En María Santísima, encontramos nuestro refugio, fortaleza, y liberación de nuestros cautiverios. Cautivos de nuestros pecados, esposados en pesadas cadenas, presos de libertinajes, apartados de Jesús Camino, Verdad y Vida. Ella la obediente servidora del Señor, nos enseña a ser mansos y humildes de corazón. Esposa del Espíritu Santo, Servidora del Servidor, del Espíritu que nos llama en el ministerio a ser humildes cautivos de Servidor.
Cautivados su amor. Te agradecemos Madre por estar a nuestros pies que en medio de tus lágrimas de luz y esperanza nos resucitas a la Esperanza, cuando el desánimo nos invade.
Por medio de Jesucristo Dios nos mostró su amor, a cada uno de nosotros. Un amor que sana, perdona, levanta, cura. Un amor que se acerca y devuelve la dignidad. Una dignidad que la podemos perder de muchas maneras y formas. Pero Jesús dio su vida para devolvernos la dignidad de ser hijos e hijas de Dios.
San Pedro y san Pablo, dos pilares de la fe y de la Iglesia, discípulos de Jesús también estuvieron privados de su libertad. En esa situación difícil de estar presos se apoyaron en la oración personal y comunitaria. La oración no los dejó caer en la desesperación.
Ellos rezaban y la comunidad rezaba por ellos. «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12, 5). Y, después de salir milagrosamente de la cárcel, con ocasión de su visita a la casa de María, la madre de Juan llamado Marcos, se afirma que «había muchos reunidos en oración» (Hch 12, 12).
Les invito a mirar a Jesus preso y crucificado. Todos podemos poner junto a Él nuestras heridas, nuestros dolores, así como también nuestros pecados, tantas cosas en las que nos pudimos hacer equivocados y de los que estamos profundamente arrepentidos. En sus llagas pueden encontrar alivio a sus propias llagas porque él, con su sangre en la Cruz, puede curarlas, lavarlas, transformarlas y resucitarlas.
La Iglesia quiere estar cerca de ustedes, porque Jesús se identifica con ustedes cuando dice: “estuve preso y me visitaste”. Pero también es nuestra misión trabajar por su dignidad y por sus derechos. Dice el Papa Francisco que reclusión no significa exclusión. Necesitamos trabajar para que la reclusión permita la reinserción en la sociedad y que tengan la oportunidad de recuperar su dignidad y sus derechos.
Sabemos que varias situaciones que viven no favorecen ese objetivo: el hacinamiento, la lentitud de la justicia, la falta y/o escasez de terapias ocupacionales y de políticas de rehabilitación, la violencia, las carencias de facilidades para formarse en algún oficio o profesión, entre otras. Somos conscientes de que es necesario y urgente encontrar respuestas para modificar esta situación. Para ello será necesario articular una red interinstitucional que impulse las reformas y transformaciones requeridas. La Iglesia no puede estar ausente en la construcción e impulso de esa red.
Mientras la Iglesia, las instituciones del Estado y otras instituciones trabajamos para impulsar soluciones integrales al problema de las cárceles, hay cosas que ya se pueden hacer. Aquí en la cárcel, la convivencia depende de ustedes. El sufrimiento del encierro, las privaciones, entre otras dificultades, pueden volver el corazón egoísta y se dan los enfrentamientos.
Pero, si en vez de competencia por sobrevivir, viendo al otro como adversario o un enemigo, por qué no procuran ayudarse unos a otros, compartir, ser solidarios y convertir la convivencia en una auténtica fraternidad. No tengan miedo a ayudarse entre ustedes.
Dios les recompensará, con una vida más digna y agradable mientras están en la cárcel y, como el buen ladrón, si reconocen su pecado y el mal que hicieron, con el firme propósito de convertirse en un buen ciudadano, también Jesús les dirá que, cuando llegue la hora de partir de este mundo, estarán con en Él en el paraíso, en el cielo.
Quisiera dejar también una palabra de aliento a los que trabajan aquí en la cárcel, a los directivos, agentes de seguridad y a todo el personal. Al Capellan y los colaboradores, catequistas, y movimientos y grupos parroquiales que trabajan en la pastoral penitenciaria. Ustedes cumplen un servicio público y religioso fundamental. Tienen una importante tarea para lograr la reinserción de los hermanos privados de libertad.
Santísima y gloriosa Virgen María de las Mercedes, señora de los, desamparados, protectora de los afligidos y de los cautivos, nos regocijamos ante tu poder para que puedas brindarnos la protección que tanto necesitamos; por eso hoy te oramos a ti con nuestra más profunda devoción para poder encontrar tu misericordia. Te pedimos Madre, que nuestras plegarias suban hasta el cielo, y que mediante el canto de los ángeles tú y nuestro Salvador puedan escucharlas.
Asunción, 24 de septiembre de 2024
+ Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo de la Santísima Asunción
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