Hermanas y hermanos en Cristo:
Mis congratulaciones a la comunidad académica de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad Católica por este significativo acto en el cual se unen generaciones para celebrar su graduación formal. 20 años no es nada, dice una canción. Pero 20 años es mucho cuando consideramos que entre los egresados ya tenemos profesionales que han transitado un largo trecho y cuyo aporte a la sociedad es relevante, en el ámbito de las ciencias humanas y sociales y que, de entre ustedes, varios pasaron ya a ser profesores y directivos y que motivan e inspiran con su ejemplo a las nuevas generaciones.
La Palabra de Dios y el magisterio de la Iglesia nos iluminan sobre la importancia de la educación como medio fundamental para el logro de la realización plena de las personas y el bien común de la sociedad.
Culminar la formación de grado y postgrado universitario es un privilegio de pocos y, por consiguiente, para los seguidores del Señor, es una responsabilidad y un compromiso para ponerlo al servicio de la vida digna del prójimo, de la comunidad, de la nación.
Son oportunas las orientaciones del Apóstol Pablo a Tito, que escuchamos en la primera lectura: ser ejemplo de la sana doctrina y de buena conducta, sobre todo para los jóvenes. Ser buen ejemplo implica sobriedad, dignidad, moderación, integridad, amor y constancia. Se espera que nuestro comportamiento, como cristianos, debe corresponder a personas santas, es decir, que tratan de vivir conforme a los valores del reino de Dios.
Este debe ser el sello de identidad del egresado de la Universidad Católica y, sobre todo, de su facultad de humanidades: el amor, la justicia y la verdad. Profesionales capaces de llevar a sus ámbitos de actuación el necesario diálogo entre la fe y la ciencia, para que el saber contribuya al desarrollo humano integral.
Estamos llamados a encarnar en la sociedad los valores del evangelio, a la práctica del bien y a evitar el mal. Y lo que somos y hacemos deben reflejar que somos cristianos, aun cuando eso signifique remar contra corriente, sobre todo en una sociedad donde la corrupción y la impunidad parecen avanzar sin ningún tipo de resistencia de los buenos, con graves consecuencias para nuestras instituciones democráticas y para la consecución del Estado Social de Derecho, que es la garantía para que los pobres, los pequeños, los excluidos, los vulnerables, los descartados de la sociedad tengan oportunidad de una vida digna y plena.
Las disciplinas en las cuales hoy se gradúan, ya sea en grado como en postgrado, son esenciales para aportar corazón y cercanía a los que sufren, para entender los procesos sociales y políticos, desde la Filosofía, la Pedagogía, la Psicología, la Historia, la Sociología, la Comunicación, y señalar luces de esperanza para nuestro pueblo.
La universidad debe generar una sabiduría que no puede nacer de ideas abstractas concebidas sólo en un escritorio, sino que mira y siente las dificultades de la historia concreta, que toma su fuente en el contacto con la vida de los pueblos y los símbolos de las culturas, escuchando las preguntas escondidas y el grito que surge de la carne sufriente de los pobres. Junto con el Papa Francisco invito a la comunidad académica a tocar esta carne, a tener el coraje de caminar en el barro y ensuciarse las manos. (Lectio en la Universidad Gregoriana, 2024).
Para lograrlo, dice el Santo Padre, es necesario transformar el espacio académico en una casa del corazón. “Este corazón es necesario en la universidad, que es un lugar de investigación para una cultura del encuentro y no del rechazo. Es un lugar de diálogo entre el pasado y el presente, entre la tradición y la vida, entre la historia y los relatos”.
La sinodalidad está en marcha en la Iglesia. El modelo de Iglesia sinodal es caminar juntos, saber escucharnos y estar al servicio del reino de Dios en los más pobres. La universidad de la Iglesia también está llamada a vivir la sinodalidad como estilo de vida y de gestión.
La dignidad de la persona como necesaria aspiración en la formación de nuestros estudiantes debe impulsarnos a que los profesionales que egresan de nuestra Universidad lo hagan con el afán de servicio de manera concreta por quienes viven hoy la pobreza material. Ante la pobreza espiritual, seamos particularmente sensibles, pues vemos que crece la pérdida de sentido de la vida entre los jóvenes.
Esta comunidad universitaria está llamada a encontrar, en el servicio, la significación nueva de su quehacer, y, por cierto, a ustedes, los egresados, les compromete a ser más conscientes de las dificultades de servir de la mejor manera no solo al cuidado de la salud mental, sino también de la salud espiritual.
El próximo año 2025, la Iglesia celebrará el Jubileo de la Esperanza. Les invito a ser parte y a vivir intensamente de esta experiencia de ser peregrinos de la esperanza, aportando desde sus diversas profesiones y desde sus organizaciones a “organizar la esperanza”.
En este tiempo de gran fragmentación, debemos tener la audacia de ir contracorriente, organizar la esperanza, la unidad y la concordia, en vez de la indiferencia, de las polarizaciones y de los conflictos.
Es esencial que sean protagonistas en la construcción de la cultura del encuentro, de la fraternidad, de la paz. Como profesionales católicos del ámbito de la Filosofía y de las Ciencias Humanas tienen una responsabilidad indelegable para contribuir a la necesaria reconstrucción del tejido social y moral de la nación. Les invito a ser parte de esta cruzada en la que creemos y apostamos como Iglesia Arquidiocesana.
Dios les bendiga a ustedes y a sus familias. Que María Santísima, Nuestra Señora de la Asunción, Patrona de la Universidad Católica les acompañe en el camino de la vida.
Así sea.
Asunción, 12 de noviembre de 2024.
+ Adalberto Cardenal Martínez Flores
Arzobispo Metropolitano de Asunción
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