La construcción de nuestro templo de la Santísima Trinidad   comenzó bajo el mandato del primer presidente constitucional, don Carlos Antonio López, en el año 1854. (Hace 170 años) Dos años después en 1856 se realizó la inauguración oficial. Don Carlos le tuvo particular cariño a esta iglesia ya que la consideraba la más suntuosa de todas las Iglesias nuevas que el gobierno ha mandado edificar.

Nuestro espléndido templo de la Santísima Trinidad, está ubicada en la colina más elevada de nuestro barrio que lleva su mismo nombre. La Iglesia Santísima Trinidad es reconocida por ser un Patrimonio Cultural, y agregamos, Patrimonio Espiritual del Paraguay. El patrimonio cultural es este bellísimo edificio fue diseñado y construido por el italiano Arquitecto Alejandro Ravizza. Pero en su historia el patrimonio espiritual fue edificado (y sigue edificandosé) por generaciones y generaciones de fieles que han cimentado este templo sobre la roca fuerte y firme de la fe cristiana y de los cristianos de la comunidad parroquial y nacional.

La fe de nuestros predecesores,  es la que da sentido y significado al edificio, para que en este templo suntuoso, maravilloso resplandezca la luz del edificio espiritual cimentado sobre Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Santísima Trinidad. La fe de un pueblo que  transforma las edificaciones de arcillas, cal, ladrillos y maderas en corazones creyentes que dan sentido espiritual al edificio material.

Sin dudas nuestro templo con su comunidad parroquial nos lleva hoy, en esta celebración eucarística, de Acción de Gracias,  a la colina más alta  de la Santísima Trinidad. En esa colina experimentamos en oración y contemplación al Señor de los Señores transfigurado en nuestras vidas.

El altísimo misterio (misterio se puede traducir como algo inexplicable con la razón humana) de Amor de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas-, es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo. Aunque es un dogma, verdad absoluta y absolutamente segura donde no cabe ninguna duda,  ( Concilio de Nicea 325) afirma que Dios es un ser único en tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.  Afirma que Dios es un ser único en tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Aunque difícil de entender, fue lo primero que entendieron los Apóstoles. Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Pentecostés fue el momento de restauración de la fe de la Iglesia naciente. El fuego del Espíritu, ha purificado a la Iglesia, como el oro es purificado y refinado en el fuego del crisol. El Espíritu Santo nos renueva, y nos restaura a Su imagen y semejanza. Como este templo de la Santísima Trinidad ha sido recientemente restaurado y han sido recuperados varios retablos, el retablo de San  Carlos de Borromeo, de San Juan Bautista y el altar material izquierdo, incluyendo la fumigación de los cupi’í (termitas) subterráneos, las maderas desempolvadas, para recubrirla con láminas de oro. Agradecemos a los restauradores e instituciones, Ministerio de Obras Públicas y Secretaria de la Cultura,   que con esmero, dedicación y tiempo han devuelto los  retablos a su belleza y copia original.

El Salmo 80 nos dice: restáuranos Señor, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros y sálvanos. Cúbrenos con las láminas de oro de tu misericordia.

Así como el edificio de la Santísima Trinidad fue restaurado, también nosotros y cada uno necesitamos, ponernos en las manos del Divino Restaurador, para purificarnos y librarnos de los cupi’i del pecado que pueden carcomer poco a poco subterráneamente, el corazón por dentro. Restáuranos Señor de una vida desgastada y oxidada, límpianos del polvo de la rutina que embarra los cimientos de nuestra fe, el amor debilitado por la religiosidad rutinaria y de acostumbramientos. Restáuranos de nuestras indiferencia e insensibilidades ante el clamor de los pobres y necesitados. Restaura nuestras familias y ayúdanos  a reedificar la fraternidad para ser solidarios con los que más necesitan en nuestro entorno social.

En nuestro entorno, del mismo pueblo, hay muchos clamores de ser restaurados. Las adicciciones cómo las drogas, como una de las plagas de nuestra sociedad, que hace sufrir a muchas familias, y no pocas veces termina destruyéndolas.  Afecta a los más vulnerables, a los niños, adolescentes y jóvenes. Rompe círculos de reciprocidad y de unidad. Algo semejante ocurre con el alcoholismo, el juego y otras adicciones donde la violencia familiar  y los abusos de los niños y adolescentes son heridas muy profundas que destruyen la dignidad de sus miembros.

La familia, los padres, debe ser el lugar de la prevención contra abusos de los pequeños, garantía y ayuda contención de afectos y el desarrollo integral de sus hijos. Pero han perdido fuerza en muchos casos. Notamos las graves consecuencias de esta ruptura en familias destrozadas, hijos desarraigados, por las migraciones, ancianos abandonados, niños huérfanos de padres vivos, adolescentes y jóvenes desorientados en su propia identidad y sin reglas ni limites.

El sacramento del matrimonio, la familia a imagen de la Santísima Trinidad, es creada para engendrar y acunar a los hijos, y que vivificada por el Espíritu Santo, fortalece  los vínculos de unidad de sus miembros. La familia es Iglesia doméstica. Una familia donde reina el amor, la unidad, el respeto, la comprensión, la solidaridad, es la mejor garantía para que la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios, tenga una vida digna y plena.

Por eso, es fundamental defender y restaurar la integridad de la familia contra todo tipo de amenazas, agresiones y perversiones. Defenderla de amenazas  globalmente emergentes con propuestas de construcciones de géneros diversos para instalar babeles y colonizaciones ideológicas, pretendiendo subvertir el orden natural biológico de ser creados hombre y mujer. Las colonizaciones genéricas o de géneros  que desprestigian e desestabilizan el valor de la persona, de la vida, del matrimonio y la familia son propuestas alienantes y trastornadas.

Por otra parte, defender la familia y la vida requiere que todos podamos trabajar por el bien común, en nuestras comunidades, propiciando y reclamando las condiciones socioeconómicas que le provean de los recursos espirituales y materiales que favorezcan su cohesión en beneficio del bienestar de sus miembros.

Que la Virgen María nos ayude a cumplir con alegría la misión de testimoniar al mundo, sediento de amor, que el sentido de la vida es precisamente el amor infinito, el amor concreto del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

 

+Adalberto Card. Martínez Flores

26 de mayo de 2024