1581-1660
Dice el santo “Me di cuenta de que yo tenía un temperamento colérico y amargo y me convencí de que con un modo de ser áspero y duro se hace más mal que bien en el trabajo de las almas. Y entonces me propuse pedir a Dios que me cambiara mi modo agrio de comportarme, en un modo amable y bondadoso y me propuse trabajar día tras día por transformar mi carácter áspero en un modo de ser agradable”.
San Vicente contaba a sus discípulos: “Tres veces hablé cuando estaba de mal genio y con ira, y las tres veces dije barbaridades”. Por eso cuando le ofendían permanecía siempre callado, en silencio como Jesús en su santísima Pasión”.
Se propuso leer los escritos del amable San Francisco de Sales y estos le hicieron mucho bien y lo volvieron manso y humilde de corazón. Con este santo fueron muy buenos amigos.
San Vicente caminaba muy agachadito y un día por la calle no vio a un hombre que venía en dirección contraria y le dio un cabezazo. El otro le dio un terrible bofetón. El santo se arrodilló y le pidió perdón por aquella su falta involuntaria. El agresor averiguó quien era ese sacerdote y al día siguiente por la mañana estuvo en la capilla donde le santo celebraba misa y le pidió perdón llorando, y en adelante fue siempre su gran amigo. Se ganó esta amistad con su humildad y paciencia.
Siempre vestía muy pobremente, y cuando le querían tributar honores, exclamaba: “Yo soy un pobre pastorcito de ovejas, que dejé el campo para venirme a la ciudad, pero sigo siendo siempre un campesino simplón y ordinario”.
Vicente se hace amigo del Ministro de la marina de Francia, y este lo nombra capellán de los marineros y de los prisioneros que trabajan en los barcos. Y allí descubre algo que no había imaginado: la vida horrorosa de los barcos. En ese tiempo para que los barcos lograran avanzar rápidamente les colocaban en la parte baja unos grandes remos, y allá en los subterráneos de la embarcación (lo cual se llama galera) estaban los pobres prisioneros obligados a mover aquellos pesados remos, en un ambiente sofocante, en medio de la hediondez y con hambre y sed, y azotados continuamente por los capataces, para que no dejaran de remar.
San Vicente se horrorizó al constatar aquella situación tan inhumana y obtuvo del Ministro, Sr. Gondi, que los galeotes fueran tratados con mayor bondad y con menos crueldad. Y hasta un día, él mismo se puso a remar para reemplazar a un pobre prisionero que estaba rendido de cansancio y de debilidad. Con sus muchos regalos y favores se fue ganando la simpatía de aquellos pobres hombres.
San Vicente hace referencia del pasaje de las escrituras que lo conocía muy bien desde pequeño siendo su madre y su familia sus primeros catequistas, ocho veces utiliza en sus escritos para definir la misión de Cristo y de la Congregación y lo adoptó en el emblema de la Congregación. 2) Mateo 25,40: “Os lo aseguro: cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo”. Este texto está en todos los Reglamentos de la Caridad escritos por San Vicente y, asimismo, en las Reglas Comunes de la Congregación de la Misión. Los pobres son nuestros señores y maestros maestros de vida y pensamiento junto a ellos la inteligencia se esclarece el pensamiento se rectifica la acción se ajusta la vida se modela desde el interior.
Papa Francisco el 11 dic 2024, en su mensaje dirigido a al Reverendo Tomaz Mavric, Superior General de la Congregación de la Misión, entre otras cosas dijo: En su acercamiento a los pobres, Vicente comprendió rápidamente que las obras de caridad debían estar bien organizadas a nivel local. Las mujeres fueron las primeras en asumir este desafío. En 1617, en la parroquia de Châtillon, estableció la primera de las “Confraternidades de la Caridad”, que continúan hoy como la Asociación Internacional de Caridades o las,Damas de la Caridad. En 1633, él y santa Luisa de Marillac cofundaron un tipo revolucionario de comunidad femenina, las “Hijas de la Caridad”. Hasta ese momento, las comunidades de religiosas estaban obligadas avivir en clausura. Las Hijas de la Caridad fueron enviadas a las calles de París para servir a los enfermos y a los pobres. Esta innovación dio lugar a una rica cosecha en una verdadera explosión de congregaciones religiosas femeninas dedicadas a obras apostólicas en siglos posteriores.
En el país ha hecho un aporte enorme en la formación del clero desde el 4 de abril de 1880 (hace 145 años) que se inauguró el edificio del primer seminario conciliar, junto a la Catedral. La dirección fue encomendada a los Padres Lazaristas, Congregación de la Misión de San Vicente. Ellos dirigieron el Seminario hasta 1955. De la primera generación de seminaristas fue el venerado Monseñor Juan Sinforiano Bogarín, Obispo del Paraguay durante cincuenta años. En la época de este gran Obispo, ya se hablaba de la necesidad de un nuevo Seminario para los nuevos tiempos. Un Seminario nacional bajo la tutela de la Conferencia Episcopal Paraguaya, un centro único de formación sacerdotal. Un Seminario que permitiera conservar la unidad de criterios formativos y pastorales en la preparación de los sacerdotes en Paraguay.
En 1955 se deja el seminario, y Monseñor Rolón, S.D.B. (arzobispo de Asunción) con motivo del centenario de la Provincia (1973) expresó: “la prolongada labor y méritos de los Padres Vicentinos en el Paraguay, constituyen, de verdad, hondos motivos de agradecimiento a la Congregación. Innumerables sacerdotes que aún siguen siendo ejemplo de pastores, fueron fruto de aquella misión”.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
10 de abril, año jubilar 2025
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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