El Papa Pablo VI en su mensaje en Tierra Santa en 1964 nos decía: Nazaret es la escuela de iniciación para comprender la vida de Jesús. La escuela del Evangelio. Aquí se aprende observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido, tan profundo y misterioso, de aquella simplísima, humildísima, bellísima manifestación del Hijo de Dios. (Peregrinación en Nazaret, 5 de enero de 1964).

En la escuela de la Sagrada Familia aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a aprender el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres.

En la familia que vive en Cristo, donde los padres se alimentan de la Divina Misericordia por la comunión de amor entre ellos, en la oración constante, de la meditación de la Palabra, de los Sacramentos. Los padres nutren y educan a los hijos en la fe, en los valores evangélicos, para ser guía y orientación en el peregrinar de la vida. Son también ayuda y testimonio para otras familias o para jóvenes generaciones huérfanos de vínculos familiares y del sentido de la vida, son promotoras del bien social y defensoras de la vida.

Pero lejos de reflejar la familia de Nazaret están, aquellas familias que padecen el debilitamiento de la fe y de la poca práctica religiosa. Muchas veces causada por la rutina, el desamor y la discordia.

Asimismo, hay una sensación general de impotencia frente a la realidad económica que a menudo acaba por aplastar a las familias, la falta de trabajo, la precarización económica, la migración, el exilio, la desprotección social. Con frecuencia, las familias se sienten abandonadas por el desinterés y la poca atención de las instituciones.

El Estado tiene la responsabilidad de crear las condiciones legislativas, laborales, educativas, de salud, para garantizar el futuro de los jóvenes y ayudarlos a realizar su proyecto de formar una familia.

La falta de tierra propia, de una vivienda digna o adecuada suele llevar a postergar la formalización de una relación. Hay que recordar que «la familia tiene derecho a una vivienda decente, apta para la vida familiar y proporcionada al número de sus miembros, en un ambiente físicamente sano, que ofrezca los servicios básicos para la vida de la familia y de la comunidad. Una familia y un hogar son dos cosas que se reclaman mutuamente».

Este ejemplo muestra que tenemos que insistir en los derechos de la familia, y no solo en los derechos individuales. La familia es un bien del cual la sociedad no puede prescindir, pero necesita ser protegida.

La drogodependencia es una alarmante epidemia de nuestro país, que hace sufrir a muchas familias, y no pocas veces termina destruyéndolas. Algo semejante ocurre con el alcoholismo, el juego y otras adicciones. Niños, jóvenes y adolescentes víctimas de tan larga pandemia y cuarentenas. La familia podría ser el lugar de la prevención y de la contención. Necesitadas por otra parte, urgentemente de ayuda, de las mismas instituciones educativas, para prevenir y contener el mal causante por la propagación de la epidemia de las adicciones. Cuando las familias se debilitan y pierden fuerza, toda la sociedad se debilita.

Como Iglesia estamos todos llamados a trabajar con las familias, a través de la Pastoral Familiar, Pastoral de Juventud, la Catequesis y los movimientos que se dedican a misionar las casas, y anunciar la Buena Nueva. La alianza de amor y fidelidad, de la cual vive la Sagrada Familia de Nazaret, ilumina el principio que da forma a cada familia, y la hace capaz de afrontar mejor las dificultades de la vida y de la historia. Sobre esta base, cada familia, a pesar de su debilidad, puede llegar a ser una luz en la oscuridad del mundo. (Exhortación Apostólica, La Alegría del amor).

En la escuela de Nazaret, comprendemos la necesidad de la disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo. La vocación de la familia se manifiesta en Nazaret, con Jesús en medio de ellas. (Donde dos o más están reunidos en mi nombre ahí estoy yo en medio de ellos. Mt 18,20). Y Él es Camino, Verdad y Vida. Camino del bien, la verdad que anhelamos, la vida plena que esperamos.

 

+ Monseñor Adalberto Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano

 

 

 

 

.