Evangelio de hoy

Viernes de la 3° Semana de Pascua

Evangelio según San Juan 6, 51-59

“Mi carne es la verdadera comida, y mi sangre, la verdadera bebida”

Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.

Meditación

Vida del mundo y Vida eterna. Una catequesis sobre el misterio de la Eucaristía (ver Jn 6,55), dice: “Participamos del cuerpo y la sangre de Cristo con certeza plena. Porque, bajo el aspecto del pan, está el cuerpo que te es dado; bajo el aspecto del vino está la sangre que te es dada, con el fin de que participando en el cuerpo y en la sangre de Cristo te hagas un solo cuerpo y una sola sangre con Cristo. De este modo, nos hacemos partícipes de la naturaleza divina” (2Pe 1,14). Nos divinizamos, como se entendía en los siglos III-VIII, y nos hacemos una sola familia cristiana, de la Iglesia universal, de la Parroquia, etc, “un solo cuerpo y una sola sangre”, ya que uno solo es el bautismo y la fe.

Esta vida ofrecida al mundo se nos ha dado por pura gracia, inicia en esta vida terrena y, Dios mediante y nuestra cooperación, tendrá su plenitud en el cielo. Pero hemos de “discernir”, entre las ofertas de alimento que no vienen del Señor y que aparentemente satisfacen más (nutridos con el dinero, el éxito o la vanidad). En los momentos de tentación, como los judíos, tenemos la memoria enferma, esclava y selectiva, pero no libre. El Papa Francisco nos preguntaba, ¿en qué mesa queremos comer, manjares gustosos, pero en la esclavitud, o en la mesa del Señor? (Homilía, 19 de junio de 2014).

Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio.

Alabad al Señor, todas las naciones; aclamadlo, todos los pueblos.

Firme es su misericordia con nosotros, su fidelidad dura por siempre.