Homilía de Domingo de Ramos
10 de abril de 2022
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor 2022
Jesús utiliza un burrito para su entrada en Jerusalén; el mensaje profético: «Alégrate con alegría grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey, justo y salvador, montado en un asno, en un burrito hijo de asna» (Zach 9, 9).
Esta entrada, dentro de su sencillez, reviste una solemnidad que conmueve a todos: entusiasma al pueblo y molesta a los fariseos (detractores religiosos). El Señor, al dar cumplimiento a la profecía, se presenta ante todos como el Mesías anunciado en el Antiguo Testamento.
Le saludan al Señor con las palabras proféticas para la entronización del Mesías, escritas en el Salmo 118, 26: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!». Pero además es aclamado como Rey por el pueblo. Es la hora de la gran manifestación del salvador. Los fariseos se indignan. En medio de la gran alegría se oye esta exclamación: «Paz en el Cielo y gloria en las alturas», como un eco del anuncio del ángel a los pastores en la noche de Navidad (cfr Lc 2, 14).
Domingo de Ramos es la puerta de entrada de la semana santa. Gracias Señor por entrar en nuestros corazones, por la alegría que nace y renace como estos ramos verdes que agitamos como se agita el corazón, con el aroma de inciensos y ruda. Nos encaminamos con Él, guiados por su vara y cayado, el Buen Pastor que se hace cordero manso para beber del cáliz de su propio sufrimiento, hacia el misterio de su muerte y de su resurrección. Hemos escuchado la Pasión del Señor según el relato del evangelista Lucas. Nos hará bien en esta entrada, también reflexionar sobre nuestra vida cristiana, hacernos una sola pregunta, como un examen de consciencia en nuestra propia vida personal, donde nos ubicamos.
¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo ante mi Señor? ¿Quién soy yo ante Jesús que entra con fiesta en Jerusalén? ¿Soy capaz de expresar mi alegría, de alabarlo? ¿O hago cálculos humanos, guardando distancias del Señor? ¿Quién soy yo ante Jesús que sufre?
Hemos oído muchos nombres de personas en el relato, tantos nombres.
En la siguiente escena (vv. 6-12), la actitud de los personajes manifiesta lo que son: Herodes Antipas parece un ser caprichoso, burlón, según siempre quiso conocer a Jesús (vv. 8-9), y los príncipes de los sacerdotes y los escribas aparecen como decididos en dar muerte de Jesús (v. 10). La grandeza del Señor frente al bullying, al acoso malicioso, callaba (v. 9). Así comenta el episodio San Ambrosio: «Cuando Herodes quería ver de Él algunas maravillas, Él se calló y no hizo nada, porque la crueldad del personaje no merecía ver cosas divinas, y porque el Señor declinaba cualquier tipo de jactancia. Tal vez Herodes pueda ser considerado modelo y emblema de todos los impíos: si no han creído en la Ley y en los Profetas, tampoco pueden ver las obras admirables de Cristo en el Evangelio» (ibidem, ad loc.). Herodes le envía a Jesús a Pilatos para trasladar el caso a cuestiones más judiciales y políticas.
De nuevo ante Pilato (vv. 13-25), este, en diálogo con los acusadores, deja claro por tres veces (vv. 14.20.22) que Jesús es inocente. Pero la multitud pide la muerte de Jesús en las tres ocasiones (vv. 18.21.23). Barrabás es soltado libre (v. 25), a pesar de ser sedicioso y de haber cometido un homicidio (v. 19). La escena no puede dejar de ser un reproche a la indolencia: ni Herodes ni Pilato «le han declarado culpable, aunque cada uno ha servido a la crueldad de los fines del otro. Pilato se lava las manos, pero no puede hacer desaparecer sus actos; porque siendo juez, no tendría que haber cedido al odio y al miedo hasta el punto de derramar sangre inocente.
Lavarse las manos enmascarar los propios pecados y errores, manos manchadas de sangre no purifica ni lava las manos, manos que sentencian injusticias, gatillan muertes, las manos que destruyen cómo en actos terroristas, en la guerra librada y condena a muertes miles de inocentes en nombre de ocupación de reconquistar territorios perdidos, cómo en Ucrania-Rusia dejando secuelas de muertes, horrenda es la guerra como horrendo el corazón que la promueve, a nadie se conquista cortando cabezas, ni violando, ni usurpando, ni crucificando, nada justifica clavar y crucificar a nadie. Cómo sucede con otras guerras y agresiones al ser humano, otras denigraciones a la dignidad humana, atentados contra vidas inocentes en el vientre materno y fuera del vientre con laceraciones físicas, espirituales y mentales, cometidas contra menores y vulnerables. Cómo lavarse las manos luego de estos actos altamente terroristas, diciendo luego que fueron agresiones justificadas.
Lavarse las manos es, no reconocer el propio error o tal vez pensar que con decir no fui yo, no es mi culpa, podemos evadir y reparar errores cometidos. O podemos lavarnos las manos con el mismo barro que nos ensucia, porque ese acto agrega y agrava más culpa, la culpa cometida. Las pilateadas, lavarse las manos es siempre un acto de corrupción y cobardía. El único Señor que puede lavarnos las manos y el corazón, perdonar nuestros pecados es Él cuando ve corazones verdaderamente arrepentidos. Mandato que Jesús dio a sus apóstoles. A quienes ustedes perdonan sus pecados le serán perdonados.
También hemos oído otro nombre: Judas. Treinta monedas. Monedas lavadas con sangre. ¿Está justificado usar dinero de las injusticias y deshonestidad, se puede seguir traficando con el dinero sucio para comprar pan sucio a los hijos, pan sucio de corrupción e injusticias, dinero que compra y vende a personas, amigos, dinero que trafica con seres humanos, con negociados destructores de la salud y dignidad de las personas? ¿Se traiciona el maestro y Señor a quien se decía o pretendía seguirlo, pero por otros intereses personales doctrinales, ideológicos, materiales, traicionando la verdad?
Hemos escuchado otros nombres: los discípulos que no entendían nada, que se durmieron mientras el Señor sufría.
La conducta de Jesús es presentada como ejemplo para todo cristiano: provoca la admiración del centurión y el arrepentimiento de la muchedumbre (vv. 47-48). Jesús es modelo de misericordia y de perdón: consuela a las mujeres (vv. 28-29), perdona a los que le van a matar (v. 34) y abre las puertas del Paraíso al buen ladrón (v. 43). En su otro libro, Lucas nos presenta al primer mártir, San Esteban, imitando el comportamiento de Cristo (cfr Hch 7,60): «El perdón atestigua que en el mundo está presente el amor más fuerte que el pecado. El perdón es además la condición fundamental de la reconciliación, no sólo en la relación de Dios con el hombre, sino también en las recíprocas relaciones entre los hombres» (Juan Pablo II, Dives in misericordia, n. 14).
La fuerza de Jesús es su oración. Por dos veces (vv. 34.46) se dirige a su Padre Dios. Para Él son sus últimas palabras: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (v. 46).
Que los ramos bendecidos, pindo karai que llevamos, no lo tengamos solamente como reliquias, sino como ramos verdes que nos abren el corazón a la esperanza de que el Señor es el único Señor, y que habría de resucitar como lo ha anunciado. Ramos verdes de esperanza que la Vida ha vencido y vencerá siempre a la muerte. Ramos que representa la Cruz, que llevamos como expresión de nuestro compromiso a despertarnos de nuestras apatías espirituales para velar en oración, despertarnos de nuestras comodidades, indiferencias, debilidades y cobardías para entregarnos y rendirnos a los pies de Aquel que quiere reinar en nuestras vidas, en nuestras familias.
Expresión del amor y la solidaridad, del amor verdadero, que es el único camino de la construcción social y comunitaria, para exorcizar el odio, la corrupción, la muerte, la maldad del corazón humano. Jesús, el Amor hecho hombre, que habitó entre nosotros, que pasó en esta tierra haciendo siempre el bien, que tanto amo al mundo y que ha dado la vida por mí, por nosotros. Ramos de la alegría, por eso lo alzamos con el júbilo de nuestros corazones. Bendito el que viene en nombre del Señor.
Ahora ya ha pasado todo. José de Arimatea, hombre importante, realiza con sincera veneración cuanto se requería para sepultar piadosamente el cuerpo de Jesús. Ejemplo claro para todo discípulo de Cristo, que por amor a Él debe arriesgar honra, posición y dinero. Es la hora de pensar en la obra de Jesús, que «con su sangre derramada libremente, nos ha merecido la vida, y en Él, Dios nos ha reconciliado consigo mismo y entre nosotros. (…) Nos ha abierto el camino; en tanto lo recorremos, la vida y la muerte son santificadas y adquieren un nuevo significado» (Conc. Vaticano II, Gaudium et spes, n. 22).
+Mons. Adalberto Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano
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