San Roque González de Santa Cruz, Alonso Rodríguez y Juan del Castillo

 

(Decía el Papa San Juan Pablo II, el 16 de mayo 1988, hace 36 años en la canonización de San Roque González de Santa Cruz, día de bonanza para el Paraguay): El corazón incorrupto del padre Roque González de Santa Cruz constituye una imagen elocuente del amor cristiano, capaz de superar todos los límites humanos, hasta los de la muerte. Hoy, día de su canonización, el padre Roque González de Santa Cruz se hace presente de una manera especial entre vosotros. Es no sólo un paraguayo, sino un hijo de vuestra ciudad, de Asunción, párroco de vuestra catedral, jesuita ejemplar, amadísimo de vuestro pueblo. El vuelve hasta vosotros y os habla otra vez: antes que nada, en la lucha por manteneros unidos a Cristo para que vuestra vida produzca frutos semejantes en las circunstancias que os tocará vivir.

 

La tradición trasmitida por los testigos del martirio de San Roque González de Santa Cruz nos dice que al día siguiente de su asesinato, el 16 de noviembre de 1628, el corazón del Mártir habló a sus asesinos con unas palabras que expresan la intensidad y el motivo de su entrega y muerte: “Aunque mataron mi cuerpo; mi alma está en el cielo; pero yo volveré y les ayudaré”. Un indígena guaraní le arrancó el corazón, aquel corazón conservado en el relicario de su memoria santa.

 

El corazón de Roque también es una imagen elocuente del santo que dedicó su vida y su corazón desgarrado, incluso antes de su misma muerte, dolido por las aflicciones sufridas por los indígenas ante las injusticias padecidas. Y que todavía hoy siguen padeciendo, despojados de sus tierras, desalojados brutalmente, exiliados en su propio terruño, discriminados, hambreados, sus niños y niñas abusados por lobos insaciables que carcomen su dignidad inocente, llevados de aquí y allá, para usarlos y extorsionar, sobornar sus idas y venidas por mentes perversas y manos corruptas, que los utilizan como mercancía de lucros personales. Hermanos indígenas padecen aflicciones desterrados de sus tierras.

 

El Corazón de Roque González y de nuestros Mártires llora la exclusión y el abandono, y el denigrante trato a los más vulnerables. Y los más vulnerables no son siempre nuestros hermanos indígenas, sino también campesinos, descartados sociales, sus familias, que viven y sobreviven en las periferias geográficas y existenciales de la patria, familias, niños, jóvenes, adolescentes. El corazón desangrado clama por justicia y equidad y el trato digno de custodiar y cuidar a nuestros ancestros, cuidar de sus origenes, culturas y tradiciones. La Cultura del Cuidado es cuidarnos y respetar la dignidad de cada persona humana, a las personas y a sus entornos comunitarios, al modo de Jesús. San Roque ha abierto caminos para transitar en la libertad de hijos de Dios. También el, con los misioneros se encargaban de enseñarles y rezar con ellos, a los pequeños, adultos, y abuelos, instruyéndoles en las letras, dándoles trabajo, techo y comida. Los protegían de los que se dedicaban a esclavizar a los indígenas con trabajos forzados e inhumanos.

 

Desde este compromiso cristiano vemos y sentimos con urgencia buscar soluciones concretas a la situación actual de injusticia, que los indígenas padecen en las calles y plazas en nuestras ciudades.

“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

 

Tomen el ejemplo de San Roque González de Santa Cruz, paraguayo como vosotros, misionero valiente e incansable evangelizador. El supo conjugar una extensa y intensa predicación del mensaje de Cristo con el inicio de aquella gran obra de civilización y progreso, las reducciones guaraníes, a cuya creación y desarrollo contribuyó decisivamente.

 

Toda esta fecundidad apostólica fue posible por una excelsa santidad que, en la gran concentración del Campo Ñu Guazú, hemos declarado solemnemente en nombre de toda la Iglesia.

 

¡No tengáis miedo a empeñar la vida por los demás! ¡No os acobardéis ante los problemas! ¡No queráis huir de vuestro compromiso transigiendo con la mediocridad o el conformismo! Es la hora de asumir responsabilidades, de comprometerse, de no retroceder.

 

La Virgen de los Milagros de Caacupé nos acompañe siempre y sea ella nuestra inspiración de santidad y fortaleza. A ella le rogamos que ruegue por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amen

 

Asunción, 15 de noviembre de 2024

Adalberto Card. Martínez Flores-Arzobispo de la Santísima Asunción