19.06.2020
Alabado sea Nuestro Señor Jesucristo. Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío.
Hermanos, hermanas.
Desde este Santuario del Sagrado Corazón hemos escuchado la Palabra de Dios, cuando Jesús exclamó: “Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. Y luego nos manda: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana”.
Por eso hoy recurrimos a Él para recibir tantas gracias indispensables en este tiempo de sufrimiento, de miedo, de muchas limitaciones sociales y laborales. Somos los cansados que llevamos pesadas cargas…y que el amor misericordioso de Jesús puede transformarlas en carga liviana. Se trata pues del amor misericordioso, un misterio insondable que permite la conversión de nuestras vidas y corazones, tanto a nivel personal, familiar y social.
Hoy es el día de la santificación de los sacerdotes. Hemos venido haciendo el novenario del Sagrado Corazón de Jesús, hemos rezado bastante y por los Sacerdotes. Decía el Santo Cura de Ars “El sacerdocio es el corazón de Jesús”. Esta frase, que ha marcado profundamente la comprensión de lo que significa ser sacerdote, es al mismo tiempo referente para descubrir la identidad del sacerdote, como también la tarea y meta tan alta a la que debemos tender cada uno de nosotros, los sacerdotes.
Se trata, ni más ni menos, que de prolongar el amor misericordioso, la caridad sin límites que el Padre Eterno, desde de la creación del mundo experimenta por los hombres y que fue plenamente manifestado en el amor de Jesucristo por nosotros, se permitió que su corazón fuera atravesado por la lanza en su costado, y así abrir para todos las fuentes de una misericordia que no terminará nunca.
Aún recordamos el año de la misericordia, en el 2015, cuando el Papa Francisco nos invitó a adentrarnos en el Corazón de Jesús. San Juan Pablo II había instituido la fiesta de la Divina Misericordia. Jesús había pedido a Sor Faustina de hacer conocer a todos su divina Misericordia, le había pedido que la imagen del costado abierto de Cristo con sus rayos que inundan el mundo, venga difundida, explicada, amada. El Papa Benedicto XVI nos había recordado: “¡Miremos a Cristo traspasado en la Cruz! Él es la revelación más impensable del amor de Dios; para reconquistar el amor de su criatura, Dios aceptó pagar el precio altísimo: la sangre de su Hijo Unigénito”. El Papa Francisco añade unas afirmaciones fuertes y claras, una guía para todos nosotros: “La pieza maestra que sostiene la vida de la Iglesia es la misericordia. La Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia. Es una riqueza inconmensurable a ofrecer a toda la humanidad”.
Debe ser un aumento maravillo que surge con fuerza en cada uno de nosotros a llegar a ser “misioneros de la misericordia” en nuestros ambientes vitales: familia, escuela, trabajo, vida social, Iglesia.
Desde este Santuario vivamos la fiesta patronal y solemne del Sagrado Corazón, con la consciencia que estamos sumergidos en el gran río de la misericordia que surge y corre sin parar del corazón de la Trinidad, desde lo más íntimo y más profundo del misterio de Dios. En estos momentos como el que vivimos, en contraste entre grandes esperanzas y fuertes contradicciones, nuestra tarea es comprometernos en introducir a todos en el gran misterio de la misericordia de Dios, contemplado en el rostro de Cristo. “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana encuentra en esta palabra su síntesis. Llegó a ser viva, visible y que alcanzó su culmen en Jesús de Nazaret”. Nos toca convertir nuestro corazón a la misericordia, yendo a la de Cristo.
Misericordia: es la ley fundamental que debemos alimentar en el corazón de cada uno de nosotros mirando con ojos sinceros al hermano que encontramos en el camino de la vida.
Misericordia: es el camino que nos une a Dios, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre, a pesar del límite de nuestro pecado.
Una mirada de misericordia sobre nuestra realidad.
Quiero destacar 3 aspectos fundamentales del Corazón misericordioso de Cristo.
Predilección por aquellos que están más excluidos de la sociedad. Parece que a Cristo les atrae en forma singular, los pobres, los necesitados, predilección por aquellos que son excluidos de todos. ¿Quiénes son hoy estos excluidos? De la población paraguaya, antes de la pandemia, había casi 1 millón quinientos mil de pobres. Con pandemia, habremos llegado a un altísimo porcentaje de gente sin trabajo, sin alimentación, desesperados por la falta de atención y de promesa de ayuda estatal, constatando por otra parte el salario inmoral de mucha gente del gobierno, hasta aprovechándose de la situación para enriquecerse impunemente…Qué contraste social hemos encontrado, como nunca. Quienes viven holgadamente y quienes, entre lágrimas furtivas, en silencio, lloran su triste situación de abandono. Jesús se acercó a los despreciados y dio el mejor trato tanto a la mujer maltratada, como al pagano Centurión romano a quien sanó a su siervo compadeciéndose de éste. Jesús dio de comer a los hambrientos, se interesó para que los apóstoles pescaran en abundancia para su alimento…
¿Tenemos predilección por los excluidos, pobres y por los enfermos?
Cristo, cuando se acerca a una vida, tiene siempre palabras de sanación, de restauración. Eso es la tarea del personal de blanco, de médicos y enfermeros. Son la cercanía de Cristo para la sanación. Hoy la Iglesia completa y continúa la sanación del hombre, ofreciéndole la Palabra y los Sacramentos. Aunque sea lamentable el control estatal en relación a la tarea de sanación espiritual del pueblo, queremos entender que también la Iglesia colabora por el bien de la salud pública. ¡Qué hermosa colaboración a la salud la de vida familias cristianas, en oración, en frecuencia de la eucaristía, siempre unida a la caridad y solidaridad hacia el prójimo necesitado! ¡Cuántos comedores sociales calman el hambre de miles de hermanos en los asentamientos y en los bañados! Eso es sanación, como lo hiciera Jesucristo.
No nos cansemos de ser solidarios. La moda hoy se llama “solidaridad”. Todavía debemos seguir manteniendo con víveres la Pastoral Social, del arquidiócesis, como de cada parroquia… ¿Estamos colaborando con la sanación de los necesitados?
El amor de Cristo es un amor exigente. No solo palmaditas…en la espalda, para que te sientas bien. Es amor que nos lleva a superarnos. Este es el llamado hoy a la conversión, para cada uno de nosotros. Necesitamos sanar las heridas de la violencia, de los abusos de poder, de la indiferencia hacia los que sufren y los excluidos. No podemos seguir con tanta estructura de pecado, cuando no funciona la justicia de igual para todos, cuando nuestra educación tiene abismos de fallas que no nos educan a saber ser, a convivir con los demás. La salud es sólo para los pocos asegurados socialmente. Nos merecemos mejorar en educación, salud para todos de calidad. Nos merecemos gobernantes que amen la Patria y dejen de expoliar los bienes del estado. Por eso, el amor es exigente. No podemos seguir tal cual veníamos viviendo. El amor es una fuerza que humaniza a cada uno, lo lleva a su plenitud de ser humano y le permite el crecimiento personal, social, cultural y religioso. Es cierto que Cristo nos acepta, así como somos. Pero, su amor es tan exigente que no nos deja así como estamos, busca nuestra transformación en la verdad, la justicia, la solidaridad, la libertad y la paz. Quiere curarnos de nuestras indiferencias y dolencias sociales. Quiere una nación de hermanos, donde nadie pase necesidad y todos nos ayudemos a ser felices. ¡Así es Cristo!
Oración
Recemos con San Juan Pablo II: Dios, Padre misericordioso, que revelaste tu amor en tu Hijo Jesucristo, y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador, Te consagramos hoy los destinos del mundo y de cada hombre. Inclínate sobre nosotros pecados, resana nuestra debilidad, vence todo mal, haz que los habitantes de la tierra, experimenten tu misericordia, para que en Ti , Dios Uno y Trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza. ¡Eterno Padre, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero! Amén.
+ Edmundo Valenzuela, sdb
Arzobispo Metropolitano
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