Los jóvenes nos impulsan a ser una Iglesia sinodal

Hermanas y hermanos:

Es una gran alegría compartir con ustedes esta eucaristía, con tantos peregrinos venidos de tantos lugares,  en la fiesta de nuestra Madre, en este hermoso santuario que nos abraza a todos, en comunión con la Iglesia Universal que, con Pedro y bajo la guía de Pedro, el Papa Francisco, quién reúne en Sínodo a representantes de todos los países y continentes para conversar en el Espíritu, discernir y caminar juntos en sinodalidad.

Qué bueno es que la familia de Schoenstatt, en todas sus ramas y comunidades en el Paraguay y, en esta misa, especialmente compartida con los jóvenes, se asocien a este momento de la vida de la Iglesia con la celebración, con la oración y con la misión, bajo el lema: “Con María, familia en alianza al servicio de una Iglesia sinodal”.

María se preocupa y se ocupa de nosotros; sale al encuentro de nuestras necesidades. María se pone entre su Hijo y nosotros desde su pobreza, indigencia y sufrimientos. Se pone «en medio», hace de mediadora no como una extraña, sino en su misión de madre; consciente de que como tal, puede, «tiene el derecho de», hacer presente al Hijo las necesidades nuestras.

Hoy, más que nunca, necesitamos que fluya la esperanza y la alegría, pero, hace falta personas atentas, como María, que se atrevan a captar la necesidad de los demás, que actúen, sin demoras y sin excusas, con respuestas concretas a las carencias del prójimo sufriente. (María-icha, oñeanimáva ojagarrávo ambue tapicha remikotevẽ, ( ha) oactuáva, retraso’ỹre excusa’ỹre, ha’e techakua‘a ivecino ohasa’asývape).

María participa de este plan salvador de Dios y nos muestra las cualidades de una joven de Nazaret que es un ejemplo inspirador para los alcanzar la santidad, especialmente modelo de santidad para cada uno de ustedes, queridos jóvenes.

María era todavía una jovencita (mitakuñai-ete) cuando Dios le propone la noble misión de ser la Madre del Salvador. Dios, de esta manera, irrumpe en la vida de María cuando ella es joven, cuando apenas empieza a abrirse al mundo, cuando su corazón está lleno de ilusiones, de proyectos y de ideales grandes.

Y María se entrega generosamente al plan de Dios. Le dice «Sí». María con su respuesta pone de manifiesto una gran capacidad de fe, de confianza, de entrega y disponibilidad. Pero también muestra su espíritu joven, por aceptar el compromiso arriesgado, por su apertura a lo nuevo y por su corazón grande. (Ha avei ohechauka Kuñatai ojepe’áva Espíritu Santo-pe, o’aceptágui compromiso arriesgado, ojeabri haguére pe ipyahúvape ha ikorasõ guasúre.)

la Virgen María tiene la experiencia vital de su pobreza, indigencia y necesidad de la intervención salvadora de Dios. En el canto del «Magnificat» (Lc 1, 46—55), proclama que Dios ayuda a los humildes y cambia la situación de injusticia, de opresión y de privilegio que tratan de mantener los poderosos para su propio provecho. María es signo de liberación para todos nosotros. Como ella, podemos aspirar a nuestra propia y total liberación del mal, del pecado y de las esclavitudes o situaciones injustas, contando con la ayuda de Dios.

En estos días el 15 de octubre, el Papa Francisco nos ha entregado una hermosa e inspiradora exhortación apostólica sobre la vida de otra joven, Santa Teresita del Niño Jesús, que pidió permiso al Papa León XIII para ingresar al convento del Carmelo de Lesieux a los 15 años y, luego de 9 de años de intensa vida de oración y de servicio, a pesar de estar en el encierro del claustro, falleció con apenas 24 años. La Iglesia la tiene como modelo. Una joven de 24 años, que no tuvo grandes estudios ni títulos, sin embargo, es Doctora de la Iglesia, por su enseñanza espiritual, cuyo centro es el Amor.

El Papa Francisco inicia la exhortación apostólica con esta frase: «La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al Amor». Estas palabras tan contundentes de santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz lo dicen todo, resumen la genialidad de su espiritualidad y bastarían para justificar que se la haya declarado doctora de la Iglesia.

(Mitãkuña Thérèsa rekove ha testimonio ñanembo’e pe santidad ha’eha  opavave guará, precisamente ikatúgui ja’aspira santidad-pe japraktikavo caridad tekove ára ha ára, jepe ñañeñandu michĩ ha mérito’ỹre, con confianza, totalmente ña ño añuaro Túva rehe).

Teresita vive la caridad en la pequeñez, en las cosas más simples de la existencia cotidiana, y lo hace en compañía de la Virgen María, aprendiendo de ella que «amar es darlo todo, darse incluso a sí mismo». De hecho, mientras que los predicadores de su tiempo hablaban a menudo de la grandeza de María de manera triunfalista, como alejada de nosotros, Teresita muestra, a partir del Evangelio, que María es la más grande del Reino de los Cielos porque es la más pequeña (cf . Mt 18,4), la más cercana a Jesús en su humillación.  (Exhortación Apostólica sobre Santa Teresita).

Durante el sínodo de los jóvenes que abarcó desde 2016 a 2019, la Iglesia vivió un proceso en el que se dio cuenta que ustedes, los jóvenes, no piden que hagamos algo distinto, sino que seamos distintos. Este es un gran planteo que nos lleva a dejar de pensar en ustedes como destinatarios, para pensar en nuestra identidad eclesial con ustedes.  En el Sínodo de los jóvenes se subrayó la palabra Sinodalidad; pareciera que se estrena con los jóvenes. Como si la sinodalidad con los jóvenes fuera solo el inicio de nuevas sinodalidades, quizá con las iglesias perseguidas, o con la mujer, o los pobres, o las otras iglesias, o el mundo en general.  Como si el sínodo sobre los jóvenes, un tema poco polémico y generador de todas las esperanzas, hubiera alfombrado el camino para un nuevo modo de ser iglesia en discernimiento.

Como la Virgen María, como Santa Teresita del Niño Jesús, como nuestra Beata María Felicia de Jesús Sacramentado, es en nuestros corazones y en nuestras acciones diarias donde debemos manifestar el amor y la misericordia de Jesús. No podemos quedarnos indiferentes ante el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas, sino que debemos ser agentes de cambio y promotores de justicia. Esto implica amar al prójimo como a nosotros mismos, a otros jóvenes que han caído en las dolorosas adicciones de las drogas y perdido sus horizontes de esperanzas, buenos samaritanos, apóstoles de la esperanza y la prevención para evitar el infierno de la drogodependencia, amar cómo Jesús , perdonar a aquellos que nos han herido y tender una mano compasiva a los más necesitados. 

El Señor quiere una Iglesia “de yugo suave” (cf. Mt 11,30), que no impone cargas y que repite a todos: “vengan, todos los que están afligidos y agobiados, vengan ustedes que han extraviado el camino o que se sienten alejados, vengan ustedes que le han cerrado la puerta a la esperanza, ¡la Iglesia está aquí para ustedes!”. La Iglesia con las puertas abiertas para todos, todos, todos. (Francisco, 4 de octubre de 2023).

Hermanos y hermanas, jóvenes y las familias, en este mundo convulso y lleno de desafíos, no podemos olvidar el llamado de Jesús a seguir sus pasos. Debemos ser portadores de su amor y misericordia, siendo testigos vivos de su resurrección y esperanza. Debemos ser valientes en nuestra fe y no permitir que el odio y la violencia nos desanimen.  Rezamos por la paz en Medio Oriente. Los jóvenes con Jesús Príncipe de la Paz también están llamados a ser artesanos de la paz, de la paz social en Paraguay. La Virgen madre llora amargamente cuando las discordias y odios destruyen la vida de sus hijos. Cuando sus hijos en nuestro país han sufrido desapariciones del seno del hogar, con paraderos desconocidos, cientos de niños y jóvenes secuestrados o son abandonados por sus padres,  o han sufrido algún tipo de abusos, jóvenes sin trabajos o los que han perdido sus trabajo. Jóvenes y familias Artesanos de La Paz que enjuagan el llanto de los sufrientes y colaborando y denunciando casos de desapariciones (mas de 1000 desapariciones) y abusos de menores y adultos vulnerables con las autoridades competentes, con  la justicia, la policía nacional u otras instancias.

Es nuestro deber como discípulos de Cristo no sucumbir ante las fuerzas del mal, sino resistirlas con la luz del amor y la verdad.

Por este motivo, reitero mi alegría y mi contento porque la familia Schoenstatt del Paraguay acoge con fidelidad, desde su espiritualidad específica, las orientaciones del Concilio Vaticano II y acompaña al Sucesor de Pedro para impulsar y hacer realidad una Iglesia sinodal, en coherencia con el querer de Cristo, el Señor. Desde su experiencia como familia apostólica, pueden aportar al espíritu y a la praxis de la Sinodalidad en la Iglesia y de la familia para defender y promover su misión de ser el pilar social, capital de Gracia para cumplir con su misión de ser promotora y defensora de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, educadora y transmisora de la fe, cuna de vocaciones y promotora del bien social. Vivir en Alianza de Amor con María y con los hermanos debe moverlos a vivir la Sinodalidad en los grupos, ramas y comunidades de esta gran familia schoenstatiana.

Como bautizados, participen activamente en la misión de la Iglesia y sean portadores, signos, del mejor vino, que se convierte en fiesta por la alegría del Evangelio.  Hagan que nuestra Patria sea una tierra santa, mariana, nación de Dios.

Con María en medio, como en el Cenáculo, caminemos como Iglesia sinodal en el Paraguay, en comunión plena con el Magisterio del Papa Francisco, y seamos testigos del amor de Dios sirviendo con misericordia al prójimo, porque esa es la medida del amor a Dios y porque ese es el protocolo de la santidad y el camino que nos abre la puerta para recibir el premio reservado a los justos (Cfr. Mateo 25, 34-40).

 

Así sea.

18 de octubre de 2023, día de la Mater y de san Lucas, evangelista.

 

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Asunción

Presidente de la Conferencia Episcopal Paraguaya