Mensaje del Papa Francisco
En Leon Condou y en Ñu Guasu

Queridos Hermanos:

En esta celebración eucarística, con la presencia de los invitados que hicieron parte de la Comisión central de la visita del Papa, alabamos a Dios por la hermosa experiencia enriquecedora de nuestra Iglesia y del país. Hemos aprendido hacer bien y con excelencia todos los encuentros. Hemos hecho un gran triduo de fiesta y de gozo. Nos queda ahora hacer eco de la enseñanza redibida y convertirla en pastoral de vida cristiana.
Las palabras del Papa Francisco fueron tan valoradas y tan iluminadoras para cada uno de los encuentros. Así en el Palacio de Gobierno a su llegada. Al día siguiente en el Hospital Pediátrico de San Lorenzo, su homilía en el Santuario de Caacupé, y de aquel sábado 11 de julio su Mensaje en el rezo de las vísperas con el Clero y los Religiosos. Y como el día de hoy, 12 de julio, recordamos su Discurso en el Bañado Norte, la homilía en la grandiosa Misa en Ñu Guazú y sus palabras en el encuentro con los jóvenes.
La visita del Papa Francisco de hace cinco años evidencia el evangelio del sembrador. Él ha sembrado la semilla de la verdad, de la alegría y de la paz durante su breve estancia entre nosotros.

En este clima recordatorio quiero compartir con ustedes su Discurso a la sociedad civil en el estadio Leon Condou y parte de su homilía en Ñu Guazú.

En el estadio de Leon Condou
Al constatar el Papa la presencia de los representantes de la sociedad paraguaya, con sus alegrías, preocupaciones luchas y búsquedas, “me lleva a hacer una acción de gracias a Dios” afirmó al comienzo de su discurso. Siguió diciendo: “Un pueblo que no mantiene viva sus preocupaciones, un pueblo que vive en la inercia de la aceptación pasiva, es un pueblo muerto. Por el contrario, veo en ustedes la savia de una vida que corre y que quiere germinar. Eso siempre Dios lo bendice. Dios siempre está a favor de todo lo que ayude a levantar, mejorar, la vida de sus hijos”.
Como la dinámica del encuentro consistía en presentar preguntas y el Papa respondía, ante el primer tema referente a la sociedad el Papa expresó: “me ha gustado escuchar en boca de un joven la preocupación por hacer que la sociedad sea un ámbito de fraternidad, de justicia, de paz y dignidad para todos”. Una hermosa frase es la siguiente que pronunció y explicó sus consecuencias: “La juventud es tiempo de grandes ideales. Qué importante es que ustedes jóvenes vayan intuyendo que la verdadera felicidad pasa por la lucha de un mundo más fraterno. Qué bueno que ustedes jóvenes, vean que felicidad y placer no son sinónimos. Sino que la felicidad exige, el compromiso y la entrega. Son muy valiosos para andar por la vida como anestesiados. Paraguay tiene abundante población joven y es una gran riqueza. Por eso, pienso que lo primero que se ha de hacer es evitar que esa fuerza se apague esa luz en sus corazones y contrarrestar la creciente mentalidad que considera inútil y absurdo aspirar a cosas que valgan la pena…No tengan miedo de entregar lo mejor de sí”.
Ante la pregunta sobre el diálogo el Papa nos enseñó que el “diálogo como medio para forjar un proyecto de nación que incluya a todos. El diálogo no es fácil. Son muchas las dificultades que hay que superar y, a veces, parece que nosotros nos empeñamos en hacer las cosas más difíciles todavía.
En este momento el Papa expresa uno de sus pensamientos centrales, lo que se refiere a la cultura del encuentro. Y así se expresó: “Para que haya diálogo es necesaria una base fundamental. El diálogo presupone, nos exige la cultura del encuentro. Un encuentro que sabe reconocer que la diversidad no solo es buena: es necesaria. Por lo que el punto de partida no puede ser que el otro está equivocado. El bien común se busca, desde nuestras diferencias dándole posibilidad siempre a nuevas alternativas”.
Continuó enseñando el Papa hablando sobre el conflicto al que tenemos que temer, o ignorarlo, por el contrario, somos invitados a asumirlo. Esto significa: “Aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en un eslabón de un nuevo proceso” (Evangelii gaudium 227). Porque “la unidad es superior al conflicto” (ibíd. 228). Al tratar de entender las razones del otro, su experiencia, sus anhelos, podremos ver que en gran parte son aspiraciones comunes. Esta es la base del encuentro: todos somos hermanos, hijos de un mismo Padre celestial, y cada uno con su cultura, su lengua, sus tradiciones, tiene mucho que aportar a la comunidad. Si alguien considera que hay personas, culturas, situaciones de segunda, de tercera o de cuarta… algo seguro saldrá mal porque simplemente carece de lo mínimo, del reconocimiento de la dignidad del otro”.
Luego el Papa habló de la sociedad inclusiva, para eso hace falta promover a los pobres. La mira ideológica termina utilizándolos al servicio de otros intereses políticos o personales, afirmó el Papa. Por eso, declara que “Para buscar efectivamente su bien, lo primero es tener una verdadera preocupación por su persona, valorarlos en su bondad propia. Pero, una valoración real exige estar dispuestos a aprender de ellos. Los pobres tienen mucho que enseñarnos en humanidad, en bondad, en sacrificio.
Luego nos habló del “crecimiento económico y la creación de riqueza, y que esta llegue a todos los ciudadanos sin que nadie quede excluido. La creación de esta riqueza debe estar siempre en función del bien común, y no de unos pocos”. El pedido del Papa es que “no cedan a un modelo económico idolátrico que necesita sacrificar vidas humanas en el altar del dinero y de la rentabilidad. En la economía, en la empresa, en la política lo primero es la persona y el hábitat en donde vive”. Terminó recomendándonos amar a la Patria, a sus conciudadanos y, sobre todo, amen a los más pobres. Así serán ante el mundo un testimonio de que otro modelo de desarrollo es posible. Y nos elogia con estas palabras: “Estoy convencido de que tienen la fuerza más grande que existe: su humanidad, su fe, su amor”.
Vale la pena volver a reflexionar sobre estas orientaciones sabias. Esa herencia las tenemos que seguir trabajando en nuestra pastoral social.

Mensaje en la homilía de la Misa en Ñu Guasu

El texto evangélico de aquel domingo trató de la misión de los discípulos.
Hoy recatamos de aquella homilía cuanto sigue:

Después del saludo inicial el Papa comenzó hablando de la confianza: “Una confianza que se aprende, que se educa. Una confianza que se va gestando en el seno de una comunidad, en la vida de una familia. Una confianza que se vuelve testimonio en los rostros de tantos que nos estimulan a seguir a Jesús, a ser discípulos de Aquel que no decepciona jamás. El discípulo se siente invitado a confiar, se siente invitado por Jesús a ser amigo, a compartir su suerte, a compartir su vida. Los discípulos son aquellos que aprenden a vivir en la confianza de la amistad”.
Luego, el Papa, a partir de la acogida del misionero habló sobre lo “central en la espiritualidad cristiana, en la experiencia del discipulado: que es la “hospitalidad”. Jesús como buen maestro, pedagogo, los envía a vivir la hospitalidad. Les dice: “Permanezcan donde les den alojamiento”. Los envía a aprender una de las características fundamentales de la comunidad creyente. Podríamos decir que cristiano es aquel que aprendió a hospedar, a alojar.
Jesús, no los envía como poderosos, como dueños, jefes, cargados de leyes, normas; por el contrario, les muestra que el camino del cristiano es transformar el corazón. Aprender a vivir de otra manera, con otra ley, bajo otra norma. Es pasar de la lógica del egoísmo, de la clausura, de la lucha, de la división, de la superioridad, a la lógica de la vida, de la gratuidad, del amor. De la lógica del dominio, del aplastar, manipular, a la lógica del acoger, recibir, cuidar.
Acotó el Papa “Son dos las lógicas que están en juego, dos maneras de afrontar la vida, la misión”
A continuación, se refirió a la misión de la Iglesia que “es madre de corazón abierto que sabe acoger, recibir, especialmente a quien tiene necesidad de mayor cuidado, que está en mayor dificultad. La Iglesia es la casa de la hospitalidad. Cuánto bien podemos hacer si nos animamos a aprender el lenguaje de la hospitalidad, del acoger. Cuántas heridas, cuánta desesperanza se puede curar en un hogar donde uno se pueda sentir recibido”.
Y el Papa Francisco fue esclareciendo sobre la “Hospitalidad con el hambriento, con el sediento, con el forastero, con el desnudo, con el enfermo, con el preso (cf. Mt 25,34-37) con el leproso, con el paralítico. Hospitalidad con el que no piensa como nosotros, con el que no tiene fe o la ha perdido. Hospitalidad con el perseguido, con el desempleado. Hospitalidad con las culturas diferentes, de las cuales esta tierra es tan rica. Hospitalidad con el pecador”.
Recalcó el Papa la necesidad de aprender a vivir la fraternidad acogedora, que es el mejor testimonio para expresar que Dios es Padre, porque “de esto sabrán todos que ustedes son mis discípulos, si se aman los unos a los otros” (Jn 13,35).
Finalmente nos recomendó que “abracemos la vida de nuestros hermanos especialmente los que han perdido la esperanza y el gusto por vivir. Exclama el Papa: ¡Qué lindo es imaginarnos nuestras parroquias, comunidades, capillas, lugares donde están los cristianos, como verdaderos centros de encuentro entre nosotros y con Dios! Así queremos ser los cristianos, así queremos vivir la fe en este suelo paraguayo, como María, alojando la vida de Dios en nuestros hermanos con la confianza, con la certeza que: “El Señor nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto”.

Queridos Hermanos
Hemos rescatado las palabras del Papa. Más que nunca en este tiempo de pandemia debemos proponer un verdadero cambio social basado en el diálogo, la justicia social, pero más aún basado en la Palabra de Dios, en la confianza entre los actores sociales y eclesiales, en un proyecto nacional de reforma estructural basado en la dignidad de cada persona humana y de las familias paraguayas.
En esta Misa agradecemos a Dios por habernos regalado la visita del Papa Francisco y haberlo recibido como “mensajero de la alegría y de la paz”.
Que sus palabras orientadoras nos ayuden a renovarnos como Iglesia y como país en la fraternidad, en la hospitalidad y a ser solidarios, abiertos a Dios y a las necesidades de los más excluidos y pobres.

Que Nuestra Santísima Madre la Virgen de la Asunción nos acompañe con su protección maternal.

 

Mons. Edmundo Valenzuela 

Arzobispo Metropolitano