Queridos Hermanos Presbíteros
- Introducción
Hoy, en el día sacerdotal, desde esta Catedral, recordemos con afecto a los obispos enfermos Mons. Jorge Livieres, Mons. Pastor Cuquejo, Mons. Zacarías Ortiz. Recordemos también a los presbíteros enfermos: Arnulfo Portillo, Aveiro, Antonio Colmán, Pablino Bogado.
Los textos bíblicos proclamados se refieren a los ministros de Dios, con quienes realiza un acuerdo fundamental que durará para siempre. San Pedro a estos ministros los llamará pueblo sacerdotal, nación santa… que, por la sangre de Jesucristo, el que era, es y será, alcanzan la salvación.
Para este Pueblo Sacerdotal, el sacerdocio común de los fieles hoy se bendice y se consagran los santos óleos. El óleo de los catecúmenos, de enfermos y la consagración del santo Crisma se insertan en el misterio pascual de Cristo, celebrado en los Sacramentos. Mediante estos signos externos la Iglesia inicia la vida cristiana con el óleo de los catecúmenos, estableciendo un combate espiritual contra el maligno, purificando al catecúmeno gradualmente del pecado, e invocando sobre él la gracia del Espíritu Santo, preparándolo al bautismo. Con el óleo de los enfermos, se los ayuda a recibir la fortaleza de la gracia en la recuperación de la salud física y espiritual y en su identificación con los padecimientos de Cristo. Con el santo crisma, se administran los sacramentos del bautismo, la confirmación y la consagración presbiteral y episcopal. La unción de los santos óleos, signos exteriores de la fe, la Iglesia comunica, mediante el sacramento, la acción interior y nueva de la vida según el Espíritu, y hace partícipe de la gracia de la vida divina preparando la vida eterna.
- El contexto actual y los desafíos pastorales
El primer desafío pastoral es el segundo año del Trienio de la juventud, acompañando el Sínodo de los Obispos sobre “jóvenes, fe y discernimiento vocacional” en octubre próximo. Los Consejos pastorales están organizando, con los jóvenes, el Congreso parroquial, sobre el mismo tema del Sínodo de Obispos y la Cartilla de preparación a la Jornada Mundial de la Juventud de 2019. A fines de junio, los jóvenes realizarán la misión juvenil en el encuentro con otros jóvenes. Y en setiembre tendremos el congreso diocesano con representantes juveniles, llevando nuestro aporte a la JMJ, el próximo enero 2019 en Panamá.
El otro contexto importante es la preparación de la celebración de la beatificación de primera beata paraguaya, la Hermana María Felicia de Jesús Sacramentado, llamada Chiquitunga, el 23 de junio. Será un evento eclesial nuevo en nuestra historia paraguaya y al que nos disponemos a participar difundiendo vida y testimonio de la próxima Beata.
Otro desafío pastoral es la catequesis con inspiración catecumenal, como pide la Iglesia. Es un signo de la conversión pastoral acompañar a los nuevos miembros de la comunidad cristiana iniciándoles a la Vida cristiana.
A nivel país, el próximo mes, nuestro país participará de las elecciones nacionales. Les invito tomar en cuenta la Carta Pastoral de los Obispos para la ocasión. A partir del sentido evangélico de la autoridad como servicio, nos dirigimos a quienes serán electos recordándoles varios temas sociales que merecen solución; también a los electores que hagan un discernimiento por quién o quiénes votar, según defiendan los valores de la vida, la familia, la dignidad de la persona humana y el bien común. Quienes son llamados al servicio de la autoridad cuidan del Pueblo de Dios que se les encomienda, aman la Patria y la sirvan en la verdad, la justicia y los derechos humanos consagrados en la Constitución Nacional.
A la luz de estos desafíos pastorales y sociales, también el Papa Francisco nos propone la “Ratio formationis”, una forma de vida pascual, un nuevo estilo de relacionamiento con Cristo, con los hermanos Presbíteros y con los fieles en general. Es un camino de conversión espiritual ante los nuevos desafíos de cómo ser y vivir hoy el sacerdocio que hemos recibido por libre elección del Señor, y es para nosotros don y tarea. Comparto con ustedes el don sacerdotal ministerial.
- Cristo Pastor, Siervo y Esposo
Partamos de la contemplación de Cristo Jesús, con quien nos vamos identificando en el largo camino de nuestra propia santificación sacerdotal. Por elección gratuita hacia cada uno de nosotros, somos configurados con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo, participando de su único sacerdocio y de su misión como colaboradores de los Obispos. Estas características nos ayudan a comprender mejor el sacerdocio ministerial, bajo la acción del Espíritu.
El primer rasgo del sacerdocio de Cristo, según la Carta a los Hebreos, es su especial proximidad, que lo hace cercano, tanto a Dios como a los hombres. Cristo, lleno de misericordia, es el sacerdote “santo, inocente, sin mancha” (Hb, 7,26). Ha ofrecido su propia sangre para hacer la voluntad del Padre. En la misa que celebramos diariamente, humildemente hacemos inseparable la Eucaristía y el Sacerdocio.
El que da su vida en sacrificio es el Buen Pastor, venido a reunir las ovejas dispersas y conducirlas al Reino de Dios. En Cristo, Dios reúne, acompaña, atiende y cuida el propio rebaño. La figura del Dios-Pastor, que comparte nuestra vida, nos ayuda a comprender cómo tomó sobre sí nuestro sufrimiento y quebrantos, hasta la muerte.
Asumiendo la condición de Siervo, ha lavado los pies a sus discípulos pidiéndoles que hicieran lo mismo entre ellos. El cumplimiento del cuarto canto del siervo sufriente, del profeta Isaías, nos muestra el vínculo entre ministerio presbiteral y misión de Cristo, quien compartió el dolor y la muerte, hasta el don de la propia vida en la cruz.
A nosotros se nos pide una entrega total personal al servicio del Pueblo de Dios, a imagen de Cristo Esposo. Nos esforzamos por reproducir los sentimientos y las actitudes de Cristo en relación con la Iglesia, con el amor de ternura en el ejercicio del ministerio. Este valor nos posibilita “ser capaz de amar a la gente con un corazón nuevo, grande y puro, con auténtica renuncia de sí mismo, con entrega total, continua y fiel, y a la vez con una especie de “celo” divino, con una ternura que incluso asume los matices del cariño materno” (Francisco, en diálogo con estudiantes de los Colegios Pontificios de Roma, 12.05.2014).
Nosotros, por tanto, somos formados con un corazón y la vida configurada con el Señor Jesús. Solo así llegamos a ser signo del amor de Dios para cada hombre, somos el instrumento para anunciar la misericordia de Dios, íntimamente unido a Cristo, en el servicio de interceder, escuchar, corregir, acoger a los hermanos mostrándoles el camino de la Cruz y de la Resurrección, en afrontar los nuevos desafíos e interrogantes de nuestro tiempo.
A los presbíteros, configurados especialmente con Jesucristo, y unidos al sacerdocio de los Obispos, les incumbe, en la parte que les corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Nuestra tarea es transmitir la Palabra de Dios recibida con alegría. Y, al hacerlo, recordamos agradecidos a nuestros padres, catequistas, maestros y sacerdotes que nos ayudaron a nacer y crecer, desde niños, la fe. Los presbíteros tenemos que familiarizarnos y meditar asiduamente la Palabra del Señor, para creer lo que leemos, enseñar lo que creemos y practicar lo que enseñamos. No olvidando nunca que la Palabra de Dios no es de nuestra propiedad; es siempre Palabra de Dios. Y es la Iglesia es la que custodia dicha Palabra de Dios. Con la palabra y nuestro ejemplo edificaremos la casa de Dios, que es la Iglesia.
A los presbíteros nos corresponde también la función de santificar en nombre del mismo Jesucristo. Por medio de nuestro ministerio alcanza su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por nuestras manos, junto con ellos, es ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo. Siempre tenemos que ser conscientes de lo que celebramos e imitar lo que conmemoramos, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, nos esforcemos en hacer morir en nosotros el hombre viejo para caminar en una vida nueva.
¡Qué grandeza y qué belleza! Somos dispensadores de los misterios de Dios: Introducimos a los hombres en el Pueblo de Dios por el Bautismo. Perdonamos los pecados, en nombre de Cristo y de la Iglesia, por el sacramento de la Penitencia, sin cansarnos de ser misericordiosos. Bendecimos los nuevos matrimonios. Y, a los enfermos y ancianos, les damos el alivio de la unción sin tener vergüenza de mostrar nuestra ternura con ellos. Además, al ofrecer durante el día la oración de alabanza y de súplica, y orar con la Liturgia de las Horas, nos hacemos voz de Jesucristo para todo el Pueblo de Dios y en favor de la humanidad.
Tenemos que celebrar con alegría y obrar llenos de verdadera caridad, sin buscar el propio interés, sino el de nuestro Señor Jesucristo. Somos Pastores; no funcionarios. Somos mediadores; no intermediarios. Somos la presencia del mismo Jesucristo en medio de su Pueblo.
Es importante también subrayar que como presbíteros, al participar en la misma misión de Cristo, Cabeza y Pastor, tenemos que permanecer unidos al Obispo y fomentar la comunión, entre nosotros y entre todo el Pueblo de Dios.
- La propuesta de la formación permanente
A nosotros nos toca el camino de la formación permanente. Damos importancia a la madurez humana, al crecimiento interior, identificándonos con el ser y el hacer de Jesucristo. Lo propio nuestro que es la “caridad pastoral”, se alimenta y crece de año en año.
En ayuda a esta formación permanente, en la arquidiócesis estamos potenciando el equipo de la pastoral presbiteral, como aprendizaje a vivir la fraternidad sacramental. Somos un solo presbiterio. Estamos unidos por el vínculo de la caridad apostólica, fortalecidos con el ejemplo mutuo del ministerio y de la fraternidad concreta y a veces a toda prueba. Contamos para eso con la ayuda y asistencia del Espíritu Santo, que nos invita a un combate espiritual y personal, sin dejarnos abatir por el cansancio, la desilusión, los desánimos ante los pocos frutos de nuestra tarea evangelizadora. Qué bueno es dejarnos purificar del individualismo y encontrarnos en la alegría y la acogida de hermanos Presbíteros, de todas las edades y de toda variedad de experiencia pastoral.
Contamos con un buen grupo de Presbíteros que están haciendo hermosas experiencias de encuentro, no sólo de deportes y de comidas, sino de reflexión y de propuestas pastorales. Para esto el acompañamiento de los recién nombrados Vicarios Episcopales Zonales forma parte del mismo plan presbiteral. Ellos, a pedido del Obispo, están haciendo las veces de obispos auxiliares, cuya primera tarea es acompañar a cada sacerdote en su formación permanente en los diversos ámbitos de la vida presbiteral. Las otras tareas están descritas en la Carta Pastoral que se les entregará, Dios mediante, apenas termine su impresión.
Favorezcamos entre nosotros, además del encuentro, la dirección espiritual y la confesión frecuente, como solemos hacer en cada reunión del Clero. Es hermoso ver que los presbíteros nos buscamos entre nosotros. Sobre todo en los momentos de dificultad es valioso que cada uno de nosotros presbíteros, encuentre un amigo director espiritual en el discernimiento sobre las causas de los problemas sufridos, del que nadie se escapa, buscando los medios adecuados para ponerlos en práctica.
La Próxima semana primera de pascua, tendremos los ejercicios espirituales que nos conduzcan al encuentro con el Señor en el silencio y el recogimiento y constituyan un tiempo privilegiado para el discernimiento personal y apostólico. Recomencemos de nuevo el don de la vocación presbiteral. Los días 2 al 6 de abril en nuestra casa de retiros de Emaús, nos acompañará el Padre Guillermo Acero como instrumento de gracia del Espíritu Santo. Les ruego traer el librito “El don de la vocación presbiteral”.
Todos necesitamos, que ni el paso del tiempo ni el cansancio o la rutina diaria anulen o deterioren en nosotros algo tan grande y hermoso como es revivir aquel momento en que nuestro Maestro y Señor, por el ministerio del obispo que nos ordenó, nos hizo partícipes de su único y supremo sacerdocio. Es Jesucristo el que convoca a cada uno. Por eso estaremos presentes en el Retiro Anual proyectado como signo de formación permanente en la comunión y la alegría de la Pascua.
Es el Señor el que ha querido ejercer su sacerdocio por medio de nosotros capacitándonos por el sacramento del Orden para que le representemos en la comunidad de los fieles. Porque solamente Él puede decir con absoluta verdad y eficacia sobre el pan y el vino: “Esto es mi Cuerpo. Este es el cáliz de mi Sangre”. El misterio del sacerdocio cristiano radica en el hecho de que nosotros, seres humanos limitados y pobres, hablamos y actuamos en la celebración eucarística con su “yo” personal: in persona Christi.
Sintámonos acompañados por la ternura maternal de nuestra Madre asunta al cielo, con su auxilio nuestro sacerdocio se configure más y más con Jesucristo.
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