estamos viviendo nos ayuda a descubrir que la esperanza siempre es fuente de alegría, a cualquier edad. Asimismo, cuando esta ha sido templada por el fuego de una larga existencia, se vuelve fuente de una bienaventuranza plena.
Que Dios Padre pueda templar nuestro espíritu. (Salmo 137) Se complace el Señor en los humildes y rechaza al engreído. En las penas, Señor, me infundes ánimo, me salvas del furor del enemigo. Se complace el Señor en los humildes y rechaza al engreído. En las penas, Señor, me infundes ánimo, me salvas del furor del enemigo.
Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo de Asunción
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