Debo confesar que tenemos dos sentimientos unidos en este momento. El de gratitud y el compromiso.

Decimos gracia a Dios por habernos regalado la visita del Papa Francisco hace cinco años. Fue para la Iglesia una página excelente de su evangelización por los gestos y palabras que haya realizado entre nosotros el querido Papa Francisco. Y para el país, porque desde su famoso discurso en el Palacio presidencial, a su llegada a Asunción ha despertado en todos los paraguayos el compromiso de recordar nuestra historia y de continuar con tesón y con espíritu de superación ante la adversidad y construir una Nación próspera y en paz, pues las dos guerras produjeron terrible sufrimiento de enfrentamiento fratricida, de falta de libertad y conculcados los derechos humanos.

Destacó en seguida el desempeño de la mujer paraguaya, sobre cuyos hombros de madres, esposas y viudas, han llevado el peso más grande, han sabido sacar adelante a sus familias y a su País. Recordamos aquellas palabras “un pueblo que olvida su pasado, su historia, sus raíces, no tiene futuro. Luego habló de la construcción de un proyecto democrático sólido y estable. Ahí destacó el Papa la necesidad de potenciar el diálogo como medio privilegiado para favorecer el bien común sobre la base de la cultura del encuentro, del respeto y del reconocimiento de las legítimas diferencia. Uno de sus temas centrales de su Pontificado lo anunció en la voluntad de servicio y de trabajo por el bien común, los pobres y necesitados han de ocupar un lugar prioritario. El desarrollo económico que no tiene en cuenta a los más débiles y desafortunados, no es verdadero desarrollo. Y enfatizó que la medida del modelo económico ha de ser la dignidad integral del ser humano. En aquel discurso el Papa terminó diciendo al Señor Presidente el compromiso y la colaboración de la Iglesia católica en el afán común por constuir una sociedad justa e inclusiva.

Y ahora quiero recordar las palabras del Papa que pronunció a los jóvenes en la Costanera. Fue su discurso de despedida ante millares de millares de jóvenes gozosos por el encuentro con Papa Francisco.

Orlando le había dicho “Te pido que reces por la libertad de cada uno de nosotros, de todos”. A partir de esta bendición que pidió Orlando, el Papa espontáneamente tomó el tema de la libertad. Es un regalo que nos da Dios, pero, hay que tener el corazón libre, pues h ay muchos lazos en el mundo que no dejan el corazón libre. La explotación, la falta de medios para sobrevivir, la drogadicción, la tristeza, todas esas cosas nos quitan la libertad. Tener el corazón libre, un corazón que pueda decir lo que piensa, lo que siente y hacer lo que piensa y siente. ¡Ese es un corazón libre! Exclama el Papa. E invitó a repetir “Señor Jesús, dame un corazón libre. Que no sea esclavo de todas las trampas del mundo. Que no sea esclavo de la comodidad, del engaño. Que no sea esclavo de buena vida. Que no sea esclavo de los vicios, ni de la falsa libertad, que es hacer lo que me gusta en cada momento.

Después de escuchar el testimonio de Liz y Manuel, dijo que “Liz con su vida nos enseña que no hay que ser Poncio Pilato: lavarse las manos. Liz podía haber tranquilamente puesto a su mamá en un asilo, a su abuela en otro asilo y vivir su vida de joven, divirtiéndose… Pero, se convirtió en sierva, en servidora y en sirvienta de la mamá y de la abuela. ¡Y lo hizo con cariño! Hasta tal punto que se cambiaron los roles y ella terminó siendo la mamá de su mamá enferma en el modo de cuidarla. El Papa recuerda que Liz habló de dos que tienen que ayudar. De un ángel, una tía que fue como un ángel, y habló del encuentro con los amigos los fines de semana, con la comunidad juvenil de evangelización, con el grupo que alimenta su fe. Y esos dos ángeles – su tía y el grupo juvenil- le daban la fuerza para seguir adelante.

Y esto se llama solidaridad, concluyó el Papa. Cuando nos hacemos cargo del problema del otro. Y Liz estudió y es enfermera. Y haciendo todo eso, la ayuda, la solidaridad que recibió de ustedes, del grupo de ustedes, de su tía que era como un ángel, la ayudó a Liz a seguir adelante. Liz cumple el cuarto mandamiento, muestra su vida, ¡la quema!, en el servicio a su madre. Por eso, el Papa destaca: “es un grado altísimo de solidaridad, de amor. Un testimonio.

Y comentando el testimonio de Manuel que había dicho “fui explotado, maltratado, a riesgo de caer en las adicciones, estuve solo”. El Papa retoma las palabras, explotación, maltrato, soledad. Y Manuel, en vez de salir a robar, a vengarse de la vida, miró adelante. Y se dijo “Puedo salir adelante porque en la situación en que yo estaba era difícil hablar de futuro”.  Y comenta el Papa, ¿cuántos jóvenes, ustedes, tienen la posibilidad de que no les falte lo esencial? Y les invitó a los presentes a decir: “Gracias Señor” porque acá tuvimos el testimonio de un chico que supo lo que era dolor, la tristeza, que fue explotado, maltratado, que no tenía que comer y estaba solo. ¡Señor, salvá a estos chicos y chicas que están en esa situación! Y todos corearon: ¡Señor, gracias! ¡Gracias, Señor! Pero Manuel dijo: “conocí a Dios, mi fortaleza” Conocer a Dios es fortaleza, acercarse a Jesús, es esperanza y fortaleza. No queremos jóvenes “debiluchos”, ni jóvenes que se cansen rápido y vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes, con esperanza y con fortaleza. Y el Papa preguntaba ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, a Dios. Porque tienen el corazón libre. Solidaridad, trabajo, esperanza, conocer a Jesús. Conocer a Dios, mi fortaleza. Un joven que vive así ¿tiene la cara aburrida? (responden, ¡No!) ¿Tienen el corazón triste? No. Y el Papa confirma, ese es el camino, pero hace falta el sacrificio, andar contracorriente. Las Bienaventuranzas son el plan de Jesús para nosotros. El plan… Es un plan contracorriente. Jesús les dice “Felices los que tienen el alma de pobre” No dice “Felices los ricos, los que acumulan plata” No. Los que tiene el alma de pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo que es un pobre. “Felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demás”.

Al final, cuando ya se despide…cuenta, el otro día, un cura en broma me dijo: “Sí, usted siga haciéndole… aconsejando a los jóvenes que hagan lío. Siga, siga. Pero después, los líos que hacen los jóvenes los tenemos que arreglar nosotros”. ¡Hagan lío! Pero también ayuden a arreglar y a organizar el lío que hacen. Las dos cosas: hagan lío y organícenlo bien…. Un lío que les dé un corazón libre, nos dé solidaridad, nos dé esperanza, que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios, a quien conocí, es mi fortaleza. Ese es el lío que hagan.

Queridos jóvenes

Al recordar esta historia del encuentro de jóvenes con el Papa en la Costanera de Asunción, retomamos los dos sentimientos que dije al inicio. Gratitud a Dios por la espléndida visita y el hermoso mensaje del Papa Francisco. Y por otro, el de compromiso. No nos quedemos en el recuerdo nostálgico de lo que fue ese encuentro. Recuperemos la libertad del corazón, la solidaridad y el conocer a Dios y a Jesús. Ahí está la esperanza y la fortaleza de los jóvenes hoy.

Terminemos repitiendo la oración final del Papa en aquel encuentro: “Te pido por los chicos y chicas que no saben que Vos sos su fortaleza y que tienen miedo de vivir, miedo de ser felices, tienen miedo de soñar. Jesús, enséñanos a soñar, a soñar cosas grandes, cosas lindas, cosas que, aunque parezcan cotidianas, son cosas que engrandecen el corazón. Señor Jesús, danos fortaleza, danos un corazón libre, danos esperanza, danos amor y enséñanos a servir. Amén.

 

Mons. Edmundo Valenzuela

Arzobispo Metropolitano