27 de agosto del 2021

Homilía en la apertura del Congreso Eucarístico Arquidiocesano

 

Queridos Hermanos

Apreciados todos en Cristo Eucarístico

Abrimos hoy el Congreso Eucarístico Arquidiocesano, con esta solemne celebración de la Santa Misa, en nuestra Catedral de la Santísima Asunción. Es para mí un motivo muy especial celebrar con ustedes una de las eucaristías más hermosas debido a los 50º Aniversario de mi ordenación sacerdotal, y de los 15 años de mi consagración episcopal. Doy gracias a Dios con ustedes por el gran regalo de la Eucaristía que me ha acompañado durante toda la vida, y en especial, en estos años de servicio episcopal que el Señor me concedió acompañarles en esta Iglesia Particular. También es para toda la Arquidiócesis una alegría inmensa saber que el Año de la Eucaristía, a pesar de todas las dificultades propias de la pandemia, nos hemos dedicado con fe, al Congreso Eucarístico parroquial y a los varios eventos eucarísticos vividos mediante la procesión del Santísimo Sacramento por los barrios de todas las parroquias. Ha sido un año de bendición eucarística particular, llevando a los hogares la fuerza del amor de Cristo, cultivando la fe eucarística en aquellos que no pueden acercarse al templo ni asistir a la Misa por los impedimentos de todo tipo.

Hoy celebramos una madre santa, Santa Mónica, la madre de San Agustín. Ella ha sentido y vivido el evangelio desde las lágrimas por la conversión de su hijo. Ha recorrido la vida cristiana con su ejemplo y testimonio. Para ella, ese fue su camino de santidad. Mañana, la de San Agustín nos recordará su gran amor a la Eucaristía, al que ha dado su adoración y su amor.

Les invito a que el Espíritu de Dios nos ayude a comprender y a amar las lecturas bíblicas de este día.

La primera lectura que fue proclamada para nosotros nos invita a la vida sagrada. Si nos hemos entregado a Cristo, si fuimos alimentados por su Pan de vida eterna, nuestra vida debe ser diferente de la anterior. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Tesalónica les insiste fuertemente: “la voluntad de Dios es que se hagan santos”. Es una exigencia al que Dios nos ha llamado, para ser totalmente suyos, para divinizarnos. Llevar una vida sagrada es estar a favor de Dios y del hombre. Así es el mandamiento del amor: a Dios y al prójimo. Sagrado es Dios, sagrado también es el hombre. Por eso, Jesús fue capaz de morir por cada hombre, por nosotros. A raíz de ello san Pablo nos alerta: “Nadie pase por encima de su hermano ni se aproveche con engaño”. Dando pasos positivos, una vida sagrada consiste en amar a Dios con todas nuestras fuerzas y amar al hermano con toda nuestra fuerza. Esa fuerza divina la encontramos en la Eucaristía, en lo más sagrado del Cuerpo y de la Sangre del Señor, pero también en los miembros de su cuerpo, que es la Iglesia, que somos nosotros.

Mientras tanto el Evangelio de Mateo nos habla de la esperanza, que surge para nosotros de la exclamación litúrgica: “Esperamos tu venida gloriosa, ven, Señor Jesús”. En el texto evangélico predomina la esperanza; el discípulo de Jesús aguarda su regreso en una actitud tanto de confianza como de diligencia. Las tres parábolas que nos alertan sobre la venida del Señor cuando menos lo pensemos, nos hablarán de fidelidad, de trabajo y de preocupación por los pequeños.

La primera, la parábola de las “diez vírgenes”, es la más bella sobre la fidelidad. Las diez, según la costumbre, esperaban de noche al novio para llevarlo a la casa de la novia. Estas pocas palabras nos sitúan en un mundo tanto alegre como tenso en la espera.

Los cristianos estamos invitados a mantener esa actitud de espera o de esperanza, a partir de cada celebración eucarística. Ahí en la celebración Jesucristo se hace presente continuamente y debemos llevarlo en mil circunstancias de la vida, en cada hermano necesitado de nuestra ayuda. Es bueno mantener la ilusión de experimentar su presencia, su llegada, con un corazón preparado y ansioso de recibirle frecuentemente en la Eucaristía.

 

Del Congreso Eucarístico Parroquial

Quiero compartir con ustedes algunos temas que han sido tratados en el Pre congreso parroquial. Lo que voy a resumir representa solo un ápice pequeño de la inmensa tarea pastoral desarrollada por sus participantes. Cuánto tiempo, cuánta preparación, cuánta participación se ha realizado para profundizar el contenido, los medios y las celebraciones eucarísticas. En este tiempo difícil, todo ha sido gracia. Y de esa gracia nos enriquecemos todos dando continuidad a este Congreso Arquidiocesano. Estamos así preparando el acontecimiento mayor, para fines de octubre, el Congreso Eucarístico Nacional.

Los encuentros del congreso parroquial se realizaron en el marco de la solemnidad de Corpus Christi. Por razones pastorales, algunas comunidades lo realizaron en otra fecha, cercana a dicha festividad.

Los fieles han valorado la Eucaristía, más aún en este tiempo de confinamiento, al no poder participar de la Misa de manera presencial. El Pueblo de Dios sintió hambre de Dios presente en el Santísimo Sacramento. Recordemos que por ese tiempo las comunidades parroquiales acercaron a los fieles la celebración de la Santa Misa por distintos medios de comunicación y plataformas digitales.

 

Ha sido una constante durante el confinamiento la modalidad de las misas transmitidas virtualmente. Luego, se vio un aumento de participación de las familias, pero aún faltan los niños y los jóvenes de dichas familias en las Misas presenciales. Son más los adultos quienes acuden con fe a las Misas. Es aún una tarea pendiente de los padres de dar ejemplo a sus hijos y enseñarles a amar a Jesús Eucaristía participando con ellos de las celebraciones, especialmente en las Misas dominicales.

Debemos afirmar con cierto dolor pastoral que hubo también una buena cantidad de gente que no valora aún la Eucaristía en su justa medida. Algunos participan todavía por cierta obligación, otros por rutina. Sin duda la falta de catequesis lleva al desconocimiento de tan precioso tesoro que es la Eucaristía. Por eso, se resaltó la importancia de inculcar la observancia del precepto dominical ya desde la infancia.

Es notable la participación de los Ministros Extraordinarios de la comunión en la asistencia a enfermos y ancianos de sus comunidades. Ellos tienen la formación de llevar el Cuerpo de Cristo para consolar, para sanar y para alegrar la vida de quienes están en la enfermedad o en la vejez.

Es bueno que nos detengamos a considerar los logros y los avances que hemos obtenido durante este Año dedicado a la Eucaristía. Las parroquias han tenido siempre la misa diaria y las celebraciones dominicales, con diversa participación, al inicio con escaso número que luego, a medida de la presión eclesial a las autoridades, se fue realizando más apertura de números de participación en las celebraciones.

Se ha podido apreciar los templos con buen arte en sus altares, en sus imágenes y también en los ornamentos litúrgicos de los presbíteros y diáconos.

Uno de los aspectos de la pastoral litúrgica es contar con la coordinación y organización de los equipos de liturgia parroquial, en casi todas las parroquias. Han sido los Párrocos con sabiduría en saber acompañar a estos equipos de animación sobre todo en celebraciones festivas y dominicales.

Qué buenos coros con cantos eucarísticos apropiados han animado las distintas celebraciones. En muchas parroquias, para que el templo sea lugar de oración, evitando el murmullo de conversaciones que no favorecen a la piedad, se han organizado el rezo del santo Rosario, las confesiones de muchos fieles, retomando lo característico de nuestra cultura religiosa.

Gran parte de las parroquias de la Arquidiócesis lograron adaptarse pronto a los desafíos que implicó la transmisión virtual de las celebraciones durante la cuarentena, y prosiguen hasta el día de hoy. En muchas comunidades de la Arquidiócesis existen capillas de adoración perpetua con equipos organizados. Muchas comunidades realizan también la adoración al Santísimo Sacramento los días jueves.

Pero, como somos Iglesia santa y pecadora, nos hace falta aún crecer en varios aspectos que debemos mejorar.

De manera recurrente, necesitamos mayor formación de los fieles respecto a la celebración de la Eucaristía, los ritos y su valor. Aún hay poca participación de los fieles en la celebración. Hay el peligro de acomodarse a las celebraciones virtuales, sin dimensionar el valor sacramental y la vida de hermanos y hermanas en la comunidad eucarística. Se suele decir que una hermosa foto de un plato de comida enviado por WhatsApp no alimenta nada. Pues, algo semejante es la ausencia de alimentarse del Cuerpo de Cristo en la sagrada comunión contentándose con lo virtual.

En tiempo de pandemia ha disminuido acudir al sacramento de la Reconciliación y, por tanto, una cierta pereza espiritual ha podido dominar los corazones de muchas familias. Estamos llamados a la santidad y no a la mediocridad de vida. Por eso, quienes frecuentan asiduamente el Sacramento de la Reconciliación encuentran el camino de mantener viva la llama de la fe, de la esperanza y del amor.

No pudimos, en este tiempo de pandemia, por miedo y por cierta prudencia, como algunos dicen, acompañar a adultos mayores y enfermos que no pueden asistir presencialmente a la Misa.

Es necesario preparar mejor las celebraciones en determinadas parroquias evitando la improvisación de los ministerios laicos, como los de lectores y acólitos.

Para que la Palabra de Dios sea bien escuchada, es bueno que los templos mejoren su equipo de audio, como también la provisión de flores naturales para los lugares de celebración.

Algunas sugerencias nos pueden ayudar para que este Año de la Eucaristía produzca frutos permanentes de renovación pastoral y espiritual.

Demos mayor énfasis a la Iniciación a la vida cristiana que conlleva la formación doctrinal y la experiencia de participación en la comunidad eucarística.

Si bien disponemos de hermosos coros, aún hace falta mejorar la selección de los cantos apropiados para cada parte de la celebración eucarística.

Evitemos la improvisación de los servicios laicos de la Misa, especialmente el de los lectores y el coro, con una buena preparación anticipada. No hace bien la improvisación pues rompe el ritmo de la celebración.

Igualmente es más que necesaria la preparación adecuada de las moniciones, que estas no se conviertan en homilías, más bien, sean breves y concisas.

Que los templos vuelvan a ser espacios de oración, de silencio y de escucha atenta de la Palabra de Dios y de participación fructuosa de los sacramentos. Será siempre importante que los fieles se predispongan en oración personal para participar de la celebración.

Ayuda mucho una buena homilía, preparada y con cierta duración, conforme a la celebración propia.

Recuperemos cuanto antes la presencia activa y hermosa de niños y jóvenes en las celebraciones. Durante la pandemia estuvieron ausentes, lastimosamente.

Nuestra participación a la Misa no debe realizarse en forma “ritual, mecánica”, sin corazón y con distracciones. Para eso, nos deben ayudar los signos eucarísticos, realizando bien los ritos con sentido y con amor, respetando los momentos de silencio dentro de la celebración.

Descubrimos en el congreso parroquial algunas necesidades tales como la catequesis especial sobre la celebración de la Misa por parte de los fieles de las comunidades. Hay algunos casos de párrocos que incluyen alguna explicación al respecto en sus homilías. Es recomendable una formación litúrgica permanente en las parroquias, al menos en lo que va del año de la Eucaristía, y no de forma esporádica.

El misterio de la Eucaristía debe ser comprendido desde una mayor formación que motive el interés de los fieles. Por eso, se necesita buscar estrategias para motivar y capacitar a la gente en el conocimiento, en el amor y la vivencia de su fe.

Les invito a mejorar la catequesis sistemática para la recepción de los sacramentos. De ahí, nuevamente la necesidad de asumir la Iniciación a la Vida Cristiana, como un proceso catecumenal, aprendiendo sea la Palabra de Dios, como también la recepción de los ritos preparatorios a la renovación bautismal y a la Eucaristía. Es bueno que los Párrocos y Catequistas, a la luz del nuevo Directorio de la Catequesis, se esfuercen por poner en práctica las orientaciones de la Iglesia en este campo de la catequesis y la liturgia.

Este es un compromiso eclesial de mucho valor, sea para los Párrocos, como para los catequistas y las familias cristianas. Debemos dejar esa catequesis que solo prepara a los sacramentos. Demos un paso más, con mucha convicción por los beneficios adquiridos en este tiempo: la iniciación a la vida cristiana es el medio potente para la preparación a los sacramentos que llevan al niño, al joven, al adulto a la vida cristiana, con convicción y con un buen testimonio.

Evangelizamos más con el testimonio, que sencillamente es el ejemplo de vida, que con las palabras. Ese testimonio parte de la presencia dominical de cada fiel cristiano y lo vive en la familia y en su entorno social.

La invitación misionera a familiares, vecinos, amigos, a participar de las celebraciones en la comunidad surge de la experiencia eucarística, es decir, que otros se alimentan con el Pan de vida eterna. Para eso, realicemos las visitas misioneras a las familias que viven dentro del territorio parroquial pero que no participan de la vida de la comunidad.

Sigamos fomentando la importancia de la adoración eucarística; las comunidades que cuentan con capilla de adoración perpetua, inviten a los fieles a comprometerse con un horario específico para acompañar a Jesús Eucaristía.

El compromiso social que surge del Amor a Cristo, de su sacrificio eucarístico y de la mesa de la caridad necesariamente debe expandirse hacia los otros, los hermanos y hermanas que viven en situación de marginación social, económica cultural, espiritual. La fuente de la vida que mana de la Eucaristía es para dar vida a los demás que se encuentran en las sombras de la muerte.

Amar al prójimo con gestos concretos. La misión que se nos da al término de la santa Misa es que somos enviados. Un valioso ejemplo, durante la pandemia fue el despertar de la conciencia que se dio en muchas comunidades, que especialmente durante el periodo más difícil de esta prueba sanitaria, pues se organizaron para ayudar a los más económicamente afectados, organizando comedores, ollas populares, visita a familias…

Se ha despertado la necesidad de organizar el voluntariado en la pastoral social parroquial para ayudar a los más desprotegidos. Muchos fieles cristianos han dado su tiempo, sus cualidades y sus medios para sostener esta difícil empresa de la solidaridad, que surge de la Eucaristía.

Conclusión

Hermanos, Hermanas: he presentado en forma de síntesis cuanto se ha conversado y escrito en el pre congreso eucarístico parroquial. Valoramos el aporte recibido, las sugerencias para mejorar sea la participación de las familias con sus hijos, como para animar y disfrutar mejor de las celebraciones eucarísticas.

Damos gracias a cuantos han participado del pre congreso parroquial. Hoy estamos comenzando una nueva etapa de profundización del misterio eucarístico, y mañana sábado y el domingo, en los 11 Decanatos, se reunirán los delegados de las parroquias, para celebrar un encuentro aún mayor, más enriquecedor. Que la Arquidiócesis sea portadora de un mayor conocimiento, amor y vivencia misionera del testamento que Cristo nos dejó en la última cena y lo selló con su sangre el viernes santo.

Lo que saldrá de nuestros encuentros y reflexiones será llevado al Congreso Eucarístico Nacional.

María Santísima, Mujer y Madre gloriosa del cielo, nos anime en esta trayectoria eclesial de participación construyendo juntos la realidad eclesial del Paraguay.

Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo

 

                            + Edmundo Valenzuela, sdb