CRISTO RESUCITADO CAMINA CON NOSOTROS, NOS ENSEÑA Y NOS INVITA A LA MISIÓN

Hermanas y hermanos en Cristo Resucitado:
El camino de Emaús (Cfr. Francisco) se convierte así en símbolo de nuestro camino de fe: las Escrituras y la Eucaristía son los elementos indispensables para el encuentro con el Señor. También nosotros llegamos a menudo a la misa dominical con nuestras preocupaciones, nuestras dificultades y desilusiones… La vida a veces nos hiere y nos marchamos tristes, hacia nuestro «Emaús», dando la espalda al proyecto de Dios. Nos alejamos de Dios. Pero nos acoge la Liturgia de la Palabra: Jesús nos explica las Escrituras y vuelve a encender en nuestros corazones el calor de la fe y de la esperanza, y en la Comunión nos da fuerza.
Emaús representa en realidad todos los lugares: el camino que lleva a Emaús es el camino de todo cristiano, más aún, de toda persona. En nuestros caminos Jesús resucitado se hace compañero de viaje para reavivar en nuestro corazón el calor de la fe y de la esperanza y partir el pan de la vida eterna.
La primera lectura nos lleva a la tercera tarea de la Iglesia que es fundamental, junto con el Kerygma y con los Sacramentos: la caridad. “Dios resucitó a este Jesús, y todos nosotros somos testigos” (Hch 2,32).
“Todos nosotros somos testigos”: el que habla es Pedro, en nombre de los Apóstoles. En su voz reconocemos la de los innumerables discípulos, que a lo largo de los siglos han hecho de su vida un testimonio del Señor muerto y resucitado… Estamos invitados a dar el máximo relieve a la virtud de la caridad… Al ideal evangélico de la caridad hacia el prójimo, especialmente hacia los humildes, los enfermos y los abandonados… El amor a Jesús exige el servicio generoso a los hermanos. En su rostro, especialmente en el de los más necesitados, resplandece el rostro de Cristo.
Si escuchamos la Palabra de Dios y celebramos la Eucaristía, la misión nos llama a proclamar la Buena Nueva a los pobres y anunciarles el año de gracia del Señor.
La caridad comienza por casa, expresa un conocido dicho. El cuarto domingo de abril, por Ley de la Nación, es el día Nacional de la Familia.
El Estado paraguayo reconoce la familia como fundamento de la sociedad en el artículo 49 de la Constitución Nacional y dispone que se promoverá y se garantizará su protección integral. La familia es la unión estable entre el hombre y la mujer, los hijos y la comunidad que se constituya con cualquiera de los progenitores y sus descendientes.
La unión en matrimonio del hombre y la mujer es uno de los componentes fundamentales en la formación de la familia. (Art. 52, CN).
Los padres tienen el derecho y la obligación de cuidar de los hijos, en tanto que los hijos mayores de edad están obligados a prestar asistencia a sus padres en caso de necesidad. (Art. 53).
La familia conformada por el hombre y la mujer, y los hijos es la célula original de la vida social. Es la comunidad en la que, de amor, de oración, de perdón y reconciliación. En el diálogo y perdon mutuo se fortalece la relación de la comunidad. El testimonio de los padres educa a los hijos al respeto de la dignidad humana, de cada persona, los valores éticos y morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad.
La familia, en efecto, desarrolla una función de formación humana insustituible, es la primera escuela de valores sociales, promotora del bien social, de comunión, de libertad y de solidaridad. No una escuela teórica, sino una escuela de vida.
La Iglesia es la familia de Dios en el mundo. En la familia no debe haber nadie que sufra por falta de lo necesario…Ninguno de sus miembros debe sufrir por encontrarse en necesidad (Deus Cáritas Est, 25b).
De siempre la iglesia católica ha interpretado la figura de San Jorge como el arma de Dios en la Tierra. Su caballo blanco en el que iba montado, era la iglesia. La lanza el arma otorgado por Dios era para acabar con la blasfemia, el mal, la tentación y sobre el ángel caído, que en este caso, es la figura del Dragón. (1 Pedro 5:8) tengan espíritu sobrio, estén alerta. Su adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar.
El adversario o monstruos del mal, personificación del mal, que busca destruir, destrozar, separar. El monstruo de la corrupción, de la violencia, de secuestros de personas y trata de personas, canjean la dignidad de las personas por favores económicos. Monstruos destructores los dragones convertidos misiles que bombardean fuegos de destrucciones.
No podemos ignorar que en nuestros tiempos la familia sufre diversos bombardeos para destruirla, ningunearla con amenazas, de orden antropológico, ideológicos, “ideología, genéricamente llamada genero, que «niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. ”((Amoris Laetitia, 56), amenazas de orden cultural, económico y político. El monstruo de la pobreza y la desnutrición infantil, la salud en terapia intensiva viendo a tantos compatriotas padecer por negligencias e inadecuadas infraestructuras hospitalarias, carencias de insumos y medicamento; agregados a la inequidad de la distribución de tierra, techo, trabajos si hay, mal remunerados con deficientes seguridad social.
Además, la figura de familia en Paraguay tiene características que no podemos desconocer y exige abordarlas desde un enfoque pastoral: la mujer cabeza de familia, madres solteras, la ausencia del padre, la familia extendida donde la abuela está al cuidado de los nietos, las familias heridas por la migración, separaciones, la orfandad de hijos con padres separados o distanciados, la violencia intrafamiliar, feminicidios, abusos de niños, cómo el horrendo crimen y abuso de la niña de PJC encontrada ayer. Rechazamos enérgicamente estos y todos los terribles atropellos a la dignidad de las personas. La prosecución de estos crímenes debe actuar con la justicia imparcialmente y severamente sancionados dentro de un estado de derecho. El adversario anda suelto como dragón rugiente.
Para superar la crisis gravísima de la familia, es urgente, en el contexto sociocultural de nuestro tiempo, volver a fundamentar la familia en la perspectiva de Dios, en su valor absoluto, a la luz de la palabra. Como seguidores de Jesús los cristianos están llamados a defender, cómo el valiente San Jorge, con la espada de la Palabra, el escudo de la fe, a los más vulnerables, de las garras del dragón rugiente del mal.
Son necesarios los testimonios. Hay necesidad de encontrar familias concretas, dispuestas a dar razón de su experiencia positiva, que viven en la fe y con alegría el sacramento del matrimonio, dejando traslucir el gran misterio de la unión de Cristo con la Iglesia, del que habla la Escritura. En otras palabras, para sanar la familia hay que partir de la fe en la palabra de Dios y de la necesidad de la gracia.
La Iglesia no puede dejar al margen y sin una respuesta pastoral a las familias heridas. El magisterio del Papa Francisco indica tres orientaciones pastorales: acompañar, discernir e integrar, e inspirarse en el «realismo de Dios». ¿Qué implicancias pastorales tienen estas orientaciones?
Es necesario acompañar a los novios al altar y a las parejas jóvenes en los primeros pasos después del matrimonio. No se trata de ofrecer únicamente convicciones doctrinales y tampoco solamente los preciosos recursos espirituales que puede dar la Iglesia, «sino que también deben ser caminos prácticos, consejos bien encarnados, tácticas tomadas de la experiencia, orientaciones psicológicas. Todo esto configura una pedagogía del amor que no puede ignorar la sensibilidad actual de los jóvenes, en orden a movilizarlos interiormente» (Amoris Laetitia, 211).
Particularmente delicado es el acompañamiento en las crisis difíciles, personales y de pareja, que hoy afectan a menudo a la vida conyugal y familiar. Se necesita una atención nueva de toda la Iglesia, especialmente ante casos de ruptura y de fracaso del matrimonio.
El discernimiento y la integración son necesarios, sobre todo ante los problemas más graves. El acompañamiento consistirá en valorar aquellos «signos de amor que de algún modo reflejan el amor de Dios», tratando de transformarlas «en oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz del Evangelio» (AL, 294).
El discernimiento» es necesario no solo en los casos más difíciles, sino que debería ser el estilo pastoral común: se trata de abrirse a la palabra de Dios para orientar la vida concreta de cada fiel.
Recemos e invoquemos que el Señor Resucitado, que nos acompaña en nuestro caminar en todo momento y no nos abandona, nos conceda la luz y la guía del Espíritu Santo para ser instrumentos dóciles de la Voluntad del Padre misericordioso.
Pidamos a Dios por nuestras familias, por nuestra comunidad, por la Iglesia y por la sociedad nacional para que cuidemos y fortalezcamos la familia y la vida plena de cada persona humana, en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural. Nos encomendamos a la intercesión y protección de nuestra Madre, María Santísima, San Jorge nuestro Santo Patrono.
Asunción, 23 de abril de 2023. + Adalberto Card. Martínez Flores, Arzobispo de Asuncion.