EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN REQUIERE LA PROMOCIÓN HUMANA DE LOS POBRES Y EXCLUIDOS-LLAMADOS A CUIDAR JUNTOS LA CASA COMÚN

Hermanas y hermanos en Cristo:

Es muy grato para mí volver a San Pedro, tan cara a mis afectos, para compartir con su pueblo esta liturgia de acción de gracias por la celebración de su fiesta patronal. Agradezco a mi hermano y amigo, Monseñor Pedro Jubinville y al clero de esta Iglesia particular por la invitación.

¡Cómo no alabar y bendecir a Dios por estas bellas tierras que son parte del edén del que nos habla el libro del Génesis! Manantiales, ríos y arroyos surcan y riegan esta región del país y la llenan de vida con  su rica vegetación, con una gran variedad de plantas y animales, con familias laboriosas que cultivan la tierra.

Alabemos a Dios con las palabras del salmista: De los manantiales sacas los ríos… en ellos beben los animales del campo… en sus riberas anidan las aves del cielo, que dejan oír su canto entre las ramas…con tu acción fecundas la tierra…Haces que brote la hierba para el ganado y que crezcan las plantas que el hombre siembra; así produces el pan de la tierra, el vino que alegra a los hombres y alimentos que les da fuerzas. (Salmo 103,10-15).

Dice el libro del Génesis: El Señor Dios plantó un huerto en el Edén…hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos para comer… entonces, tomó Dios al hombre y lo puso en el huerto de Edén para que lo cultivara y lo guardara. (2,8-9.15).

En el versículo 15 del capítulo 2 del Génesis encontramos la clave del tema que la Iglesia nos convoca a meditar hoy y todos los días de nuestra vida pasajera: Dios puso al hombre en medio de la abundancia de la naturaleza para que sea guardián, cuidador, administrador de todo lo creado para la plenitud de su vida, es decir, para su felicidad. Por eso estamos llamados a cuidar juntos la casa común, que es la tierra y sus recursos.

Sin embargo, el hombre desobedeció el mandato de Dios, comió del fruto prohibido y se apoderó de él la ambición y la codicia desmedida y, en vez de cuidar y proteger el huerto, el edén, la tierra, la casa que Él le regaló, comenzó a depredar y destruir la naturaleza, explotarla y mercantilizarlas, y sus recursos hídricos, sus riquezas forestales, su biodiversidad y la abundancia se convirtió en acaparamiento de unos pocos para el sufrimiento de muchos.

Desobedecer a Dios significa apartarse de la mirada de amor y querer administrar por cuenta propia la existencia y el actuar en el mundo. La ruptura de la relación de comunión con Dios provoca la ruptura de la unidad interior de la persona humana, de la relación de comunión entre el hombre y la mujer y de la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas. En esta ruptura originaria debe buscarse la raíz más profunda de todos los males que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política atentan contra la dignidad de la persona, contra la justicia y contra la solidaridad. (CDSI, N° 27).

Esa ruptura de la relación con Dios, con su amor, se traduce en que, casi la mitad de la población de nuestro Departamento de San Pedro, vive en situación de pobreza (44,85%). Es decir, 1 de cada 2 personas no cubren sus necesidades básicas, sufre privaciones y no tiene posibilidad de una vida digna y plena.

(San Pedro registra, según el reporte del Instituto Forestal Nacional (2022), el mayor índice de deforestación de la región oriental con 21.773 hectáreas perdidas entre 2017 y 2020. Amambay y Concepción están por las 13.000 hectáreas de bosques perdidas en este mismo lapso). En todo el Paraguay se estima que la cantidad de bosques talados, a fines del año 2022, era de 756.000 hectáreas. La agresión contra los recursos de la casa común en nuestro país sigue a un ritmo acelerado a pesar de las leyes vigentes.

Entre sus principales consecuencias están la pérdida de la biodiversidad y de los servicios ambientales que prestan los bosques y selvas: forman y retienen los suelos (evitando la erosión), favorecen la infiltración del agua al subsuelo, purifican el agua y el aire, y son reservorio de una gran biodiversidad, plantas y animales de todo tipo.

Los cristianos y las personas de buena voluntad, todos, estamos llamados a cuidar juntos de la casa común, del huerto que el Señor Dios nos regaló y cuya custodia nos encargó.

La Iglesia enseña que el significado del actuar humano en el mundo está ligado al descubrimiento y al respeto a las leyes de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo creado, para que la humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto. (CDSI, N° 37).

La “Casa Común” es la casa de todos los seres humanos y no humanos; la conciencia del cuidado nace en el mandato de Dios y la consciencia que los recursos naturales y ambientales son finitos. Lo que estamos viendo, en nuestro país y en el mundo, es el proceso acelerado de agresión a la creación, lo que nos convoca, con mayor intensidad, a asumir la responsabilidad común de restablecer la comunión con Dios, con nuestros hermanos y con toda la creación.

Cuidar la casa común es cuidar la vida en la tierra y de sus recursos, lo que implica salvar la humanidad y evitarle enormes sufrimientos, como los que ya estamos viendo y viviendo con los desastres y catástrofes en diversas zonas del mundo, con su saldo de dolor y luto.

Por eso estamos llamados a cuidar juntos de la casa común, lo que requiere una conversión ecológica y una vida que tenga en cuenta la ecología integral. La conversión ecológica, significa cambiar nuestro estilo de vida, nuestro modo de producir y nuestro modo de consumir.

El Papa Francisco, en Laudato si, define la ecología integral como aquella que incorpora claramente “las dimensiones humanas y sociales” (No. 137). La ecología integral tiene en cuenta áreas como la vida cotidiana, el desarrollo económico, el estado de la sociedad, el tema cultural y el cuidado ambiental.

La ecología integral se encuentra íntimamente relacionada con el bien común, que es el respeto a la persona humana, el bienestar social y el desarrollo de los diversos grupos vulnerables, en especial de los sectores rurales y urbanos empobrecidos, y de las comunidades indígenas.

Cuidar la casa común es también tomar conciencia de que, con nuestra acción u omisión, estamos destruyendo el lugar y nuestro medio de vida.

Es urgente y necesario el diálogo social sobre los modelos de producción en nuestro país. Si bien es cierto que la producción agropecuaria a gran escala es fuente de ingreso de divisas para el país, vemos que el avance de este modelo tiene consecuencias sociales y ambientales que se deben evaluar y cuantificar.

Los responsables de los poderes públicos deben arbitrar las medidas para que el desarrollo sea integral, que respete el principio del bien común, así como los derechos de los más pequeños y vulnerables y la sostenibilidad social y ambiental. Se requiere que el crecimiento económico llegue a todos, posibilitando el desarrollo humano integral, de todo el hombre y de todos los hombres, en palabras de San Pablo VI.

En la Iglesia creemos que, con un adecuado ordenamiento territorial y el cumplimiento estricto de las normas ambientales, será posible la convivencia armónica de los diversos modos de producir.

Pedimos que, así como se apoya con políticas públicas a los grandes productores, se promueva, se acompañe y se apoye decididamente la agricultura familiar campesina y la producción agroecológica.

En pocas semanas asumen las nuevas autoridades del país en el ámbito nacional y departamental. Cuando pronuncien el juramento de rigor, se comprometerán a cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes y que, si así no lo hicieran, Dios y la Patria se los demande.

La Constitución Nacional expresa que nuestra democracia se fundamenta en el reconocimiento de la dignidad humana.

En el centro del desarrollo integral se encuentra la dignidad de la persona humana. En este sentido, exhortamos a los responsables de las instituciones de la República al fiel cumplimiento de los mandatos de la Constitución Nacional, entre otros, en lo que se refiere a que toda persona tiene derecho a vivir en un ambiente saludable y ecológicamente equilibrado (Art. 7); que los pueblos indígenas tienen derecho a la propiedad de la tierra y que el Estado les proveerá gratuitamente de estas tierras (Art. 64); que la reforma agraria es uno de los factores fundamentales para el bienestar rural y el desarrollo económico y social de la Nación (Art. 114).

La paz social requiere voluntad política para abordar y resolver el problema de la tenencia y propiedad de la tierra. La Constitución Nacional garantiza la propiedad privada, atendiendo su función económica y social, a fin de hacerla accesible para todos. El magisterio de la Iglesia sostiene que sobre toda propiedad privada pesa una hipoteca social.

El Papa Francisco afirma que toda crisis ecológica, tiene íntima relación con una crisis social: No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza. (Laudato si, N° 139).

De esta manera, cuidar la casa común nos exige también atender el clamor de los pobres y excluidos. Nosotros somos los instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, para que puedan integrarse plenamente a la sociedad.

Pedimos la intercesión de María Santísima, nuestra Madre, y del San Pedro Apóstol, para que seamos instrumentos dóciles a la Voluntad del Padre, al servicio de la dignidad, y la vida plena y en abundancia de nuestro pueblo.

Villa de San Pedro, 28 de junio de 2023.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya