SANTA MISA
Virgen del Rosario
HOMILÍA
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, 5 de octubre, celebramos esta santa misa en el marco de nuestra preparación para el día 7 de octubre, cuando festejaremos nuestra fiesta personal de la Virgen del Rosario, Madre y Reina de nuestra fe. Hoy también recordamos el Día del Camino, que en Paraguay nos invita a mirar los senderos que nos unen como pueblo de Dios. Este día nos recuerda, además, a la Virgen del Camino, la Madre que camina con nosotros y nos conduce siempre hacia el Camino con mayúscula, que es Cristo mismo: Camino, Verdad y Vida.
El profeta Habacuc, que vivió hacia el año 625 antes de Cristo, alzó su voz ante la injusticia y el sufrimiento de su pueblo. Era un hombre muy sincero y dialogó con Dios en medio del desconcierto, expresando el dolor del justo que no entiende el silencio divino. En su oración, Habacuc se atreve a decir: “¿Hasta cuándo, ¿Señor, clamaré sin que me escuches? ¿Por qué me haces ver la injusticia y contemplar la opresión?” (Habacuc 1, 2-3). Su clamor no es rebeldía, sino fe que busca luz en la oscuridad, esperanza que no se rinde ante el mal.
Fe y esperanza ante la injusticia
Ante las montañas de males e injusticias que nos impiden acertar el camino de la sana y pacífica convivencia entre hermanos, sentimos con el profeta el peso del dolor humano y del desorden que nos rodea. Pero también, como él, mantenemos viva la esperanza de que Dios no permanece indiferente, sino que escucha el clamor de su pueblo y lo conduce nuevamente por el camino de la vida.
En medio de tantas heridas sociales y humanas, lamentamos profundamente el homicidio del Tte. Cnel. Guillermo Moral, cuya vida fue arrebatada de forma violenta e injusta. Su muerte conmueve a toda la Nación y nos impulsa a elevar una oración sincera por su familia, sus camaradas de las Fuerzas Armadas, sus compañeros de la Facultad de Derecho y por todos los que viven estos días con tristeza e incertidumbre. Que el Dios de la vida los consuele, fortalezca su fe y siembre en todos nosotros el deseo de trabajar por un país más justo y fraterno. El mensaje de Habacuc es claro: aunque no comprendas todo lo que sucede, confía, porque Dios es justo y tiene el control. Por eso proclama: “El justo por su fe vivirá” (Habacuc 2,4).
Habacuc no se resigna ante el mal ni se acostumbra a la violencia. Con corazón creyente, levanta su voz hacia Dios, convencido de que solo Él puede sanar las heridas del pueblo y restablecer la justicia. También nosotros elevamos nuestro clamor, pidiendo que se esclarezcan los hechos y que la verdad salga a la luz. La búsqueda de la verdad y la justicia son condiciones indispensables en un Estado de derecho para despertar credibilidad en nuestras instituciones y sostener la paz social.
Instituciones firmes y compromiso ciudadano
Nuestra sociedad necesita instituciones firmes y comprometidas, que custodien la dignidad de cada persona, protejan a quienes son amenazados, extorsionados o chantajeados, y actúen con decisión para que el mal no siga sembrando miedo y muerte. En esa tarea también estamos llamados los creyentes: a no cerrar los ojos ante la injusticia, a denunciar con valentía el mal y a sostener con esperanza a quienes sufren.
El “¿Hasta cuándo, Señor?” como expresión de fe
En el fondo de ese grito “¿Hasta cuándo, Señor?” hay fe. Es el clamor de un pueblo que sufre, pero no se rinde. El profeta nos enseña que la fe auténtica no se encierra en la resignación, sino que se transforma en perseverancia, en búsqueda del bien y en compromiso con la vida. Cuando la ley se adormece, el creyente debe mantenerse despierto y firme, confiando en que Dios no permanece indiferente ante el dolor humano: Él escucha el gemido de los justos, sostiene la esperanza de los que creen y, en su tiempo, hace florecer la verdad y la paz.
En la Segunda Carta del apóstol san Pablo a Timoteo (2 Timoteo 1, 6-8.13-14), encontramos un mensaje que cobra fuerza hoy. Pablo escribe desde la prisión. Está físicamente encadenado, pero su corazón está encadenado a la fe en Jesucristo, su verdadera liberación. Como él mismo dijo: “La verdad los hará libres.” Ya en vísperas de su martirio, Pablo de Tarso, en su testamento espiritual, exhorta a su querido discípulo Timoteo a reavivar el don recibido y a no dejarse vencer por el miedo: “Te recuerdo que reavives el don de Dios que recibiste… porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de dominio propio.”
Estas palabras resuenan hoy con fuerza en medio de nuestras pruebas: no dejemos que se apague la llama de la fe. Esa fe sostiene a los migrantes en su travesía, a las familias que luchan por sobrevivir, a los jóvenes que no se rinden y a las comunidades que buscan reconstruirse en medio de la violencia o la pobreza.
“Señor, auméntanos la fe”
En el Evangelio, los apóstoles piden a Jesús: “Señor, auméntanos la fe.” Y el Señor les respondió: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este sicómoro: ‘Arráncate de raíz y plántate en el mar’, y les obedecería” (Lucas 17,6). Jesús nos enseña que no es la cantidad de fe lo que obra los milagros, sino su autenticidad y confianza en Dios. Esa pequeña semilla de fe, cuando es verdadera, tiene una fuerza capaz de transformar lo imposible. Todos tenemos ‘árboles’ y ‘montañas’ que parecen imposibles de mover: dolores, miedos, corrupciones, divisiones, guerras, violencias que destruyen familias y comunidades enteras. Pero el Señor nos invita a no dejarnos vencer por esos obstáculos, sino a mantener una fe viva y operante, una fe que confía, que actúa y que transforma los caminos de muerte en caminos de vida.
Jesús ha venido a enseñarnos el Camino a la Vida, que es adhesión a Él, el Camino, la Verdad y la Vida. Él nos llama a caminar por ese sendero de luz y de resurrección, desechando los caminos de muerte, de discordia y de autodestrucción que a veces surgen en nuestras comunidades o en nuestras propias decisiones. Caminar con Cristo es dejar que su amor guíe nuestros pasos y nos convierta en testigos de esperanza.
María, peregrina de la fe
Bajo el amparo de María, Virgen del Rosario, recordamos que ella fue la primera peregrina de la fe. Caminó junto a su Hijo por los senderos polvorientos de Galilea y siguió fielmente el camino del Calvario hasta la cruz. Por eso, María comprende nuestros cansancios y nuestras búsquedas. Ella, que caminó con fe, nos enseña a no detenernos, a seguir adelante con la mirada puesta en Jesús.
La Virgen del Rosario nos invita a ser sembradores de fe en medio de un mundo marcado por el miedo y la desesperanza; a ser abridores de caminos, servidores del bien, especialmente con quienes se han extraviado por senderos de vicios, violencia o injusticia. Con ella pedimos al Señor que transforme nuestros caminos de muerte en caminos de vida, nuestras rutas de dolor en senderos de esperanza.
El Señor Jesús, que es Camino, Verdad y Vida, no defrauda a quien confía en Él. Él es la Verdad que ilumina, la Vida que vence toda muerte y el Camino que conduce a la plenitud del amor.
Santa María, Virgen del Rosario, que guardaste en tu corazón los misterios de la vida, muerte y resurrección de tu Hijo, enséñanos también a contemplarlos con tus ojos y a meditarlos con fe viva. Haz que, al rezar el Santo Rosario, aprendamos a descubrir la presencia de Cristo en cada gozo y en cada dolor, en cada luz y en cada gloria de nuestra vida. Madre del Rosario, intercede por nosotros para que, unidos a ti, obtengamos la paz del corazón y la fortaleza de la fe.
Amén.
+ Adalberto Card. Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano
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