Mensaje, fiesta Virgen del Pilar

Hermanas y hermanos en Cristo:

Es para mí motivo de gran alegría poder compartir con ustedes la fiesta de la Virgen del Pilar, cuyo nombre lleva esta hermosa y heroica ciudad, que se destaca por su espíritu de sacrificio y de solidaridad comunitaria frente a diversas adversidades que ha soportado a lo largo de su rica historia.

Les saludo y agradezco vivamente la invitación. Saludo y bendigo también a todas las comunidades eclesiales de Ñeembucú.

¿Por qué la Virgen María es la Bienaventurada? Dice Jesús, “dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.

En este pasaje del evangelio de Lucas, escuchamos previamente la admiración de una mujer que, de entre la multitud, le grita a Jesús: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”.

¿Es grande y dichosa María por haber sido biológicamente templo y sagrario del Espíritu Santo para ser la Madre del Hijo de Dios? Sí lo es, pero hay una condición previa: “escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica”.

María es y será reconocida como la Bienaventurada por todas las generaciones porque dijo “Sí” al Plan de Dios. El primero que la llamó feliz fue el Ángel Gabriel, a quien María respondió: “Hágase en mí según tu palabra”, ante el anuncio de que fue escogida para ser la Madre de Dios.

Este es el mensaje que subraya hoy Jesús: escuchen la palabra de Dios y pónganla en práctica, y señala como ejemplo a María, su madre. Ella es grande y dichosa porque ha sido obediente a la voluntad de Dios.

La obediencia a la voluntad de Dios es la clave de nuestra salvación. En efecto, Jesús dice: “no todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?». Y entonces les declararé: «Jamás los conocí; apártense de mí todos los que practican la iniquidad»”. (Mt 7,21-23).

La Virgen María dijo sí al proyecto de Dios y eso permitió la Encarnación, es decir, que el Verbo de Dios, la Palabra, se hiciera hombre. He allí la relevancia y centralidad de María en la historia de la salvación.

María es modelo de creyente y, por consiguiente, fuente de la cual se puede nutrir la espiritualidad de todo bautizado. Ella nos indica el camino: “Hagan todo lo que él les diga”. Así también, por la fidelidad a la Voluntad de Dios, podremos ser llamados felices, dichosos, bienaventurados.

En la Iglesia y en la sociedad estamos llamados a escuchar la palabra de Dios y a ponerla en práctica. Para ello necesitamos una profunda conversión personal, eclesial y social.

En la Iglesia estamos en ese proceso respondiendo al llamado del Papa Francisco a escucharnos, a caminar juntos, a ser una Iglesia sinodal. La escucha de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia nos invita a la conversión, a la renovación, a la transformación profunda de nuestros corazones para ser constructores de una nueva sociedad.

Ayer, 11 de octubre, recordamos 60 años del inicio del Concilio Vaticano II, que es la expresión de una Iglesia que se renueva para volver a las fuentes del Evangelio y así responder mejor a las necesidades más profundas del hombre y de la mujer de hoy porque “el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo, y nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.” (Gaudium et Spes, 1).

El Papa Francisco nos invita a redescubrir e impulsar las orientaciones del Concilio Vaticano II “para volver a dar la primacía a Dios, a lo esencial, a una Iglesia que esté loca de amor por su Señor y por todos los hombres que Él ama, a una Iglesia que sea rica de Jesús y pobre de medios, a una Iglesia que sea libre y liberadora. El Concilio indica a la Iglesia esta ruta: la hace volver, como Pedro en el Evangelio, a Galilea, a las fuentes del primer amor, para redescubrir en sus pobrezas la santidad de Dios”. (Homilía, 11 de octubre 2022).

Un hijo de esta ciudad, el gran poeta Carlos Miguel Jiménez, lo expresa bellamente en las letras de “Mi patria Soñada”. Para que sea posible una nueva sociedad, más fraterna, más solidaria, donde haya niños alegres y madres felices, la condición es que en la sociedad haya “hombres sanos de alma y corazón”.

En la familia, cuna de la vida, es donde se forjan los hombres sanos, cristianos comprometidos y ciudadanos de bien. La familia es el núcleo fundamental de la sociedad y de la propia Iglesia. Ella ocupa el primer lugar, en la socialización, en la convivencia, en la educación en valores y en la formación integral, psíquica, física y espiritual de las personas.  Por ello, pensamos que las circunstancias que favorecen o limitan a la familia afectan la salud integral de nuestro pueblo.

Tal es la importancia y centralidad de la familia, que la propia Constitución Nacional la reconoce como fundamento de la sociedad y establece que “se promoverá y se garantizará su protección integral”. Frente a esto, es absolutamente necesario y urgente impulsar las políticas públicas que favorezcan su estabilidad e integridad: techo y trabajo digno; educación de calidad; acceso a la atención integral de la salud; oportunidades para una vida digna, plena y feliz de cada uno de sus miembros.

En el contexto de esta fiesta de María, no podemos dejar de resaltar la figura de la mujer y su rol fundamental en la cohesión de la familia y en la educación de los hijos. La mujer paraguaya es la más gloriosa de América, dice el Papa. Estamos llamados a la protección y promoción humana integral de la mujer. San José, esposo de María, nos da el ejemplo de cuidado, de ternura, de comprensión.

En efecto, San José, como padre, cuidó de la Sagrada Familia, de la Santísima Virgen María y de Jesús. Y también cuida de la familia de Jesús que es la Iglesia. La cuida hasta durmiendo, como los padres que, incluso durmiendo, no se olvidan de sus hijos.

Escribe también Carlos Miguel Jiménez que la patria soñada no debe tener hijos desgraciados ni amos insaciados que usurpan sus bienes. El Paraguay de hoy tiene “hijos desgraciados”, porque, lamentablemente, existen amos “insaciados que usurpan sus bienes”. La corrupción, pública y privada, no deja de dañar nuestra confianza y de malgastar los recursos destinados a mejorar las condiciones de vida de nuestro pueblo, en especial de los sectores vulnerables. Seguimos necesitando y reclamando el bien común de la salud, de la educación, del alimento, de la dignidad de toda vida, del trabajo y el ingreso justo, de la vivienda, de servicios públicos de calidad y de políticas firmes y sostenidas que afiancen la equidad y el desarrollo para todos.

Mientras exista impunidad, la corrupción seguirá usurpando los bienes del pueblo y el Paraguay tendrá “hijos desgraciados”. En esto, será fundamental la correcta y necesaria independencia y actuación del Ministerio Público y del Poder Judicial, instituciones en las cuales hay muchos bautizados que deben revisar si su conducta es coherente con su fe en Cristo.

La patria soñada, un nuevo Paraguay, necesita de laicos comprometidos con Cristo y su Iglesia, que, desde su conversión personal a Dios, busca y trabaja por instaurar los valores del Reino de Dios en nuestra sociedad. Es necesaria esa conversión para que la sociedad paraguaya ­­­­– con mayoría católica por sustrato cultural, profundamente devoto de la Virgen María – supere la inequidad social estructural.

Es urgente el protagonismo de los laicos para que nuestra evangelización sea eficaz, desde un modelo de Iglesia en salida, misionera, que no teme mezclarse con el mundo para que, desde los valores del Reino, contribuya a transformar las situaciones de pecado que oprimen a nuestro pueblo: la corrupción, la inequidad, la violencia silenciosa de la pobreza que excluye y descarta a los más débiles, niños y ancianos, indígenas y campesinos, jóvenes sin oportunidades ni horizonte para sus vidas, familias desestructuradas, agresión al medio ambiente, entre otros males que padecemos en el Paraguay. En estas y otras penosas realidades son partícipes los laicos, sea por acción u omisión (cfr. Carta Pastoral de la CEP a los laicos).

Hermanas y hermanos laicos, les invito a que no queden indiferentes a las cosas públicas, ni replegados dentro de los templos, ni que esperen las directivas y consignas eclesiásticas para luchar por la justicia, por formas de vida más humanas para todos.

Vayan y anuncien la Buena Nueva a nuestro pueblo; amen y cuiden su familia, su lugar de trabajo; participen en la vida pública; sean fermento del evangelio en los ambientes políticos, sociales y culturales; iluminen con el testimonio de su vida las sombras del pecado que amenazan la dignidad de los más pequeños, de los pobres, de los vulnerables de nuestra sociedad.

Como escuchamos en los Hechos de los Apóstoles, María siempre está presente en medio de nosotros animándonos, cuidándonos, intercediendo por nosotros para que la palabra de Dios sea fecunda en nuestras vidas y podamos ser también bienaventurados.

En este día de fiesta de nuestra Madre, rezo con ustedes y por ustedes esta bella oración de San Juan Pablo II:

Virgen Santa del Pilar: aumenta nuestra fe,

consolida nuestra esperanza, aviva nuestra caridad.

Socorre a los que padecen desgracias,

a los que sufren soledad, ignorancia, hambre o falta de trabajo.

Fortalece a los débiles en la fe.

Fomenta en los jóvenes la disponibilidad

para una entrega plena a Dios.

Protege al Paraguay entero y a sus pueblos,

a sus hombres y mujeres.

Y asiste maternamente, oh María, a cuantos

te invocan como Patrona…

Nos encomendamos a la Virgen del Pilar para que nos sostenga en la fe, en la esperanza y en la caridad, y que nos ayude a seguir su ejemplo de fidelidad a la Voluntad de Dios.

 

Pilar, 12 de octubre de 2022

+ Cardenal Adalberto Martínez Flores

Arzobispo de la Santísima Asunción