Evangelio de hoy
JUEVES DE LA 2° SEMANA DE ADVIENTO
Evangelio según San Mateo 11, 11-15
“¡El que tenga oídos, que oiga!”
Jesús dijo a la multitud: “Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos es combatido violentamente, y los violentos intentan arrebatarlo. Porque todos los Profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan. Y si ustedes quieren creerme, él es aquel Elías que debe volver. ¡El que tenga oídos, que oiga! Palabra del Señor.
Meditación
No ha surgido entre los hijos de una mujer ninguno más grande que Juan el Bautista. Debo confesar que, según mi criterio propio, después de María, sería san José el más grande entre los nacidos de una mujer. El castísimo san José es el hombre del silencio, del servicio y de la fe inquebrantable; el protector del Dios hecho hombre y de la Madre del Divino Verbo. san José le creyó a Dios, con respecto al embarazo de la Santísima Virgen María, sin más pruebas que la palabra de María y el conocimiento que tenía de su santidad, de su pureza, su integridad y autenticidad; sin más pruebas que haber hablado con un ángel en sueños. Pero solo eso le bastó para apostar la vida entera: su presente y su futuro, sus sueños y esperanzas, sus expectativas y planes; todo puesto a un lado, todo relativizado en función de Cristo, de protegerlo, de acogerlo en su hogar y de formarlo.
Y sin embargo, no obstante la heroicidad de la santidad y las virtudes del bendito tutor de Cristo, Jesús nos dice que no ha surgido entre los hijos de una mujer, ninguno más grande que Juan el Bautista. Evidentemente, san José vivió y cumplió heroicamente la misión que Dios le ha asignado y eso es digno de alabanza y reconocimiento, y más digno de imitarse.
Pero san Juan Bautista, es grande, porque reconociendo su pequeñez, trabajó para que Israel pudiese recibir al Enviado del Padre y en cuanto tuvo oportunidad, lo señala como el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; es decir, como el único Salvador del género humano, como el Mesías anunciado por los profetas, como Aquél cuya sangre y cuya carne nos dan la vida eterna.
Ahora bien, practicar las virtudes y vivir una vida santa es importante y grato a los ojos de Dios, claro está, y necesario para formar parte del Reino de los Cielos, pero anunciar a Jesucristo como el único Salvador se vuelve indispensable para ser grande en este Reino.
Piensa, hablar otros idiomas, viajar o ser muy bueno en el deporte, los videojuegos, en tu escuela o tu trabajo, ¡es bueno!, pero la grandeza de un ser humano no radica en esas banalidades, sino en aceptar a Jesucristo y en anunciarlo con obras y palabras. Por eso, te invito a hacerte violencia frente a tu tendencia al placer y a la comodidad, aprendiendo de san José sus virtudes de acogida al Verbo hecho carne, conquistando el Reino de los Cielos en tu vida.
Pero, si quieres ser grande en ese Reino, aprende de san Juan Bautista su vehemencia por señalar a Cristo ante todos, como el único Salvador, proclama, a tiempo y a destiempo que Él es Dios y Señor de la historia, comparte su Palabra, su amor y su enseñanza; anuncia que la muerte ya no tiene la última palabra y que el pecado no determina al pecador si se somete a Cristo y busca vivir según su Palabra, anuncia que Dios también es Padre, y trabaja para que verdaderamente lo sea de todo el género humano, lucha por la salvación de la humanidad que solo es posible rompiendo el pacto con el pecado.
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