Queridos Hermanos:
¡Alabado sea Jesucristo en este día de su Resurrección!
Lleguen para cada uno de ustedes las felicitaciones pascuales.
Nuestra cuarentena y nuestra cuaresma nos han preparado para disfrutar de la belleza de nuestra fe celebrada en la liturgia pascual.
¡Verdaderamente Cristo ha resucitado!
Quiero compartir primero el mensaje del Evangelio. Y luego, dibujar lo que debería ser una vida nueva, una resurrección para nuestro Pueblo Paraguayo. Comienzo por el Santo Evangelio proclamado.
El evangelio de San Juan nos propone a acompañar a María Magdalena al sepulcro en este día de Pascua. Es todo un símbolo de la muerte y del silencio humano. Hay asombro y perplejidad. El Señor no está en el sepulcro. Ella piensa, no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida. Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11, 25). Ante el asombro, no tiene la gramática o el lenguaje para interpretar la resurrección. Eso les pasará igualmente a los discípulos. Ya antes se habían preguntado después de la transfiguración en que Jesús les ordenó “No hablen a nadie de esta visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos.” (Mt 17,9). Entonces entraron en crisis. Les deslumbró la visión de Jesús glorioso, y les desestabilizó poniendo en tela de juicio qué será eso de la “resurrección”. Lo mismo le está pasando a María Magdalena…Ella debe pasar el proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, ahora lo debe “reconocer” de otra manera más íntima y personal. Con todo, ella como mujer es un testigo privilegiado de la resurrección.
Otros dos testigos son el discípulo amado y Pedro, el discípulo amado corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Todos somos ese “discípulo amado”, nos representa a todos, pues desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, comprende que la resurrección es entrar en la esfera de Dios, en lo infinito, que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Descubre que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.
El mismo Jesús a quien lo veían, ahora es el que les sorprende por su nueva vida divina y gloriosa. Ahora ellos, los discípulos, comprenden que la resurrección es un vivir para siempre con Dios y desde Dios Jesucristo estará siempre con sus discípulos, hasta el fin de la historia, para siempre con los hombres.
De este modo inaudito la resurrección de Jesucristo inicia una historia de apertura a Dios, de ver en Él, el cumplimiento del proyecto del Padre, una nueva creación, un nuevo modo de vivir del hombre. Es verdad que pone en crisis a la razón, pues con la lógica humana es simplemente incomprensible. Hace falta la lógica de la fe, basada en los testigos de la resurrección.
Por eso, ahí están los testigos de la resurrección como nos presenta el Nuevo Testamento. Sucedió algo inaudito, incomprensible. Pero, ahí estaba Jesucristo con ellos, no podía ser una fantasía o una quimera. Ese mismo Jesús que está con ellos y frente a ellos, ese que había muerto y estuvo sepultado, es ahora, el viviente. Ahora recuerdan los discípulos lo que Jesús había anunciado de su resurrección después de aquella visión de la transfiguración en el monte Tabor.
Ellos, los discípulos no podían tener una clave hermenéutica a la mano para interpretar rápidamente el acontecimiento. La crisis ante lo inaudito y jamás experimentado, les obligaba a reflexionar sobre la presencia del Cristo Resucitado. La respuesta que dieron se basa en la confianza en las palabras anunciadas previamente por Jesús y es ahora el momento de reconocerlo como el cumple su Palabra anunciada y el Salvador triunfante, con el cuerpo espiritualizado y el espíritu corporeizado. El mismo de antes, ante quien se postran y lo adoran.
De la Audiencia general del Benedicto XVI del 26 de marzo de 2008 podemos rescatar que:
“La resurrección de Jesús de entre los muertos es la demostración de que es verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías, el Salvador”.
Como dice la Escritura: ¨Dios dio a todos los hombres una prueba segura sobre Jesús al resucitarlo de entre los muertos¨ (Hch 17, 31).
En efecto, no era suficiente la muerte para demostrar que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías esperado. ¡Cuántos, en el decurso de la historia, han consagrado su vida a una causa considerada justa y han muerto! Y han permanecido muertos.
La muerte del Señor demuestra el inmenso amor con el que nos ha amado hasta sacrificarse por nosotros; pero sólo su resurrección es «prueba segura», es certeza de que lo que afirma es verdad, que vale también para nosotros, para todos los tiempos.
En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos.
¿No es la certeza de que Cristo resucitó la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas las épocas?”
Esta fe en la resurrección nos propone pasar de una situación de vida, marcada por el pecado, la desilusión, la enfermedad, la pobreza, la injusticia, la violencia…a otra situación de vida, marcada por la intimidad, la confianza, la solidaridad, la caridad, la apertura a lo trascendente, la esperanza. Nos ponemos más allá de la absurda muerte y de las miserias. La muerte ya deja de ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con Él. No es posible negar la dinámica de la resurrección, estamos llamados a vivir para siempre. Nuestro Dios tiene toda la creatividad para mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.
Solo creyendo en el Dios de la vida, tiene sentido la economía, la política, la cultura. Es creer en nosotros mismos en la posibilidad de ser y de hacer algo por Dios. Nonos engañemos pensando que alguien puede realizarse plenamente en su propia existencia. Más allá está la verdadera vida. La resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. La muerte ha sido vencida, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta su muerte.
La pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de omnipotencia. Ha bastado un elemento informe de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos.
Es momento de sacar un bien de esta triste historia de encierro y aislamiento en que el Paraguay está viviendo. Dios quiere siempre nuestro bien, que saquemos del mal la fuerza del bien. La sabiduría de Dios hace que las leyes de la naturaleza sirvan al hombre.
¿Qué aprendemos de “esta maldita peste” (Salmo 91,3) para nuestro país? Ciertamente debemos hacer la pascua, es decir, pasar de una situación de muerte y de deshumanización a otra situación de vida, de humanización. Es lo que celebramos en el bautismo, y en todos los sacramentos. La Pascua de Cristo y la Palabra de Dios nos iluminan para pasar de la esclavitud del pecado al reino de la gracia, del amor y de la libertad.
Enumero los frutos que debemos lograr, después de la pandemia. El fruto positivo de la presente crisis sanitaria es el sentimiento de solidaridad. Como nunca hubo una solidaridad planetaria. Ya no queremos construir muros. Aprendimos que el virus no conoce fronteras.
La fe en la Resurrección es la base de todo aporte verdaderamente genuino y original de los cristianos a la humanidad en las relaciones sociales, en la economía, en el pensamiento, en las obras de bien, en la defensa de los derechos humanos… y no podemos renunciar a ella sin perder nuestra esencia y, por tanto, debilitar, desfigurar y aniquilar este aporte regenerador de humanidad.
Deben ser insertados en la vida de Cristo Resucitado, con Él iniciar la vida nueva. El Paraguay ha sorprendido en su historia por su capacidad de nacer de sus cenizas. Vamos pues, a proyectar tiempos mejores.
Creemos que un nuevo Paraguay lo debemos construir juntos, con la participación de toda la ciudadanía. Confiamos que las Autoridades actuales tienen la magnífica oportunidad de dar el nuevo horizonte al Paraguay y deben asumir este desafío y gastar sus energías mejores para un nuevo futuro del país. El punto de partida deberá ser este principio cívico y moral: “No hay desarrollo, sin seguridad. No habrá paz social, con inequidades y sin justicia”.
He escuchado con mucha atención muchas propuestas de la Reforma del Estado en el encuentro habido sobre el tema y al que fui invitado. Me parecía escuchar la manera de hacer presente la resurrección de Cristo Jesús, el eternamente joven y viviente y quien con su Espíritu acompaña la Iglesia y la sociedad para hacerla espacio del Reino de Dios. Quiero hacer extensivo algunas de las tantas propuestas oídas en ese día, de un Nuevo Paraguay. Todas ellas tienen una fuerte resonancia con la Doctrina Social de la Iglesia y con el Evangelio, puesto que ponen las bases morales y éticas indispensables para la política nacional. Sabemos que la política, en su verdadero sentido, realiza el bien común y viene a ser el mejor acto de caridad social y jurídica.
Pero hay una condición indispensable. Hace falta darse cuenta de que debemos cambiar, de mentalidad, de actitudes, de valores. Y juntos unirnos para poner en marcha aquello que nos dará nueva vida, una sociedad más justa, más fraterna y más abierta a Dios.
Menciono parte de los escuchado que me parece muy importante. “Debemos partir de un principio moral, jurídico y social: No hay desarrollo, sin seguridad. No habrá paz social, con inequidades y sin justicia”.
Nos damos cuenta que estamos ante un Estado obsoleto, ineficiente y caro. Pues, se necesita que el Estado sea eficiente, ágil, que ofrezca servicios públicos de calidad a la ciudadanía y desarrolle políticas públicas en beneficio de las grandes mayorías, pero, sobre todo, que ofrezca igualdad de oportunidades para todos. Se propone definir el Estado para los tiempos que vivimos y los que vendrán. En lo que se refiere al Estado que las reformas sean permanentes y que alcancen a sus 3 poderes.
Que el Estado, sea firme y sus autoridades con autoridad moral brindando seguridad jurídica y personal, servicios públicos de calidad, ejerciendo el debido control a las instituciones públicas de los abusos de poder y protegiendo a los ciudadanos y consumidores de los abusos del sector privado en el mercado.
Es imperioso, por inmoral, un ajuste general de los salarios del sector público. Con todo hay que priorizar los salarios de docentes, del personal de blanco y de las fuerzas públicas.
Un estado social de derecho capaz de luchar, mediante políticas públicas sostenibles, con el apoyo de una sociedad comprometida, contra la pobreza, la ignorancia y la corrupción.
El Paraguay tiene la oportunidad de combatir a la pobreza, ofreciendo igualdad de oportunidades para todos, trabajando con sectores vulnerables y lograr un empleo digno para ellos con salario, acorde al trabajo realizado. La falta de trabajo aqueja a hombres y mujeres, de los sectores rurales y semiurbanos. Fortalecer la agricultura familiar campesina. Solucionar la formalización de la tenencia y la propiedad de la tierra, rural y urbana, en Paraguay.
Para eso, hace falta reafirmar el problema moral y social: El mejor combate a la corrupción es justicia para todos e impunidad para nadie. Todos iguales ante la Ley. Una justicia valiente e independiente de poderes exógenos. Se exige el coraje diario y personal de magistrados, fiscales y defensores públicos.
El mejor combate a la ignorancia es brindar educación pública de calidad. El Ministerio del ramo que se dedique a su tarea fundamental, desde la Reforma educativa que es la pedagógica formando ciudadanos con valores del aprender a ser, a conocer, a hacer, a convivir con los demás, en perspectivas de valores personales, sociales, dentro de una cultura trascendente, dejando las tareas de reparto de merienda y kits escolares, así como la construcción de escuelas a cargo de otras instituciones. Dígase lo mismo de la Reforma Universitaria.
Sobre la Reforma de la salud pública de calidad con acceso para todos, habrá que sumar los recursos humanos y materiales disponibles del MSPBS y del IPS, garantizando los fondos jubilatorios. Hay mucho que pedir a la Reforma del sistema de pensiones, que garantice seguridad económica para quienes trabajaron toda su vida, antes que rentabilidad financiera. Que desarrolle políticas inclusivas para personas con discapacidad.
En una palabra, “No hay desarrollo, sin seguridad. No habrá paz social, con inequidades y sin justicia”.
Además de estas propuestas referentes a la Reforma del Estado, quiero destacar otras que están a la raíz de muchos problemas referentes a la verdad, a la vida, a la familia.
Es tan importante nuestra fe en la Resurrección que podemos decir con San Agustín de Hipona: «La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo» (Agustín de Hipona, doctor de la Iglesia).
Tenemos que resucitar de los errores del racionalismo y el materialismo extremos que han borrado la dimensión trascendente de todos los análisis, las estadísticas, la organización política y social, reduciendo nuestra percepción de la libertad a un simple ejercicio de elecciones subjetivas y caprichosas, sin finalidad y, como consecuencia, disminuyendo la capacidad creativa de hacer el bien.
Debemos resucitar la capacidad de servir desinteresadamente para ser felices. Es importante, sin consideraciones solo de orden material, mediante el ejercicio de relaciones de gratuidad, altruismo y amor desinteresado. Los reduccionismos que marcan muchos relatos de la realidad, que se mediatizan y se vuelven comunes entre mucha gente, al negar la dimensión trascendente de la persona (capaz de belleza, bien y verdad), constituyen la razón por la que muchas personas caen hoy en el vacío interior, la infertilidad, la separación, la soledad, el cinismo y la desesperación.
Resucitar un auténtico diálogo con identidad y crecimiento cívico, positivo para la sociedad. Debemos atrevernos a ser nosotros mismos, sin complejos.
Como decía el Papa Francisco: “Para mí, la gran revolución es ir a las raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir el día de hoy. Creo que la manera para hacer verdaderos cambios es la identidad. Nunca se puede dar un paso en la vida si no es desde atrás, sin saber de dónde vengo, qué apellido tengo, qué apellido cultural o religioso tengo”.
Tenemos que resucitar de la política y el pensamiento único para trabajar la unidad en lo esencial la diversidad y cultivar la diversidad que parte de esa unidad.
Hoy todo el mundo parece valorar la diversidad en el discurso, pero, sin embargo, en nombre de esta valoración se ataca la necesidad de fundar nuestras relaciones en la verdad objetiva. Se pretende renunciar a la verdad para construir un mundo globalizado y utópico que en realidad termina anulando las diferencias genuinas; se habla de diversidad, pero al mismo tiempo nos quieren uniformar en una sola forma de pensar y de valorar a las personas según su productividad, según su apariencia o según su adhesión al pensamiento único. Se intenta callar la voz de la conciencia moral y se equivoca el rumbo puesto que la verdadera diversidad parte de la unidad en lo esencial, y esto esencial es la verdad sobre la dignidad de toda persona, cuya vida es valiosa desde su concepción hasta su muerte natural, sin excepciones, y cuyas libertades básicas (de conciencia, creencia, expresión, enseñanza) no deben ser cercenadas en nombre de una falsa igualdad.
Como dice el Papa Francisco: “Este pensamiento único nos quita la riqueza de la diversidad de pensamiento y por lo tanto la riqueza de un diálogo entre personas. La globalización bien entendida es una riqueza. Una globalización mal entendida es aquella que anula las diferencias”.
Resucitar de la idolatría del dinero para volver a poner a la persona en el centro. Es cierto, debemos poner de moda de nuevo el amor a la patria, o patriotismo, por la República, es decir, por el bien común, el respeto por lo ajeno por la propiedad, por el trabajo honesto, por el “no robarás”; debemos superar la corrupción, pero para ello es necesario renunciar a la idolatría del dinero y del exitismo.
Sigue tan actual lo que el Papa Francisco afirmó en una entrevista realizada por el periódico español La Vanguardia en el año 2014:
“En el centro de todo sistema económico debe estar el hombre, el hombre y la mujer, y todo lo demás debe estar al servicio de este hombre. Pero nosotros hemos puesto al dinero en el centro, al dios dinero. Hemos caído en un pecado de idolatría, la idolatría del dinero.
Debemos resucitar del individualismo y la masa colectivista, para resucitar la familia como primer bien social y la más importante organización e institución civil.
La familia no puede renunciar ni ante el Estado, ni ante la tecnocracia, ni ante las ideologías, ni ante ningún poder de turno a su rol perenne de primera y más importante acogedora y formadora de personas libres y responsables; de espacio esencial y primario donde cada ser humano es amado por lo que es y donde se aprenden y vivencian los valores morales y las actitudes humanizantes. La familia no como concepto abstracto, sino cada familia concreta con su historia, sus raíces, sus límites y sus desafíos.
Aprovechemos esta ocasión para renacer de nuestras raíces, poner de nuevo en la mente y el corazón el Paraguay jaipotava, que queremos. La fe en la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo es la energía para este momento histórico. La cuarentena nos hizo bien. Ahora, a vivir y a amar nuestro País y nuestra Iglesia.
Nos encomendamos a nuestra Madre del cielo, la Mujer gloriosa y resucitada. Ella nos acompañe a realizar ya en esta historia la vida plena o eterna con nuestra adhesión a la fe, a la esperanza y al amor que proceden de la Santísima Trinidad.
+Edmundo Valenzuela, sdb
Arzobispo Metropolitano
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