NO PERDAMOS LA ESPERANZA, DIOS ESCUCHA EL CLAMOR DE SU PUEBLO

Hermanas y hermanos en Cristo:
Hoy comenzamos la Cuaresma, un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe y redescubramos la alegría de vivir, de plenitud, siguiendo los pasos de Jesús.

Las lecturas de este Miércoles de Ceniza nos invitan a comenzar esta preparación mirando dentro de nosotros mismos. Para ver qué actitudes dirigen nuestra vida. Tantas veces nuestros fallos, caídas, nuestros errores, no son sino la consecuencia de nuestro estado interior. Y Dios lo que quiere es que corrijamos las brechas del corazón. Reconocimiento, arrepentimiento y confianza.

Hoy se nos invita a ser sinceros, de verdad, con nosotros mismos. ¡Cuánto nos dominan nuestros deseos y nuestros intereses! ¡Cuántas ganas tenemos de imponer nuestro criterio y nuestra voluntad! ¡Qué poca capacidad de renuncia tenemos para anteponer el bien común, el bien de los demás, a nuestros propios intereses personales o sectarios! ¡Qué poco nos esforzamos por comprender a los que no son o piensan como nosotros! ¡Cuán poco presente tenemos a Dios en nuestras vidas!
(Jl 12) conviertanse a mí de todo corazón, con ayunos, llantos y lamentos; rasguen sus corazones, no sus vestidos, y conviértanse al Señor su Dios, un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en amor.

La Cuaresma es tiempo de conversión y oración, de una oración más intensa, más asidua, más capaz de hacerse cargo de las necesidades de los hermanos; oración de intercesión, para interceder ante Dios por tantas situaciones de pobreza, sufrimiento, inequidad e injusticia.

Cuaresma es tiempo de ayuno, que implica la elección de un estilo de vida sobrio; una vida que no derrocha, una vida que no “descarta”. Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón en el compartir. Es un signo de toma de conciencia y de responsabilidad ante las injusticias, los atropellos, especialmente respecto a los pobres y los pequeños, y es signo de la confianza que ponemos en Dios y en su providencia.

Cuaresma es tiempo de caridad, que implica gratuidad, porque la limosna se da a alguien de quien no se espera recibir algo a cambio. La gratuidad debería ser una de las características del cristiano, que, consciente de haber recibido todo de Dios gratuitamente, es decir, sin mérito alguno, aprende a donar a los demás gratuitamente. La limosna nos ayuda a vivir la gratuidad del don, que es libertad de la obsesión del poseer, del poder, del miedo a perder lo que se tiene, de la tristeza de quien no quiere compartir con los demás el propio bienestar.

Cuaresma es tiempo de esperanza. La ceniza nos recuerda el trayecto de nuestra existencia, del polvo a la vida. Somos polvo, tierra, arcilla, pero si nos dejamos moldear por las manos de Dios, nos convertimos en una maravilla. En las dificultades y en la soledad, solamente vemos nuestro polvo. Pero el Señor nos anima: lo poco que somos tiene un valor infinito a sus ojos. Ánimo, nacimos para ser amados, nacimos para ser hijos de Dios. (Francisco, 2020).

Es un tiempo de gracia, para acoger la mirada amorosa de Dios sobre nosotros y, sintiéndonos mirados así, cambiar de vida. Estamos en el mundo para caminar de las cenizas a la vida. Entonces, no convirtamos la esperanza en polvo, no despreciemos el sueño que Dios tiene sobre nosotros. De las cenizas surge la vida. No caigamos en la resignación. Porque muchas veces nos preguntamos: ¿Cómo puedo confiar? Nuestra sociedad va mal, nuestras instituciones democráticas son débiles, la corrupción, como la gangrena, está muy extendida, así como el crimen organizado y su enorme poder que nos aplasta; el miedo se extiende, hay mucha crueldad, mucho egoísmo, mucha mezquindad. Pero, ¿no creemos que Dios puede transformar nuestra ceniza en vida?
En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, nuestra sociedad extraviada sentirá el destello de una nueva esperanza.

Nuestro país está viviendo momentos difíciles que ponen en peligro la estabilidad de nuestra institucionalidad democrática. Hay signos preocupantes de la pérdida de un horizonte ético y moral en nuestra sociedad. La rectitud de vida, la honestidad, la sinceridad, la verdad, la conciencia del bien y del mal, es decir, los valores que contribuyen a la cohesión social, a la fraternidad, a la solidaridad, al sentido del bien común, parecieran estar ausentes como principios rectores de nuestra conducta como sociedad.

Frente a esta situación, el Señor nos dice: “Todavía es tiempo. Vuélvanse a mí de todo corazón, con ayunos, con lágrimas y llanto; enluten su corazón y no sus vestidos. Conviértanse al Señor su Dios, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia.” (Joel 2,12-13).

Dios no nos abandona, a pesar de nuestros pecados y de nuestra soberbia. Es cierto, nos conduce por el desierto, pero el destino es la tierra prometida. Nos dice: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Desde el amor y la misericordia, Dios educa a su pueblo y lo purifica en el largo caminar por el desierto. Dios quiere la libertad para nosotros.

El Papa Francisco nos entrega para la cuaresma un mensaje de esperanza y nos pide despojarnos de nuestras esclavitudes. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. (Mensaje de cuaresma 2024).
La iniciativa es de Dios quien dice: “Yo he visto la opresión de mi pueblo y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel”. (Ex 3,7-8).

Así también, Dios escucha hoy nuestro clamor, ve nuestros sufrimientos, bajó a liberarnos por medio de Jesucristo y nos indica el camino para llegar a la tierra prometida, al Paraguay que queremos y necesitamos construir, desde los valores del evangelio.

Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor (…) Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud. (Mensaje de cuaresma 2024).

La tierra prometida, el nuevo Paraguay, exige “unión e igualdad”, así como reza el himno nacional. Para ello, urge detenerse, bajar la intensidad del lenguaje y las actitudes beligerantes, construir puentes para el diálogo, reconocer al otro en su dignidad y en sus derechos. Solo juntos, en la pluralidad y en las diferencias, podremos construir la fraternidad y la amistad social, porque la unidad debe prevalecer sobre el conflicto, como nos pide el Santo Padre.
El nuevo Paraguay nos necesita a todos, sin exclusiones. Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad y un rol para el fortalecimiento de la institucionalidad democrática y la vigencia del Estado Social de Derecho, condición indispensable para la paz social.

La Cuaresma nos dirige su llamamiento profético, para recordarnos que es posible realizar algo nuevo en nosotros mismos y a nuestro alrededor. Con esta convicción, comencemos el itinerario cuaresmal.
Confiamos en la misericordia de Dios y en la intercesión de los Sagrados Corazones de Jesús y María.
Así sea.

Asunción, 14 de febrero de 2024.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya