LA PREVENCIÓN DEL ABUSO ESTÁ EN LA CULTURA DEL CUIDADO Y DEL BUEN TRATO

 

La lucha contra los abusos en la Iglesia representa, hasta este momento, un progresivo esfuerzo de casi cuarenta años. Así inició su conferencia el Cardenal Seán Patrick O´Malley, Arzobispo de Boston, EEUU,

Expuso que dentro de la Iglesia hay víctimas y agresores; encubridores y descubridores; traumas y curaciones. En la Iglesia hay signos de profundo pecado, crimen y culpa, de enfermedades que amenazan la vida y de evidente fracaso humano e institucional y, al mismo tiempo, hay personas que reconocen la culpa y que trabajan por cambios fundamentales. Para el asesor del papa Francisco, sostener y poner de relieve sólo uno de estos dos polos resulta peligroso, enfermizo y poco objetivo.

Al mismo tiempo afirma que la prevención en la Iglesia de América Latina es más que la implementación de un código de conducta, de un protocolo de prevención o de una ruta de acción que fije su atención en las conductas sexuales. La prevención del abuso se encuentra alojada en la más amplia cultura del cuidado y del buen trato, la cual debe cuestionar nuestro modo de relacionarnos, de hacer comunidad y de vivir, verdaderamente, la sinodalidad.

Para O’Malley “decirnos creyentes sería constatar que nuestra fe se traduce en ser promotores del cuidado, la integridad y la seguridad de quienes conformamos la comunidad; en mantener la esperanza de formar en la Iglesia relaciones sanas que dignifiquen, maduren y consoliden la historia de cada persona que la conforma; en implementar una cultura de denuncia y de búsqueda de la justicia con lineamientos claros, que no revictimizan, y con la debida supervisión de que estos terribles delitos son perseguidos y sentenciados”.

Luego expuso la historia de los esfuerzos eclesiales de los sucesores de Pedro sobre la política implementada en relación a los abusos y las víctimas, que, a lo largo de este tiempo, se han podido consolidar.

 

Los primeros pasos

El cardenal O’Malley recuerda las palabras de Juan Pablo II, en agosto de 1993, cuando se abrió al público el tema sobre el abuso sexual de niños y adolescentes por parte de los sacerdotes, en Denver, Colorado. Y lo hizo durante la Jornada Mundial de la Juventud: “Ya he escrito a los obispos estadounidenses acerca del dolor y el escándalo causados por los pecados de algunos ministros del altar. Les he dicho que comparto su preocupación, especialmente por las víctimas de esas malas acciones. Es necesario poner todos los medios humanos posibles para afrontar este mal”

En abril de 2002, Juan Pablo II evidencia su posición frente a estos delitos y se expresa claramente en una alocución a los cardenales de Estados Unidos: «La gente debe saber que en el sacerdocio y en la vida religiosa no hay lugar para quienes dañan a los jóvenes».

 

Los pasos decisivos

El Cardenal de Boston recuerda que el papado de Ratzinger adquirió una fuerte relevancia por su capacidad para enfrentar los abusos sexuales de menores por parte de los sacerdotes. Y cita al Papa Francisco, quien lo recuerda así en febrero de 2016: “Me permito rendir un homenaje, al hombre que luchó en momentos que no tenía fuerza para imponerse hasta que logró imponerse: Ratzinger. El Cardenal Ratzinger […] es un hombre que tuvo toda la documentación. Y si ustedes se acuerdan, diez días antes de morir san Juan Pablo II, aquel Via Crucis del Viernes Santo, le dijo a toda la Iglesia que había que limpiar las porquerías de la Iglesia”.

O’Malley indica que Benedicto XVI inició el acercamiento a las víctimas, no sólo en sus discursos, sino también a base de los encuentros personales. En 2008 en la capilla de la Nunciatura de los Estados Unidos de América y en el mismo año, repitió el mismo gesto en Australia. Y en el 2010, en Malta.

Para Benedicto XVI, los sacerdotes infractores debían ser excluidos del ejercicio ministerial, porque quien es realmente culpable de abusos sexuales no puede ser sacerdote. “Han traicionado la confianza depositada en ustedes por jóvenes inocentes y por sus padres. Deben responder de ello ante Dios todopoderoso y ante los tribunales debidamente constituidos […]. Además del inmenso daño causado a las víctimas, se ha hecho un daño enorme a la Iglesia y a la percepción pública del sacerdocio y de la vida religiosa”, expresaba en su carta pastoral a los católicos de Irlanda (2010).

En 2010, durante su viaje a Reino Unido, Benedicto XVI reconoció que la Iglesia no ha sido ni vigilante, ni veloz, ni decidida en la adopción de las medidas necesarias.

En 2011, durante el sexto año del pontificado de Benedicto, la Congregación para la Doctrina de la Fe pidió que cada Conferencia Episcopal desarrollara ciertas líneas guía adecuadas a su propia realidad, con el propósito de ayudar a los obispos a seguir procedimientos claros y coordinados en el manejo de los casos de abuso y con el debido respeto a la confidencialidad.

O’Malley destaca que esta iniciativa del Papa Benedicto XVI, sigue siendo una de las prioridades de servicio en el acompañamiento, la asesoría y la orientación de parte de la Pontificia Comisión para la Protección de Menores hacia las distintas Conferencias Episcopales y de Religiosos.

 

Un camino sin retorno

Siguiendo con la historia de los esfuerzos del Vaticano en la lucha contra los abusos, el Arzobispo de Boston, comparte que con la llegada al pontificado, “Francisco pidió perdón”. En la homilía del 7 de julio de 2014, se refirió a las víctimas y sobrevivientes de abuso expresándoles: “Ante Dios y su pueblo expreso mi dolor por los pecados y crímenes graves de abusos sexuales cometidos por el clero contra ustedes y humildemente pido perdón. También les pido perdón por los pecados de omisión por parte de líderes de la Iglesia que no han respondido adecuadamente a las denuncias de abuso presentadas por familiares y por aquellos que fueron víctimas del abuso”.

Asimismo, una línea en su pontificado ha sido la necesidad de protección a las víctimas por encima del escándalo de la Iglesia, como lo expresó en el 2015: “Las familias deben saber que la Iglesia no escatima esfuerzo alguno para proteger a sus hijos, y tienen el derecho de dirigirse a ella con plena confianza, porque es una casa segura. Por tanto, no se podrá dar prioridad a ningún otro tipo de consideración, de la naturaleza que sea, como, por ejemplo, el deseo de evitar el escándalo, porque no hay absolutamente lugar en el ministerio para los que abusan de los menores”.

En el año 2013, aprobó la propuesta del Consejo de Cardenales que lo asesora, y creó la comisión de expertos como órgano asesor del papa en esta materia. O’Malley indica que desde entonces le asignó la tarea de integrar dicho órgano consultor. Esta instancia tiene la tarea de asesorar al sucesor de Pedro sobre las políticas eficaces para la protección de menores, además de proponer procedimientos, promover la formación, la prevención y la responsabilidad en las Conferencias Episcopales en el mundo.

O’Malley destaca que “Francisco se ha convertido, en el primer papa de la era moderna en adoptar disposiciones contra uno de los mayores males relacionados con el abuso de menores dentro de la Iglesia: el encubrimiento”. Y que en el 2014 hizo explícita la posibilidad de destituir a los obispos que hubiesen actuado con negligencia «en relación con casos de abuso sexual infligido en menores y adultos vulnerables».

El Cardenal de Boston también cita lo que llama una “segunda versión de Francisco que tuvo como detonante la polémica desatada en su visita a Chile, debido a las declaraciones periodísticas realizadas”. Y relata que después de este tropiezo, el papa supo enmendar su error. Primero accedió a reunirse con las víctimas. Más tarde anunció que monseñor Charles Scicluna llevaría a cabo una investigación sobre los delitos de Karadima. Una vez finalizada la «Misión Scicluna», el papa convocó en Roma a toda la Conferencia Episcopal Chilena. Esta reunión concluyó con la disposición de los cargos pastorales de todos los obispos chilenos a cargo del Santo Padre y la publicación de la Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile. Este capítulo en el pontificado de Francisco nos habla de que ninguno está exento de equivocarse y que siempre es importante hacer lo posible para remediar el error”.

Afirma que el Papa ha demostrado “su voluntad de luchar contra esta lepra, abriendo procesos más humanos, justos y luchando contra todo tipo de estructuras, incluido el encubrimiento, que hacen inalcanzable la justicia para las víctimas”. Y que es “consciente que aún hay mucho por hacer, pero está dispuesto a poner los recursos necesarios para enfrentar este crimen”.

Expresa que una de las principales prioridades de la Comisión es, sin duda, la atención a las víctimas, para lo cual “estamos desarrollando un programa con la finalidad de que pueda ser implementado a nivel nacional como recurso de ayuda en el campo de la formación, el establecimiento de centros de escucha a víctimas y en la capacitación de los agentes que ofrecen sus servicios dentro de las distintas diócesis del mundo.

O’Malley culmina su primera exposición en el II Congreso de la Ceprome Latinoamérica, desarrollado en Paraguay, reconociendo que “somos conscientes de que aún hay mucho por hacer, pero estamos dispuestos a hacerlo junto a ustedes que diariamente están involucrados en el trabajo de prevención con las personas en cada una de sus diócesis. No queremos centralizar la prevención, buscamos consolidar una cultura de cuidado, responsabilidad y Accountability dentro de la Iglesia. Vean y sientan a la Comisión como un brazo del Santo Padre dispuesto a apoyarles, estamos en la mejor disposición de trabajar juntos y ampliar siempre nuestra red. Que Dios les bendiga en sus proyectos y que juntos trabajemos por construir una cultura del cuidado en la Iglesia que tanto amamos”.