Compartimos la homilía completa del Monseñor Edmundo Valenzuela, Arzobispo Metropolitano de la Santísima Asunción, pronunciada en la noche del Viernes de Dolores, 12 de abril de 2019.
Queridos hermanos:
El Viernes de Dolores marca el inicio de nuestra Semana Santa. Hemos hecho un recorrido de cinco semanas desde el miércoles de ceniza en las que Dios nos fue hablando, llamándonos a la conversión. Recordemos las tres propuestas que centraban nuestro caminar cuaresmal: oración (nuestro crecimiento en relación con Dios), limosna (nuestro compromiso con nuestros hermanos) y, ayuno (en relación al cambio personal).
Hoy, con el Viernes de Dolores marcamos el inicio de la Semana Santa. Como indica su nombre, nos unimos al dolor de la Virgen María que se com-padece con la muerte y crucifixión de su hijo Jesús. En el encuentro profundo con Dios, a través de su Hijo, Jesús, podemos comprender a la Madre Dolorosa, que encarna siete dolores antes de la pasión y muerte de su hijo.
Estos siete dolores de la Virgen las encontramos escritos en la Biblia. La Palabra de Dios muestra los momentos claves del camino de Jesús hacia su crucifixión y resurrección.
Entendamos que nuestro camino de salvación y redención, donde la Virgen de los Dolores es nuestro modelo, la entendemos en la relación estrecha de la pasión, muerte y resurrección de su Hijo, Jesús, único Salvador del mundo.
Queridos hermanos, recordemos al mismo tiempo, que no podemos olvidar de asociar siempre nuestras celebraciones que iniciamos hoy, con la realidad concreta que vivimos en el día a día. La misma pasión, muerte y resurrección de Cristo, los dolores de una madre que camina con su Hijo, hoy, también vuelven a repetirse en tantas situaciones vividas en la realidad de nuestro pueblo. Seguramente que no podré enumerar todos esos dolores de nuestra gente paraguaya sufriente de los diversos escenarios que nos ofrece la sociedad. Pero, aún así, repasemos algunos; aquellos que más nos acongojan y nos llaman a caminar juntos, como Iglesia, para fortalecernos, ayudarnos y salir de aquello que nos lleva a la muerte y la deshumanización. Últimamente, tantos ataques a la base fundamental de la sociedad y la Iglesia, la familia. Ella ha sido atacada y sigue siendo aún golpeada en forma inescrupulosa con el tema del aborto, la minusvaloración de la vida desde su misma concepción. Pero, repasemos los siete dolores de nuestra madre y subrayemos algunos de los tantos sufrimientos de nuestro pueblo:
El primer Dolor de nuestra madre: es la profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús. Por el dolor que sintió la Virgen cuando Simeón le anunció que una espada le atravesaría el alma, por los sufrimientos de su Hijo Jesús, y ya en cierto modo le manifestó que su participación en nuestra redención sería a base de dolor. Y, hoy, cuántas “espadas” continúan clavadas en nuestro corazón, aquellas que hoy nos traen tanto dolor y sufrimiento. Con respecto a este dolor, traigo a colación otros graves problemas que aquejan la sociedad actual: problemas de la educación, la salud, la generación de trabajo, la corrupción de los poderes del Estado (considerada como el mayor mal que sufre nuestro país y que afecta a todos los niveles e instituciones del país), la impunidad para quienes cometen graves delitos. Tantos dolores siguen aquejando: la inseguridad, la migración, el secuestro que nos llevan al empobrecimiento, no simplemente económico, sino también humano.
El segundo dolor de nuestra madre, María: la huida a Egipto con Jesús y José. Fue el dolor de la Virgen cuando huyó precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser su Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna. Un país tan rico, tan bendecido por Dios, que por las incapacidades de las personas que nos gobiernan, deje emigrar a sus hijos en busca de mejores horizontes a otros países. Tantos paraguayos buscando el “pan nuestro de cada día” fuera del Paraguay, por falta de políticas que acompañen a la gente. Pero, el dolor de la madre que emigra, no solo se dan hacia el extranjero. Nuestros centros urbanos poco a poco se van llenando de asentamientos, nuestro pueblo que como la familia de Nazareth, sufre el dolor de ser expulsados de sus tierras para ser entregados a otros que se adueñan de sus tierras. Instituciones que gastan más en recursos administrativos que en solucionar el problema crucial de la tierra. Son causantes del dolor de nuestro Dios que hoy nos llama nuevamente a la conversión y sensibilidad del corazón.
El tercer dolor: es la pérdida de Jesús. Por las lágrimas que derramó y el dolor que sintió al perder a su Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensando qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de su cuidado y de San José. El valor fundamental, queridos hermanos, es Dios en nuestra vida. La pérdida de Dios en nuestra vida, en nuestra sociedad, es la pérdida de nuestro GPS. Es la pérdida de la brújula que dirige nuestro caminar como sociedad. La Palabra de Dios, desde el libro del Génesis hasta el Apocalipsis nos recuerda y ejemplifica continuamente que la pérdida de Dios en la sociedad nos lleva a la pérdida de nuestra propia identidad, no solo religiosa, incluso nacional. Perder a Dios es perder valores que nos han caracterizado como nación, como pueblo: la solidaridad, el amor, el respeto, la ayuda. Nos volvimos insensibles a nuestros hermanos damnificados que sufren el dolor de constante del abandono de sus casas por causas de la crecida de los ríos. El dolor también de un pueblo que tan solo mira el acontecer de las cosas, ante el cansancio y el hastío de no dar soluciones definitivas a este dolor humano nunca resuelto en tantos años. Es el dolor de la falta de políticas claras para soluciones verdaderas.
El cuarto dolor de nuestra madre nos sitúa con el encuentro con su Hijo Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario. Por las lágrimas que derramó y el dolor que sintió al ver a su Hijo cargado con la cruz, cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento de su propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un malhechor y, siendo verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor corona del mundo hubiera sido suficiente para honrarle y ceñírsela en su frente. La cruz que ha lleva hoy a Jesús a su muerte también hoy se vuelve a presentar con el aborto. El dolor provocado al Señor por el aborto, el asesinato de un ser indefenso, es con frecuencia fruto de un abuso puramente egoísta, alienante e irresponsable de la sexualidad, ejercida incluso de manera prepotente y aun violenta. Dentro de esta mentalidad surge la reivindicación del aborto por parte de algunas mujeres para poder disfrutar de su propio cuerpo en las mismas condiciones que los varones. Son dolores que “claman desde la tierra”, dice el libro del Génesis.
En el quinto dolor de nuestra madre encontramos la crucifixión y la agonía de Jesús. Por las lágrimas que derramó y el dolor que sintió al ver la crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de su Hijo Jesús, y luego al verle agonizando en la cruz; para darnos vida, llevó su pasión hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión. Es otro dolor que hoy la sociedad sufre con la pérdida de los valores religiosos, de lo que verdaderamente significa celebrar la Semana Santa. El sentido religioso de la Semana Santa se transformó en los últimos años, y de ser una actividad religiosa dedicada a recordar la pasión, muerte y resurrección de Jesús, la mayoría de la población la asume simplemente como días de descanso, unos lindos días para visitar a los familiares y dedicarse al relax. El sentido original religioso no es el mismo, se lo ha transformado en sentido secular. Esta fecha, como otras, sirve para muchos cristianos como calendario simplemente civil que determina un periodo de vacaciones, práctica cada vez más común que responde a un largo proceso de secularización de nuestro Paraguay.
El sexto dolor de María es la lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto. Por las lágrimas que derramó y el dolor que además sintió al ver la lanza que dieron en el corazón de su Hijo; sintió como si la hubieran dado en su propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo ya no solamente a María como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la vida. A veces, quienes no sufrimos como el pueblo, podemos tener la impresión de que el pueblo ha hecho de la cruz el centro de su vida y que no ha llegado a la fe pascual. Indudablemente esta postura a veces puede derivar en resignación pasiva, como dolor masoquista. Pero ordinariamente el pueblo no acude a la cruz para quedarse en ella sino para poder vencerla y superarla, para poder sobrevivir. El pueblo acude a la cruz para cobrar fuerza para soportar su propia cruz y las “pasividades”. Nuestro pueblo recibe fuerza en su pasión para poder seguir adelante en el lugar donde el Señor le ha puesto y le ha elegido. Y misteriosamente, este pueblo pobre, sencillo, pecador, que sufre sin culpa los pecados de los otros, nuestros pecados, se ha convertido como la Madre dolorosa, en modelo; la Virgen dolorosa, acompaña al pueblo en su dolor y el pueblo acompaña a la Dolorosa en los pasos de su pasión. Las mujeres del pueblo, como la Dolorosa, aguantan y luchan, hasta la heroicidad: nos hacen recordar la frase de nuestro querido Papa Francisco en su visita al Paraguay, “la mujer paraguaya es la mujer más gloriosa de América”.
Y, por último, el séptimo dolor: es el entierro de Jesús y la soledad de María. Por las lágrimas que derramó y el dolor que sintió al enterrar a su Hijo; El, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque la Madre supiera que al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; le quitaron a Jesús por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y muerto con la muerte más ignominiosa. Aquí solo indico la soledad en que se encuentran tantos jóvenes que sufren a causa de la drogadicción, indígenas luchando por un pedazo de las que antes ellos fueron dueños, ancianos abandonados, incluso por sus propios familiares y dejados en la soledad. Es el dolor de una madre que hoy nos llama a meditar nuevamente, al iniciar nuestra Semana Santa.
Queridos hermanos: les invito a seguir personalmente a mirar en cada realidad que vivimos y que ustedes la viven más de cerca, ver, juzgar y actuar, ante el dolor que lleva a la muerte. Solamente teniendo a la Virgen Dolorosa como modelo, podremos también nosotros estar al pie de la cruz de estos hermanos nuestros que nos claman alivio a sus dolores.
Dios nos bendiga a todos y nos de coraje a luchar contra el dolor y la muerte.
Relacionados
- Actividades y Misas
- Campañas
- Carta Pastoral
- Catedral Metropolitana
- Catequesis
- Causa Monseñor Juan Sinforiano Bogarín
- Comunicación
- Comunicados
- Comunidades Eclesiales de Base
- Congreso Eucarístico 2017
- Congreso Eucarístico Arquidiocesano
- Decretos y Resoluciones
- Destacada
- Diaconado Permanente
- Educación
- Educación y cultura Católica
- El Evangelio de Hoy
- Evangelio en casa día a día
- Familia y Vida
- Familias
- Historia
- Homilías
- Instituto Superior San Roque González de Santa Cruz
- Juventud
- La Iglesia en Misión
- Liturgia
- Mes Misionero Extraordinario
- Movimientos Laicos
- Noticias del país y el mundo
- Orientaciones Pastorales
- Parroquias
- Pastoral de la vida
- Pastoral Social Arquidiocesana
- Santoral del día
- Semanario Encuentro
- Sin categoría
- Sínodo
- VISITA PAPAL
- Vocaciones y ministerios