La serie de actos transgresivos son para la Iglesia, un doloroso aprendizaje, que evidencia el olvido del Evangelio y el hecho de que no fue capaz de vislumbrar el riesgo, ni escuchar el clamor de las víctimas. Así inició su conferencia el Presbítero Dr. Daniel Portillo Trevizo, Director del Centro de Protección de Menores, Ceprome Latinoamericano, en el II Congreso de esta organización, desarrollada en Asunción, Paraguay

Y considera que la Iglesia debe reconocer con pesar sus negligencias, examinar su cercanía en las situaciones humanas más trágicas, valorar si su actual misión en el mundo protege a su feligresía o, por el contrario, se muestra pasiva ante los actos de injusticia sobre la dignidad humana.

Para el Director del Ceprome latinoamérica, cuando la Iglesia, alejada del Evangelio, se corrompe y es corrupta, termina por encerrarse en sí misma y referirse sólo a ella.

 

La nostálgica mirada de la Iglesia

Portillo, citó al sociólogo polaco Zigmunt Bauman sobre el error que la sociedad moderna – y, quizá también la Iglesia contemporánea- está viviendo: la retrotopía. La tendencia a mirar al pasado con un modo romántico y mítico, como si fuera un pasado de oro, buscando y queriendo encontrar en él, el impulso motivacional que el hombre ya no encuentra ni en el presente ni en el futuro.

Y explica que esta mirada retrotópica no permite ir hacia adelante, precisamente porque se tiene el rostro vuelto hacia atrás, que está completamente fuera de la realidad, porque mantiene la constante tentación de desenterrar los recuerdos del pasado.

Para el presbítero Portillo, los católicos de hoy son llamados a pertenecer a esta Iglesia, herida y lastimada por los abusos cometidos al interior de ella, pero comprometidos “para que el pasado no represente una añoranza enfermiza, sino que el futuro de la Iglesia se presente cada vez más rico de promesas y de esperanzas. Una Iglesia viva, presente y consciente de su historia, formada por creyentes que aman la verdad y buscan incansablemente la justicia”. 

 

La acción profética de la prevención en la Iglesia

El titular del Ceprome Latinoamérica fue claro al mencionar que “quienes formamos parte de la Iglesia somos conscientes de que los abusos dentro de nuestras paredes nos han hecho más humildes, nos han sumergido en una lógica penitente por los horrores del pasado –y, quizás del presente-, nos han motivado a pedir perdón con el corazón contrito y a tener el coraje de asumir cualquier penitencia institucional, consecuencia de estos crímenes”

Para el, los abusos no han venido a dar muerte a la Iglesia, sino a dar muerte a aquello que no es propiamente de ella. “Somos parte de una Iglesia profética capaz, no sólo de anticipar lo que habría de suceder, sino de recordarnos y revelarnos la verdad de lo que somos y de lo que deberíamos ser. Los profetas no dicen el futuro, dicen la verdad” . Y precisamente de estos profetas tiene hoy necesidad la Iglesia: mujeres y hombres con una fe firme, perceptivos a los signos de los tiempos, sensibles al buen trato, decididos a reconstruir el tejido de la confianza y de responsables por el cuidado de nuestros niños. Cuánta necesidad tiene nuestra Iglesia de humanidad”.

Pidió que “no se cansen de luchar por generar ambientes sanos y seguros para nuestra Iglesia, aunque la jerarquía misma pudiera no estar convencida. La implementación de una cultura del cuidado en la Iglesia es una deuda histórica por la que nuestra generación de católicos debe luchar”.

 

El evangelio de la ternura

El titular del Ceprome latinoamérica concluyó su exposición en el primer día del II Congreso de esta organización, concluyendo que la prevención es la fuerza más formidable, universal y misteriosa, inscrita en el corazón del hombre, capaz de transformar el mundo. Para Portillo, la atención, la gestión, y la comunicación con las víctimas supone, de hecho, la praxis del evangelio de la ternura; pone en crisis el modo de ser cristianos, que se contenta solamente con una atención dispersa, una gestión burocrática, y una comunicación vaga y superficial, mediocre, sin impulso ni entusiasmo. “Escuchar, atender y comunicarnos con las víctimas es abrir una página del Evangelio, una Buena Nueva, una manera en cómo Dios se nos revela continuamente. Sin el evangelio del buen trato, nuestra práctica religiosa resulta hipócrita y cosmética”.

Explica que con la comunicación de la ternura se invita a la Iglesia a ponerse en “salida” de las propias comodidades intraeclesiales y a atreverse a llegar a todas las periferias eclesiales, en donde se encuentran aquellas víctimas y sobrevivientes que han padecido el abuso. La cultura del cuidado debe ser para cualquier cristiano un mandamiento de conducta, que permita, por un lado, ser cercano a los demás y, por otro lado, que enseñe a respetar los límites de su intimidad. Una Iglesia que entabla un diálogo con las víctimas y sobrevivientes anunciará la Buena Nueva con el sello de la ternura de Dios, construyendo ambientes seguros para quienes la conforman