Hermanas y hermanos en el Señor:

La Iglesia nos invita hoy a celebrar la Fiesta de la presentación del Señor en el templo, la purificación de María y el encuentro con la luz de Cristo simbolizada por las velas o candelas.

De alguna manera, es también una fiesta de la familia, representada en la Sagrada Familia de Nazaret y en los ancianos Simeón y Ana, figura de los abuelos. Todos ellos tenían algo en común: la confianza total en las promesas de Dios y el deseo ferviente de cumplir su voluntad, ya sea en el cumplimiento del rito en el templo, ya sea en la actitud de espera activa del encuentro con la luz, que trae la salvación.

Hoy también nosotros participamos de la fiesta de la familia de Dios y del encuentro con la luz. Por eso el rito de las velas encendidas. En este sentido, escuchamos en la carta a los Hebreos: “Todos los hijos de una familia tienen la misma sangre; por eso, Jesús quiso ser de nuestra misma sangre, para destruir con su muerte al diablo, que mediante la muerte, dominaba a los hombres, y para liberar a aquellos que, por temor a la muerte, vivían como esclavos toda su vida.”

¡Cómo no llenarnos de alegría y de esperanza! Jesús es nuestro hermano y se hizo parte de nuestra familia para salvarnos, para liberarnos de todas las esclavitudes, las del miedo, las del pecado, las de la ignorancia, las de todo mal, y de la muerte. Y tenemos una misma Madre, la Santísima Virgen María, portadora de la luz, Jesucristo, su hijo amado, y que nos invita a encender nuestros corazones y disponernos a llevar la luz de Cristo a nuestros hogares y a todos nuestros ambientes.

Comenzamos este segundo mes del año jubilar de la esperanza con el valioso y potente ejemplo de dos ancianos: Simeón y Ana, que esperaron durante toda su vida, a la puerta del templo, la llegada del Salvador. Y su perseverancia y confianza fue premiada por Dios cuando el niño se presenta en el templo.

Movidos por el Espíritu Santo, reconocen enseguida que la promesa de tantos siglos se ha cumplido hoy. Paciencia, perseverancia y confianza, son valores y virtudes esenciales de la esperanza.

Dice Benedicto XVI que la esperanza es una palabra central en la fe bíblica. Esperanza equivale a fe (Spe Salvi, 2). Y esta es la cualidad que la actitud, los gestos y las palabras del anciano Simeón reflejan: “cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.

Después de bendecirlos, Simeón, movido por el Espíritu Santo, profetiza de nuevo sobre el futuro del Niño y de su Madre. Las palabras de Simeón se han hecho más claras para nosotros al cumplirse en la Vida, Muerte y Resurrección del Señor.

Jesús, que ha venido para la salvación de todos los hombres, será sin embargo signo de contradicción, porque algunos se obstinarán en rechazarlo, y para éstos Jesús será su ruina. Para otros, en cambio, al aceptarlo con fe, Jesús será su salvación, librándolos del pecado en esta vida y resucitándolos para la vida eterna.

Las palabras dirigidas a la Virgen anuncian que María estará íntimamente unida a la obra redentora de su Hijo. La espada de que habla Simeón expresa la participación de María en los sufrimientos del Hijo; es un gran dolor, que traspasa el alma. El Señor sufrió en la Cruz por nuestros pecados; también son los pecados de cada uno de nosotros los que han forjado la espada de dolor de nuestra Madre. En consecuencia, tenemos un deber de desagravio no sólo con Dios, sino también con su Madre y Madre nuestra, la Virgen de la Candelaria.

Desagraviar, es borrar, sanar, reparar. Cuantas contradicciones se cometen contra el prójimo, cuando el odio, los rencores,  la ambición, la corrupción ciega del corazón. El que está ciego del corazón no ve ninguna luz. Se camina oscuras. Actitudes que llevan a aniquilar al que debería ser prójimo, y se  los trata como enemigos, adversarios que derribar, se hunden y quieren hundir a otros, de ahí las barbaries de las guerras, las matanzas, los sindicatos  de sicarios, asesinos asalariados,  los atentados contra la naturaleza, despojando a comunidades enteras de la fertilidad de la tierra y el agua. Atentados contra la vida, humana, desde el vientre, cuantos holocaustos en vientres maternos cuando se le niegan a los niños nacer con abortos procurados y negociados. Cuantas espadas desenfundadas que atraviesan el corazón del Señor y de la Virgen, cuando se desecha la dignidad de las personas y se los trata como desechos. Cuantas personas desaparecidas, robadas, secuestradas. Niños y niñas abusados, niños y niñas, adolescentes que son mercancías en el crimen organizado de trata de personas, se venden, compran y otros terribles males como esparcir el terrible comercio de  los caramelos de drogas, para atrapar y encadenar a seres humanos en sus adicciones, mientras los inescrupulosos comerciantes se llenan los bolsillos de sangre inocente. Cuantas espadas atravesadas en el corazón de humildes familias desahuciadas por falta de pan, tierra, trabajo salud, esperanza de mejor futuro. Cuanto hay que reparar, enmendar, sanar, cuanto desagravio, por delante para que las políticas públicas y nuestra sociedad puedan favorecer, la dignificación de nuestros compatriotas. Enfundar las espadas de injusticias y atropellos, para trabajar con el arado y hacer florecer la justicia y la equidad con los heridos, hermanos nuestros,  tumbados en cunetas olvidadas.

La conversión, el cambio de nuestra vida, que se traduzca en cambios de nuestras actitudes, palabras y acciones, una mirada de fe y de compasión con el prójimo, es la acción fundamental para desagraviar a Dios y a María. La única debilidad de Dios omnipotente es la misericordia. Dios se conmueve cuando somos misericordiosos y practicamos las obras de misericordia.

Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf Is 58, 6-7: Hb 13, 3). Misericordia significa sentir con el otro sus miserias y necesidades y, como consecuencia de esa compasión, ayudarlo, auxiliarlo.

Cuando queremos hacer la voluntad de Dios, recordemos que el mandamiento central es el amor: amor a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. ¿Quién es nuestro prójimo? Encontramos la respuesta en la actitud del buen samaritano, que sintió compasión por el hombre asaltado y mal herido que estaba tirado el costado del camino y que no recibió la ayuda ni del sacerdote ni del levita, que pasaron de largo ante el hombre sufriente. El samaritano dejó su comodidad y se ocupó del herido, sin conocerlo, sin ser de su pueblo.

Hacer el bien al prójimo nos da alegría y nos reconforta. “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20,35). La fraternidad, la solidaridad, el amor, nos plenifican, nos producen bienestar y felicidad en la vida presente y nos abren las puertas de la salvación pues, el día del juicio final, seremos juzgados por el amor. El Señor nos dirá: cada vez que hicieron algo por estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron. Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo (cfr. Mateo 25,34.40).

El encuentro de Jesús con Simeón y Ana en el templo de Jerusalén se presenta como símbolo de una realidad mucho más grande y universal: la humanidad encuentra a su Señor en la Iglesia. En el templo, Simeón reconoció a Jesús como al Mesías esperado y lo proclamó salvador y luz del mundo. Comprendió que, desde ese momento, el destino de cada hombre se decidía de acuerdo con la actitud asumida frente a él; cada hombre se inclinará hacia la ruina o hacia la resurrección.

Candelaria, fiesta de la luz. ¿Qué quiere decir toda esta insistencia en el tema de la luz, hoy? ¿Qué significa llevarse a casa una pequeña vela? Significa que nosotros debemos ser la luz del mundo; que nadie enciende una llama para tenerla escondida debajo de la mesa y que, por eso, las velas que nuestros padres y padrinos encendieron el día del bautismo no son para esconderlas, sino más bien para que con ellas demos luz a los otros que nos acompañan en el camino de la vida.

La Iglesia nos invita en este año jubilar a ser “peregrinos de la esperanza”, llevando la luz, la alegría del Evangelio y los valores del Reino a todos, en todos nuestros ambientes. Esa es nuestra misión.

Que la Virgen de la Candelaria, Santa María del camino, nos anime, nos acompañe, nos fortalezca, nos proteja y nos ayude a mantener encendida la luz de la fe, la esperanza y la caridad.

Así sea.

Areguá, Parroquia Virgen de la Candelaria, 2 de febrero de 2025.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción