Asunción, 24 de diciembre del 2021

Homilía de Navidad

Queridos Hermanos

En esta noche santa, vigilia de Navidad, nos unimos en oración eucarística, reunidos por el amor misericordioso de nuestro Padre Dios, contemplando el misterio del nacimiento de Jesucristo, en Belén, en medio de mucha precariedad, pobreza y meditando el mensaje de la Palabra que fue anunciada para nosotros esta noche.

  1. Mensaje de la Palabra de Dios

Primera Lectura (Is 9,1-6):

El motivo de la angustia y desolación que afligía al pueblo de Israel y describe el profeta como oscuridad y tiniebla es la segunda invasión de los asirios ocupando los territorios de las tribus del Norte, Zabulón y Neftalí (732 a.C., cf. 2Re 15,29). Desde ese entonces los israelitas del Norte fueron sometidos al dominio de los paganos con tantas humillaciones, pérdida de soberanía y libertad. El Profeta nos anuncia la liberación expresada como luz y alegría, que relaciona esta salvación con el nacimiento de un niño que es un don de Dios, otorgándole cuatro títulos con resonancias reales: Consejero prudente, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de la paz, que lo hacen trascender el recinto histórico para elevarlo a la esfera divina. Isaías lo presenta como descendiente de David, pues la promesa hecha a David en 2 Sam 7,14 se actualiza en él, pero con proporciones sobrehumanas. El profeta celebra un cambio total de situación obrado por Dios: el pueblo que caminaba en las tinieblas y habitaba en la oscuridad ha visto el brillo de una gran luz. El resultado es una multiplicación de la alegría, del gozo y una paz sin fin. El motivo es el nacimiento de un niño muy especial, siendo el autor Dios, pues el amor ardiente del Señor de los ejércitos hará todo esto” (Is 9,6).

Evangelio (Lc 2,1-14):

Luego del solemne encuadre histórico el relato que sigue incluye dos momentos sucesivos. En primer lugar, nos narra el nacimiento de Jesús en Belén (cf. Lc 2,4-7) y después el anuncio de este acontecimiento hecho por un ángel a los pastores (cf. Lc 2,8-14). La intención del evangelista Lucas es presentar a Jesús como el Salvador y la fuente de la paz, cuyo nacimiento marca el comienzo de una nueva era, contraponiendo a los reclamos del emperador Augusto. Dios es quien salva a su pueblo a través de su Hijo Jesús, liberándolo de los enemigos y consiguiendo el perdón de los pecados. Los pastores son los primeros quienes reciben este buen anuncio, gracias a que están cerca del lugar y velando en la noche, vigilando sus rebaños, aunque también porque eran parte de los pobres, de los sencillos, a los que Jesús bendecirá. Ante un hecho nada extraordinario, encuentran a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre; pero a quien se anuncia es el Niño recién nacido. Desde el cielo se decreta algo nuevo que empieza con el Nacimiento de Jesús, pero su culminación plena será en el futuro.

Pero atención: es Dios quien concede la paz con su presencia y con su mensaje, concede la “paz a los hombres amados por Dios”. R. Cantalamesa expresa muy bien: “Si la paz fuera concedida a los hombres por su ‘buena voluntad’, entonces sí que estaría limitada tan solo a unos pocos, a aquellos que la merecen; pero desde el momento en que la paz se concede por la buena voluntad de Dios, es decir, por gracia, es un bien que se ofrece a todos […] La Navidad no es una llamada a la buena voluntad de los hombres, sino un anuncio gozoso de la buena voluntad de Dios para con los hombres”.

Celebramos el Nacimiento de Jesús, celebrando su presencia entre nosotros. Él está con nosotros, es el Enmanuel, en nuestro aquí y ahora. La memoria del pasado, mirando el nacimiento histórico de Jesús es necesaria para no perder de vista el realismo de la encarnación. Aunque sin quedarnos solo en el pasado, pues Dios es eterno, quien entra en la historia, en nuestro tiempo, indicándonos que es una realidad siempre actual, siempre presente en nuestro tiempo y en nuestra historia. Es el mismo Jesús, quien naciera en Belén, el que se hace presente ahora y continuando la misma pedagogía divina; si bien, su presencia ya no sea visible a nuestros ojos, sino desde la mirada de fe.

Podemos poner al inicio del relato nuestras propias realidades históricas, nombrando a nuestros gobernantes y dirigentes de turno. Hoy, como en ese tiempo, el gran acontecimiento que estamos celebrando se estará ocultando a sus miradas enceguecidas por la soberbia y el poder insaciables, siendo presas de un sistema de corrupción sin precedentes. En esta noche santa miremos al pesebre, allí el pueblo que caminaba en las tinieblas vio una gran luz, la vio el pueblo sencillo que estaba abierto a recibir el regalo de Dios; es decir, no pudieron ver los soberbios, los autosuficientes, quienes arman sus propias leyes según su medida, los que cierran la puerta a recibir el regalo. Hoy, al mirar el pesebre, pidamos por nuestro pueblo sufrido, pidamos a la Madre: María, muéstranos a Jesús tal cual es. El evangelista nos pone en contraste el camino de los hombres que van tras la gloria del poder y la manifestación de la gloria de Dios a los humildes, a los que esperan y confían solo en Él. Es a ellos, a los humildes, a los pobres de corazón, a quienes se les descubre el misterio escondido, a quienes se les anuncia la llegada del Salvador, de Cristo el Señor.

La Navidad nos enseña en relación a los misteriosos caminos de Dios. En lo externo, en la apariencia, la vida de José y María era igual a la del mundo; siguieron sujetos a las necesidades propias de la vida humana. Interiormente todo cambió, pues Jesús estaba con ellos compartiendo la vida juntos, llenándola de luz y alegría. María y José, desde su sencillez, pudieron descubrir no solo el sentido de las cosas, sino lo que da sentido a las cosas. La salvación estaba presente, vivían en presencia de Dios. Al tenerle a Jesús todo cobra sentido y nuestra vida se ilumina y colorea con esperanza y amor. Motivo para agradecer por lo que tenemos y por lo que carecemos, para luchar por una vida digna, humana, encontrando lo que Dios nos pide y orienta en la vida.

El don que el Niño Jesús viene a regalarnos es la Paz: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!” (Lc 2,14). Este es el día en sentirnos profundamente amados por el Señor, quien viene a nosotros, y nos regala el don de su Paz. Tal vez esta Navidad es distinta por las consecuencias de la pandemia, pero le tenemos a Él, quien nos trae la paz.

 

  1. Miremos agradecidos el pasado y confiados en el futuro

La Navidad nos ayuda a dar una visión nueva a nuestra historia. Así como el nacimiento de Cristo divide la humanidad en A.C. y D.C, estoy seguro que antes y después de la pandemia, nuestra historia nacional, a la luz de la providencia divina, deberá ir cambiando mediante un proceso social, político, económico y cultural para lograr, en este año del Laicado, la dignificación de cada persona y el bienestar de las familias y de toda la sociedad paraguaya. Cristo Jesús con su nacimiento nos anima a construir el reinado de su Padre Dios. Dios reina donde hay verdad, justicia, libertad, amor y santidad.

Hemos pasado el segundo año de la Pandemia. Tuvimos situaciones difíciles en todos los sectores de nuestra realidad nacional. Ha sido una prueba gigantesca a nuestra capacidad de buscar soluciones, mejorar los servicios, aprender nuevas experiencias de vida, afrontar desafíos y suscitar esperanza. La fe en la Divina Providencia y el esfuerzo sabio de las organizaciones estatales y privadas permitieron sobrevivir de la mejor manera.

En esta Eucaristía queremos agradecer a cada ciudadano, a cada familia, a cada organización social-político-económico-cultural por los logros obtenidos, por haber hecho bien cada una de las múltiples actividades que sostienen la vida nacional y familiar, con responsabilidad, trasparencia y con mucho amor.

Destacamos lo bueno que el Gobierno ha hecho mediante los servicios de todos los Ministerios a igual que las empresas privadas de todos los sectores sociales, incluidos los trabajos de los campesinos, indígenas, de las zonas de los bañados y de los asentamientos. Todos hemos aprendido que solo mediante el cuidado de la salud y la dedicación al trabajo se puede salir adelante. Sin duda, sin acostumbrarnos a la dependencia del “papá Estado” y sin caer en ningún populismo que mantenga a los pobres en situación de sumisión.

Los esfuerzos que se están realizando desde los Ministerios de Educación con el proyecto “trasformación educativa” y el Ministerio de la niñez y adolescencia, con su nuevo plan, no deben tener ninguna dependencia a ideologías extrañas a nuestra cultura y a los valores de nuestras familias paraguayas. No caigamos en el imperio de esas ideologías que se van imponiendo con grandes aportes extranjeros y que presentándose atrayentes carecen de verdad antropológica y científica. Levantamos la voz con el clamor de los padres de familia en su preocupación por no caer en las garras de ideologías impuestas por presiones internacionales y de mantener la cultura paraguaya siempre dinámica en los valores de la persona humana. Una educación humanista, abierta a la trascendencia con verdadero aporte a la realidad del trabajo y de cuanto ayude al bienestar material, psíquico y espiritual a toda la ciudadanía paraguaya. Defendamos con valentía la verdad sobre el hombre creado a imagen y semejanza de Dios y la verdad sobre nuestro sistema ecológico basado este en numerosas leyes que hay que ponerlas en práctica, sin sometimiento a la deshonestidad y venta de conciencia por dinero.

Agradezcamos todo lo bueno que se realizó. Reconocemos que nada fue fácil, tanto para las autoridades públicas como para la sociedad en general. Hubo esfuerzos en muchos campos. A nivel de salud, se han mejorado los hospitales con equipamientos sanitarios y con nuevas construcciones hospitalarias en todos los departamentos. Queda aún la necesidad de unificar ese sistema público de salud en todos los departamentos, de manera que sea accesible a los ciudadanos. La salud pública debe ser garantía para todos.

A nivel de la Universidad Católica, agradecemos las nuevas construcciones de la facultad de ciencias de la salud y de la facultad de filosofía con sus varias carreras. El servicio que hace la U.C. al país, en especial a los jóvenes es un compromiso educativo, dinámico y evangelizador. Nuestras instituciones educativas, parroquiales o de religiosos, han aportado la educación a los pobres superando enormes dificultades, pero siguen en pio ofreciendo la formación científica y cristiana a los hijos e hijas de padres de familias comprometidas en el sostenimiento de estas escuelas católicas. La catequesis de iniciación a la vida cristiana continuó con sus programas. Las pastorales aportaron vida y alegría a muchas familias carenciadas.

Ha sido el año dedicado a la Eucaristía. Durante la pandemia se han hecho numerosos gestos de amor hacia Cristo Eucarístico alimentando el corazón de los fieles con el pan vivo bajado del cielo y con la adoración al Santísimo Sacramento de miles de maneras realizadas. Agradecemos a los sacerdotes, a los párrocos y diáconos permanentes por la dedicación que realizaron en celebraciones, procesiones y encuentros de adoración eucarística. Fueron sin duda como pararrayos de bendición para la ciudad y para el país.

Ahora hemos comenzado el año dedicado a los Laicos. Ellos son el pueblo de Dios que por el bautismo han sido integrados a la Iglesia como profetas, sacerdotes y reyes para anunciar y testimoniar el evangelio de Jesucristo en las realidades diarias de la familia, la política, el mundo del trabajo y del progreso social. Son portadores de los valores de la fe y de la esperanza a todos esos sectores de la realidad nacional. Tienen los laicos el compromiso de transformar en “Reinado de Dios” la ética, la política, la economía, la cultura y la educación.

  1. Hermanos, Hermanas

Esta noche de Navidad es para recordar a los que nos han dejado y ya viven con Dios en el cielo. El consuelo de la fe en la resurrección de Cristo Jesús sostenga todos los hogares que perdieron a sus seres queridos.

Nos toca vivir tiempos nuevos de aprendizaje. Dejemos de pedir a los otros lo que cada uno debe hacer para mejorar mediante el trabajo y la tecnología el bienestar familiar y nacional. Sigamos, con la gracia de Dios, haciendo el bien a todos y buscando incansablemente realizar bien y a conciencia nuestro propio deber. Apoyemos todo esfuerzo hecho por las organizaciones nacionales, gubernamentales, ministeriales, sociales, políticas, culturales y religiosas, en servir más y mejor a la dignidad de cada persona, de cada familia, en la construcción del bien común que se logra con la justicia, la verdad, el amor y la paz.

El nacimiento de Jesús sea motivo de alegría para todos los hogares y para todo el país, pero sea también motivo de compromiso para ser portadores generosos de esperanza y amor en el logro de un mundo mejor, más humano y más abierto a la misericordia de Dios.

María Santísima, la Madre del Niño Jesús, nuestro Salvador, nos acompañe en estas fiestas de fin de año, propiciando la oración personal y eucarística, y llevando la misión a los que necesitan volver a la fe cristiana y a recibir la misericordia y el amor de Jesucristo.

Feliz Navidad, alegría y mucha paz

 

+ Edmundo Valenzuela, sdb

Arzobispo de la Santísima Asunción