El 23 de mayo del 2024, el Papa Francisco aprobó el milagro y el decreto que conducirán a la canonización de Carlo Acutis, nacido el 3 de mayo 1991 y fallecido en 2006, con solo 15 años, a causa de una leucemia galopante (Hoy tiene 33 años en el cielo). Cuando le diagnosticaron la grave enfermedad y supo que su vida iba a terminar, Carlo le dijo a su madre: «Mamá, no tengas miedo porque, con la Encarnación de Jesús, la muerte se convirtió en vida. No hay que huir: en la vida eterna nos espera algo extraordinario».
«Era un chico muy preparado y adelantado a sus compañeros», dice su madre. Desde pequeño tenía gran devoción por la Eucaristía, cuando pasaban por alguna Iglesia entraba para visitar a Jesús Eucaristía, y por largo tiempo estaba en adoración. A los 7 años, Carlo recibió el sacramento de la Comunión y comenzó su amor a la Eucaristía. No es casualidad que este muchacho de sólo once años empezara a interesarse por los milagros eucarísticos con sus papás. Carlo Acutis tenía una profunda devoción a la Eucaristía.
Era muy tecnológico y le entusiasmaba el mucho bien que podía contribuir para dar a conocer más a Jesús y su Iglesia; veía el internet como una forma de evangelizar. Documentó prodigios eucarísticos de todo el mundo y los catalogó en un sitio web, creando una exposición de Milagros Eucarísticos que sigue recorriendo el mundo.
“A través de Carlo -dice la madre Antonia- hice el descubrimiento de mi vida porque entendí que Jesús está realmente presente en los sacramentos, pero sobre todo en la Eucaristía, antes pensaba que era un símbolo, que eran todo cosas simbólicas, en cambio, cuando comprendí que realmente estaba esa presencia viva y real de Cristo, está claro que mi vida cambió y yo también seguí a Carlo. Para mí Carlo fue como un maestro, era una escuela de vida. A lo largo de su corta vida, Carlo amó y veneró profundamente la Eucaristía.
El Beato Carlo decía a menudo: «La Eucaristía es mi autopista hacia el Cielo», y «Si nos ponemos delante del sol, nos ponemos morenos, pero cuando nos ponemos delante de Jesús en la Eucaristía, nos convertimos en santos».
Para nuestra Beata María Felicia de Jesús Sacramentado (Chiquitunga) también la Eucaristía, en sus palabras, es el resplandor divino que irradia en el altar: “yo quiero que mi vida, como la Hostia consagrada, deje tras de sí un camino de intensa claridad. Yo quiero en sacrificio, cual víctima inmolada, mi vida se consuma en santa Caridad”.
El milagro más grande que tenemos ante nuestros ojos es la presencia real de Jesús en cuerpo, sangre, alma y divinidad, entre nosotros. Prodigioso milagro que resplandece en nuestros altares y sagrarios. En el sagrario del propio corazon que se hace casa y altar, aunque indignos somos para hospedar el Pan de Vida.
Y el milagro de los milagros, Dios hecho hombre, en el santísimo vientre de la Virgen María, y en la Última Cena, hecho Pan de Vida, para la Vida del mundo. En la secuencia que escuchamos después de las lecturas, esas prosas históricas nos dice: Hoy celebramos con alegría la gloriosa institución de este banquete divino, el Banquete del Señor. Es un dogma del cristiano que el pan se convierte en Carne, y lo que antes era vino queda convertido en Sangre. Jesús nos dice: Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. (Juan 6:51). Su carne para la vida del mundo.
Es el milagro de su Presencia Eucarística por los siglos pasados, el presente y los días que vendrán. El ha querido quedarse entre nosotros realmente. Verdaderamente ha resucitado. Permanece entre nosotros para seguir alimentándonos de si mismo. Es el alimento de los peregrinos, el nos nutre de sí mismo, para transformarnos en El a quien recibimos y de quien nos nutrimos.
El Señor Jesús, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno,“constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento” (Concilio de Trento: DS 1740).
La presencia de Jesucristo en las especies sacramentales es algo que está firmemente arraigado en la fe de los primeros cristianos, como lo vemos en estas palabras de San Justino Mártir, filósofo y teólogo (año 100) cuya fiesta celebramos hoy 1º de junio: Esta comida se llama, entre nosotros, eucaristía, y a nadie le es lícito participar de ella si no cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño del perdón de los pecados y de la regeneración, viviendo de acuerdo con lo que Cristo nos enseñó
Sería ilícito y un sacrilegio (desagradar a Dios) recibir al Señor como Pan de Vida, cuando no se perdona, se endurece el corazón y se rechaza a las personas clasificándolas de enemigos acérrimos e irredimibles. Se cataloga y condena como enemigos a los de enfrente, a los que no comulgan con los propios pensamientos, a los que no se alinean con los caprichos personales o grupales. Enemigos son los que se atreven a corregir los caminos torcidos, enemigos se hacen, los con su vida honesta denuncian caminos errados de corrupción y perdición, siendo despreciados y rechazados. Para los enemigos la defunción y para los amigos sicarios el galardón. Con los enemigos o contrarios, se reacciona con odios y venganzas de muerte. Pero, Jesús dijo: “Ustedes han oído que se dijo ama a tu prójimo y odia a tu enemigo, pero yo les digo, amen a sus enemigos y oren por sus perseguidores para que sean hijos del Padre que está en los cielos” (Mt. 5,44).
Palabras que parecieran ir de contra mano a la natural reacción del ojo por ojo y diente por diente. Ser verdaderamente hijos del Único Padre es reconocernos y tratarnos como hermanos y no como contrarios o adversarios que derrotar. Los vicios y pecados personales y sociales abren baches, agujeros, trampas en las autopistas de la fraternidad social, para escandalizar, discriminar, perderse y perder a otros. Para descarrilar la pacífica convivencia entre hermanos. Se desagrada a Dios sembrando la cizañas de discordias, de mentiras, de posverdades, para beneficio propio o de los testaferros y mandantes. Y sucede también dentro del redil de la propia Iglesia, cuando se siembran cizañas de divisiones y dispersiones. Donde no hay amor no está Dios. El Pan de Vida es el Pan de Amor que se parte y reparte.
La Eucaristía nos anima a crecer y fortalecer la amistad social, aun en medio de itinerarios de aflicciones, y desiertos de indigencias. La amistad social se construye con el pan de la solidaridad comprometida y compartida, con los necesitados, faltos de tierra, techo, pan, educación, salud, justicia. La solidaridad en la protección y lucha por los derechos de los niños, niñas, adolescentes víctimas de abusos y explotación de toda índole. La lucha contra todo tipo de abusos y violencias en entornos familiares, con alarmantes feminicidios y suicidios. Reclamos y reivindicaciones que nos llama y exige a todos, instituciones públicas estatales, privadas, empresas, asociaciones, Iglesias, comunidades, organizaciones ciudadanas, personas de buena voluntad, a ser manos que lavan otras manos y éstas enjugan rostros a veces desfigurados por las injusticias y la inequidad social. Manos solidarias y firmes que trabajen sin transigir por políticas de Estado, políticas que atiendan el Desarrolo Humano Integral Sustentable de nuestra población paraguaya, para erradicar las desigualdades y las grietas sociales que causa la pobreza. Eucaristía es Pan de Vida, el pan material y espiritual necesarios para la vida plena, digna y dignificante.
El Beato Carlo Acutis y María Felicia de Jesús Sacramentado han reconocido el rostro de Cristo en los sufrientes y necesitados, y se han puesto el delantal del servicio para lavar los pies de los pobres. Como Jesús el Señor, en su sacrificio de Amor, es el pan partido por nosotros y repartido con nosotros. El nos necesita en esta tarea para ser discípulos creíbles, discípulos del maestro, alimentados del único Pan de Vida, puestos el delantal del servicio a Dios y a los hermanos.
En una oportunidad le preguntaron sobre su manera de orar tanto tiempo en presencia de Jesús Sacramentado, y Carlo respondió: “No hablo con palabras, sólo me recuesto sobre su pecho, como San Juan en la Cena”. La eucaristía fue el alimento que nutrió, día a día, la vida tan fecunda de Carlo. En oración nos recostamos en el pecho del Señor en esta Santa Cena que escuche nuestros clamores y que los fragores de las guerras tan destructivas y encarnizadas en Europa y Medio Oriente terminen y que todos hermanos podamos sentarnos alrededor de la mesa de la amistad y solidaridad.
Que la Virgen María, Mujer Eucarística, nos ayude a cumplir con alegría la misión de testimoniar al mundo, sediento de amor, que el sentido de la vida es precisamente el amor infinito, el amor concreto del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
+Adalberto Card. Martínez Flores
Fiesta de Corpus Christi, 1º de junio de 2024
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