Hermanas y hermanos en Cristo:

Nos reunimos en torno al altar para celebrar la fiesta de la Presentación del Señor y la XXIX Jornada Mundial de la Vida Consagrada, este año, con el lema: “Peregrinos y sembradores de esperanza”.

La liturgia de la Palabra marca la esencia de la misión de la Iglesia y de la especial contribución de la Vida Consagrada en el fiel cumplimiento de esa misión que no es otra cosa que “llevar la luz de Cristo” para iluminar a las naciones, tal como profetizó el anciano Simeón.

Las conmovedoras palabras de Simeón, ya cercano a “irse en paz”, abren la puerta a la esperanza siempre nueva de la salvación, que en Cristo encuentra su cumplimiento: “Han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2, 30-32). Es un anuncio de la evangelización universal que, justamente, encuentra en la Vida Consagrada su mejor realización.

Enmarcada en el Año Jubilar, esta Jornada resalta la belleza de las vocaciones consagradas y su misión como testimonios vivos de esperanza. La Esperanza de los cristianos es Jesús. Sin Él, entra la desesperanza.

El canto de Simeón es el canto del hombre creyente que, al final de sus días, es capaz de afirmar: Es cierto, la esperanza en Dios nunca decepciona (cf. Rm 5,5), él no defrauda. Simeón y Ana, en la ancianidad, son capaces de una nueva fecundidad, y lo testimonian cantando: la vida vale la pena vivirla con esperanza porque el Señor mantiene su promesa; y, más tarde, será el mismo Jesús quien explicará esta promesa en la Sinagoga de Nazaret: los enfermos, los encarcelados, los que están solos, los abandonados, los pobres, los ancianos, los pecadores también están invitados a entonar el mismo canto de esperanza. Jesús está con ellos, él está con nosotros (cf. Lc 4,18-19). (Francisco, 2017).

Los consagrados y consagradas están allí donde los pobres gritan; en las márgenes de nuestra geografía física y humana, en las periferias existenciales, llevando el consuelo, la asistencia, la alegría del Evangelio: a los pobres y vulnerables, en las franjas olvidadas de los bañados, en territorios de poblaciones deshidratadas y hambreadas, sequías,  en territorios sociales y desalojos forzados e injustos, en los hospitales, en las cárceles, a los ancianos y abandonados, a las personas en situación de discapacidad,  huérfanos y las viudas, a los niños, adolescentes y jóvenes que necesitan una guía y el testimonio de una entrega generosa; a las personas que padecen drogodependencia, a los desaparecidos y víctimas de trata de personas,  a los pueblos originarios, a los afrodescendientes… allí donde la oscuridad y la noche amenazan la vida, allí están, con la antorcha encendida de la fe y del servicio al prójimo que genera esperanza, una esperanza que se funda en la salvación que nos ofrece el Padre, por medio de Jesucristo.

En la primera lectura, dice el Señor por boca del profeta Malaquías: “He aquí que yo envío a mi mensajero. Él preparará el camino delante de mí.” Todo bautizado es convocado a ser mensajero, pero en especial los bautizados que han abrazado la vocación de la Vida Consagrada.

Los que escogieron el camino del seguimiento del Maestro pobre, casto y obediente, están llamados a ser mensajeros de buenas noticias para nuestro pueblo con su propia vida; ser profetas que anuncian “la liberación, el año de gracia del Señor”, a los cautivos de la desesperanza por tantos golpes recibidos, por las carencias y necesidades básicas que los agobia, que los aplasta, que los aniquila… y con la llama viva y la antorcha de la fe anunciar, iluminar y denunciar las injusticias sociales, la inequidad estructural, el pecado de la corrupción pública y privada, que ensombrecen la vida de los pobres y son las cadenas que aprisionan a nuestro pueblo.

Nuestra sociedad, sobre todo los más vulnerables, los pequeños, los pobres, los necesitados, los descartados, claman signos de esperanza que les posibilite levantar cabeza, sentirse amados, escuchados y acompañados, y caminar hacia horizontes de liberación del miedo, del silencio que enmudece y paraliza frente a tantas situaciones de pecado social y de injusticia, contrarias al plan de Dios.

Así como Jesucristo se hizo familia con nosotros por medio de la encarnación, sangre de nuestra sangre, y se compadeció de nuestros sufrimientos y limitaciones, como dice la segunda lectura, así también los consagrados y las consagradas necesitan fortalecer su sentido de familia religiosa, su identidad, su carisma fundacional, como decía el Papa Francisco ayer en la celebración de las vísperas de la vida consagrada, recordando el regreso a los orígenes, del que actualmente se habla tanto en la vida consagrada. Reiterando que los más importante “es el regreso a Cristo y a su ‘sí’ al Padre”, el cimiento de la vocación es Cristo. Como el sentido de familia, de fraternidad y de cercanía con el pueblo sufriente, para vivir y testimoniar la presencia de Jesús en medio nuestro. (Mt. 18,20)

Poner a Jesús en medio de su pueblo, es asumir y querer ayudar a cargar la cruz de nuestros hermanos. Es querer tocar las llagas de Jesús en las llagas del mundo, que está herido y anhela, y pide resucitar…Nos ponemos con Jesús en medio de su pueblo porque sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de vivir una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. (Francisco, 2017).

Para ser signos de esperanza, el testimonio de comunión es la mayor fuerza, en un mundo y en una sociedad polarizada, donde prima la intolerancia y el intento de anulación del otro. Y este es un mal que también nos afecta en la Iglesia.

Queridos amigos, queridas amigas, renovemos hoy con entusiasmo nuestra consagración. Preguntémonos qué motivaciones impulsan nuestro corazón y nuestra acción, cuál es la visión renovada que estamos llamados a cultivar y, sobre todo, tomemos en brazos a Jesús. Aun cuando experimentemos dificultades y cansancios, hagamos como Simeón y Ana, que esperan con paciencia la fidelidad del Señor y no se dejan robar la alegría del encuentro. Caminemos hacia la alegría del encuentro con la Luz. Pongámoslo de nuevo a Jesús en el centro y sigamos adelante con alegría.

En este día, les invitamos a renovar sus votos, a reavivar el fuego de su vocación, a mirar las realidades que claman vida hoy con los ojos de los fundadores de su familia religiosa, a la comunión intercongregacional, para enfrentar con fortaleza los desafíos que nos plantea la renovación eclesial y la conversión pastoral, que harán posible una Iglesia sinodal, en salida misionera.

Es este el anhelo de la CONFERPAR (conferencia de Religiosos del Paraguay): Como Vida Religiosa en el Paraguay, aventurémonos con audacia en busca de la gestación de lo nuevo, con profundidad a dar pasos más libres y auténticos, a lanzarnos por un camino inédito y creativo, siendo conducida por la Divina Sabiduría, que abre posibilidades de dar a luz un modelo de Vida Religiosa más misionera, sinodal y misericordiosa.

Ponemos estas intenciones y la Vida Consagrada en los brazos de María Santísima, Virgen de la Candelaria,  Madre de la Luz del mundo Jesús , fruto bendito de su vientre.

 

Asunción, 2 de febrero de 2025.

 

+ Adalberto Card. Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de Asunción