CON JESÚS, MARÍA Y JOSÉ SEAMOS CONSTRUCTORES DE ESPERANZA
Hermanas y hermanos en el Señor:
“Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza”, dice San Pablo de Abrahán, en la segunda lectura. Hoy celebramos esta solemne Eucaristía y queremos ser testigos de Esperanza con San José, esposo de la Santísima Virgen María, en este día de fiesta para la Iglesia.
San José es patrono de la Iglesia Universal. En este día recordamos de manera particular al Papa Francisco, que cumple 12 años del inicio de su ministerio como sucesor de Pedro. Rezamos por su salud, por su vida, por su amor inquebrantable a la Iglesia. Damos a Gracias a Dios por el regalo de su pontificado. Su Magisterio, su ejemplo de vida, nos invitan a ser constructores de esperanza en un mundo que camina bajo la sombra del miedo, de la incertidumbre, de los tambores de guerra, de las profundas inequidades. Nos invita a ser artesanos de la paz.
Ofrecemos también las intenciones de esta misa por mi querido predecesor, padre y amigo, Mons. Felipe Santiago Benítez Ávalos, quien fue el cuarto arzobispo de Asunción, gran devoto de San José. Que en un día como hoy hace 16 años regreso a la Casa del Padre. Que Mons. Felipe Santiago, en los brazos de María y de la mano de San José, goce de la presencia del Padre Celestial.
Esperanza equivale a fe. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado la vida nueva[1]. Por la fe, Abrahán creyó contra toda esperanza en las promesas de Dios; por la fe, María y José creyeron en las palabras del Ángel y obedecieron la Voluntad de Dios a pesar de no comprender a cabalidad el gran misterio de la salvación del cual serían parte fundamental. El sí de María y la obediencia de José hicieron posible el Plan de Salvación de Dios para la humanidad.
En este día tan especial para la Iglesia universal y, por qué no decirlo, para nuestro pueblo católico y para esta comunidad parroquial en particular, quisiera compartir con ustedes, con alegría y esperanza, nuestra reciente Carta Pastoral, publicada el 5 de marzo pasado, Miércoles de Ceniza, y que encierra un programa de evangelización para toda la Iglesia en la Arquidiócesis de Asunción, con el título “Iglesia Sinodal: peregrina de esperanza para la vida plena de nuestro pueblo, en Jesucristo.”
Encomendamos esta Carta y las intenciones contenidas en ella a San José, esposo de la Santísima Virgen María y padre adoptivo de Jesucristo, nuestro Salvador, en cumplimiento de la Voluntad de Dios. Por eso, hoy es también un día especial para subrayar la centralidad de la familia como Iglesia doméstica y fundamento de la sociedad.
Quisiera subrayar algunos puntos de nuestra Carta Pastoral en este día de San José y que tienen relación con la Iglesia, con la sociedad y con la familia.
La razón de nuestra esperanza es Jesucristo. Anunciar que en Jesucristo somos salvados es el mejor regalo y motivo de esperanza que podemos entregar a nuestro pueblo. En esperanza fuimos salvados, dice San Pablo a los Romanos y también a nosotros (cfr. Rm 8,24). Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente, aunque sea fatigoso, porque estamos seguros de que nos lleva a una meta grande que justifica el esfuerzo del camino.[2]
Necesitamos cultivar la vida espiritual, para que nuestra fe esté arraigada en el encuentro personal con Jesucristo y, a partir de allí, podamos enfrentar los desafíos que nos presenta el mundo actual y dar razón de nuestra esperanza, de nuestra fe, que nos impulsa a la caridad, teniendo presente lo que enseña el apóstol Santiago: “una fe sin obras es una fe muerta” (Stg 2,17.19).[3] La fe viva es aquella que camina por senderos de justicia, de paz, de unión e igualdad.
Necesitamos una espiritualidad que acreciente la alegría del Evangelio en la propia vida e impulse a comunicarla a todos con el testimonio personal (cfr. Flp 4,4). Una espiritualidad, de comunión y participación, encarnada que nos lleve a la periferia, al encuentro con las víctimas de las injusticias sociales y nos sostenga en el servicio del desarrollo humano integral.[4]
El camino sinodal es la senda que Dios espera de la Iglesia para ser instrumento eficaz al servicio del Reino de Dios en el mundo. El Señor nos pide caminar juntos: laicos y pastores. Todos los bautizados somos Iglesia, con diferentes ministerios y carismas; cada uno de nosotros somos discípulos misioneros y, por consiguiente, somos corresponsables de la evangelización.[5]
Por esto, es justo y necesario abrirnos a la conversión sinodal, lo que requiere la disponibilidad para la escucha recíproca, el respeto, la acogida, el diálogo, el disenso en la búsqueda del consenso, a fin de descubrir el querer de Dios para la Iglesia y para nuestro pueblo.[6]
La fiesta de San José, esposo, padre, hombre justo, nos invita a subrayar la centralidad de la familia para la Iglesia y para la sociedad. Así lo expresamos en la Carta Pastoral:
Sin la Iglesia doméstica, donde se transmiten la fe y las virtudes, no habrá una comunidad eclesial viva, que sea luz para la sociedad por su testimonio de comunión en el amor. Si la Iglesia no es una gran familia de creyentes y seguidores de Cristo que viven la alegría contagiante del Evangelio, los valores y las virtudes del Reino de Dios no transformarán la sociedad, cuya piedra angular también es la familia.[7]
En el seno del hogar familiar los hijos aprenden la fe, el respeto de la dignidad humana y se forman en los valores éticos y morales. La familia desarrolla una función de formación humana insustituible, es la primera escuela de valores sociales, promotora del bien social, de comunión, de libertad y de solidaridad. No es una escuela teórica, sino una escuela de vida.[8]
Sin familias cohesionadas y virtuosas, no podemos esperar una sociedad cohesionada y virtuosa, porque de la calidad de las personas y de las familias, depende la calidad de la sociedad y la autenticidad de los cristianos. Por eso, la Iglesia tiene la misión y la responsabilidad de que los valores del Evangelio lleguen, penetren y transformen a las personas, las familias, la comunidad y la nación como familia.[9]
San José de los Campos Limpios, como el santuario ecológico, amistada con la casa común, con la naturaleza, con los hermanos y hermanas, en nuestras propias familias, será campo de crecimiento espiritual y fraternal, libre de los escombros, del mal, de la violencia, de crímenes, de la delincuencia, de los tráficos de drogas, y narcóticos y otros males que envilecen la dignidad de las personas. Trabajemos y mantengamos el campo limpio, con el testimonio de una fe y obras como rezamos en el Salmo 51. Rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve. Crea en mí, oh Dios, un puro corazón, un espíritu firme dentro de mí renueva; enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores volverán a ti.
Con filial devoción, nos ponemos bajo la custodia de San José y bajo el amparo de la Santísima Virgen María y pedimos su intercesión por la Iglesia, por el país, por nuestras familias y por cada uno de nosotros.
Con Jesús, María y José, seamos constructores de esperanza y dóciles instrumentos de la Voluntad del Padre.
Así sea.
[1] Cfr. Spe Salvi 1, 2.
[2] Cfr. Carta Pastoral, 3.1, pág. 31.
[3] Ibidem, pág. 32;33
[4] Cfr. Carta Pastoral, 3.1, pág. 33
[5] Ibidem, 2.1, pág. 15
[6] Ibidem, 2.1, pág. 16
[7] Ibidem, 2.2, pág. 16
[8] Cfr. Carta Pastoral, 2.2, pág. 16
[9] Ibidem, 2.2, pág. 17
Limpio, 19 de marzo de 2025, Solemnidad de San José.
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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