Evangelio de hoy

Sábado de la 3° Semana de Pascua

Evangelio según San Juan 6, 60-69

“¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”

Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”. Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: “¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen”. En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.

Meditación

Eucaristía, una herencia imperecedera. San Agustín, que habría aprendido de Santa María, Virgen, y de San José, nos enseña: “Signo de que uno ha comido y bebido es esto: si permanece y es objeto de permanencia; si habita y es inhabilitado; si se adhiere sin ser abandonado. Nos enseña a estar en su cuerpo bajo esa misma cabeza, entre sus miembros, comiendo su carne, sin abandonar su unidad”. Esto es, tener conciencia y dar signo de pertenencia.

Y son duras las palabras porque somos mundanos. En cambio, nos anima a: “Perseverar con Cristo, Dios y hombre, una sola persona. La palabra, el alma y la carne son el único Cristo. Hijo de Dios siempre; hijo del hombre en virtud del tiempo. Estaba en el cielo mientras hablaba en la tierra. En el cielo estaba el Hijo del hombre como el Hijo de Dios estaba en la tierra; por la carne asumida estaba en la tierra el Hijo de Dios; por la unidad de la persona estaba en el cielo el Hijo del hombre” (Homilía en la fiesta de San Lorenzo, año 414).

Es decir, alegrémonos porque el Hijo de Dios se hizo hombre, gracias al sí de María; y perseveremos con humildad, simplicidad y alabanza, que nos espera grandes cosas. Como la Virgen María, podremos cantar que “El Señor, hizo en mí maravillas”. Sobre todo, aprendamos a dar gracias en cada Eucaristía, a participar de la familia de los hijos de Dios, a adorarlo presente y vivo en el Sagrario. Lo llevamos de corazón a nuestros ambientes.

 

¿Cómo pagaré al Señor, todo el bien que me ha hecho?

¿Cómo pagaré al Señor, todo el bien que me ha hecho?

Alzaré en la copa de la salvación,

invocando el nombre del Señor.