Isaías 32, 1-5.16-20

LA PAZ VERDADERA ES FRUTO DE LA JUSTICIA

Hermanas y hermanos en Cristo:

Es un honor y un compromiso rendir homenaje a la Patria en el 212 Aniversario de la Independencia Nacional, que nos remite a una historia de heroísmo y sacrificio, de grandes epopeyas y vicisitudes; que nos proyecta hacia este presente de desafíos; que nos exige realizar los mejores esfuerzos, desde todos los sectores sociales, económicos y políticos, y de la misma Iglesia del Señor Jesús, para la construcción de la gran patria que soñamos y nos merecemos.

Para la gestión mancomunada del bien común, se necesitará de la paz y de la reconciliación. El profeta Isaías nos recuerda que la verdadera paz será fruto de la justicia.

Isaías es el profeta de la esperanza a través de su visión mesiánica. Con hermosas palabras, como “retoño”, “vástago”, “rama”, anunciaba la renovación de las cosas a través de la presencia de “Dios con nosotros” (Enmanuel) y del “Siervo de Yahveh” que, en esencia, definía la naturaleza de los días mejores que habrían de llegar para el pueblo de Israel y de cómo serían esos días. De hecho, en su tiempo, anunciar que llegarían días mejores, era lo mismo que decir que el reino donde él y sus oyentes vivían, no era el mejor.

Podemos imaginarnos que esos días mejores es lo que habrán soñado también nuestros héroes patrios, que se animaron a desafiar el yugo de un reino que ya no les garantizaba la justicia ni el derecho.

¿Cómo sería ese nuevo reino donde Dios estaría con nosotros? ¿Cómo debe ser el gobierno de ese país que dice que defiende la causa de Dios, es decir el derecho y la justicia?

Escuchamos en los textos de Isaías, uno de los mayores profetas de Israel: “He aquí que para hacer justicia reinará un rey, y los jefes juzgarán según el derecho” (vers. 1). Ese rey ya vino hace más de dos mil años y nosotros, sus seguidores, y en especial quienes quieren gobernar inspirados en él, debemos seguir imitando esa justicia y administrando el país conforme a lo que dispone la Constitución Nacional, que define al Paraguay como un Estado Social de Derecho; ser justos, en el sentido de una economía que administre y distribuya la riqueza y los bienes, tangibles e intangibles, con equidad y sentido de igualdad, eliminando las enormes desigualdades e inequidades que originan la pobreza de casi dos millones de compatriotas, y cientos de miles que viven en extrema pobreza y pasan hambre. Mientras siga este estado de cosas, no habrá verdadera paz en nuestra república.

Ciudadanos y gobernantes, todos quienes quieran escuchar palabras de sabiduría, orientación y consuelo en su desempeño cotidiano, debemos escuchar las palabras del profeta Isaías, que mantienen su frescura y el vigor de la verdad, que sólo alguien iluminado por el Espíritu del Señor puede tener. Son palabras inspiradoras para quienes, en función política, siempre están escuchando reclamos y reivindicaciones diversas, a veces contrapuestas entre sí, provenientes de grupos con intereses aparentemente opuestos. Ante ello, el profeta caracteriza al gobernante como mediador (vers. 2) que, recogiendo lo mejor de las propuestas, construye aquello que más beneficie a los ciudadanos. Los gobernantes no deben usar su poder para favorecer sólo a su grupo político o a un sector económico. Sin embargo, por razones de equidad y de justicia, necesitan intervenir decididamente para la promoción humana integral de los sectores más necesitados.

No es fácil complacer a todos, lo sabemos bien. Estando en el servicio público, con el poder conferido en las urnas, decimos que queremos escuchar a la gente. Al respecto, otra característica del gobernante, que describe el profeta, es la capacidad de ver y escuchar: “no se cerrarán los ojos de los videntes, y los oídos de los que escuchan percibirán” (vers. 3). El mismo Jesucristo ya lo había sentenciado claramente: “El que tenga oídos que oiga” (Mt 13,9). El ver y escuchar en el lenguaje de Jesús es más profundo que ver y escuchar los reclamos y sufrimientos de la gente solamente, sino que se trata de entender los signos de los tiempos, lo que implica hoy y para el futuro esos reclamos, no sólo para la gente, sino para la existencia del propio Estado.

Se trata, pues, de saber discernir la verdad. En última instancia, saber escuchar es también escuchar la voz de la conciencia, el lugar más íntimo y recóndito donde resuena la voz del Señor (GS, 16). Estemos atentos a las voces, a las señales de los tiempos. Por la historia sabemos que países, líderes y ciudadanos que no supieron escuchar las señales de los tiempos, terminaron sucumbiendo por su soberbia.

Por eso, advierte el profeta, “el corazón de los alocados se esforzará en aprender, y la lengua de los tartamudos hablará claro y ligero” (vers. 4), indicando con ello que, aquellos que sean precipitados y apresurados, que no se dan el tiempo para comprender las advertencias dirigidas a ellos, o para pensar en el verdadero carácter de sus acciones (entiéndase, las acciones políticas), escucharán hablar a quienes hasta hace poco hablaban poco, o solo entre ellos, o callaban, aparentemente, los sufrimientos y las injusticias. Y hablarán, gritarán, vociferarán sus dolores, y ni las balas podrán detenerlos, como ya ha ocurrido en la historia reciente de nuestro país. Y ahí, entonces, poco servirán los títulos, los cargos y honorabilidades de quienes ignoran neciamente los sufrimientos de la gente (vers. 5).

Escuchemos, iluminados por las palabras del profeta, algunos signos y señales del tiempo que vive el Paraguay, que claman justicia y que, si no se dan respuestas adecuadas, perturban el logro de la paz.

Necesitamos promover la transparencia absoluta del proceso electoral. Los obispos señalamos que esta es una condición indispensable para la legitimidad de origen de las nuevas autoridades y que posibilitarán la gobernabilidad y la paz social. En este sentido, exhortamos a los organismos competentes que provean y expongan toda la información que permita generar confianza y tranquilidad sobre la limpieza del proceso eleccionario y que despejen toda duda.

La Patria necesita una profunda transformación moral. La corrupción, la impunidad y el crimen organizado corrompen nuestras instituciones y debilitan el sistema democrático, impidiendo la realización del bien común.

Para lograr este objetivo, es necesario fortalecer la institucionalidad y garantizar la independencia del Poder Judicial, del Ministerio Público, de la Contraloría General y la Dirección de Contrataciones Públicas, entre otros órganos de la República. Subrayamos que es ineludible transparentar todos los actos públicos y asegurar el derecho de acceso a la información pública.

Son impostergables las reformas estructurales para enfrentar con eficiencia y eficacia la inequidad social y económica. El objetivo es que la población pueda acceder a servicios básicos de calidad en salud, educación, infraestructura, entre otros, y a condiciones y oportunidades para una vida digna y plena. En palabras del Papa Francisco: garantizar el acceso de todos a la tierra, techo y trabajo.

A propósito, merece una especial atención la problemática de la tenencia y propiedad de la tierra. Se requieren catastros serios para transparentar y sanear títulos de tierra revendidas ilegalmente y varias veces tituladas la misma propiedad. Se requiere conceder los títulos a sus legítimos dueños. La cuestión de la tierra se convierte en fuente de graves conflictos sociales, económicos y ambientales. Así también, contribuye a la emigración del campo a la ciudad y al crecimiento de los cinturones de pobreza en las áreas urbanas.

Desarrollo es el nuevo nombre de la paz, decía San Pablo VI. Es urgente e ineludible un pacto social, político y económico sobre una agenda básica que favorezca y posibilite el desarrollo del país y el desarrollo humano integral.

El profeta es básicamente una persona con una experiencia de fe, que interpreta el presente de la realidad y se proyecta hacia el futuro en nombre de la fidelidad de Dios al hombre; se atreve a anunciar la esperanza para el futuro. Gracias a esta inspiración escuchamos las bellas últimas palabras de la lectura: “reposará en la estepa la equidad, y la justicia morará en el vergel; el producto de la justicia será la paz, el fruto de la equidad, una seguridad perpetua” (vers. 16-17). La paz verdadera será producto del trabajo por la justicia (Pablo VI, 1972, Jornada Mundial por la Paz).

En un país donde reina la justicia, es decir, la unión e igualdad, como cantamos en nuestro himno, con un gobierno justo, habrá verdadera paz, que es un don de Dios cuando actuamos con justicia. Si en la casa, en el país, hay paz, habrá un sentimiento de confianza, no ingenua ni superficial (pererí). La confianza es un capital político que se puede perder fácilmente, si no hay justicia verdadera y si no se actúa con la verdad.

Finalmente, como un día propicio para sembrar los corazones de esperanza, compartimos esta bienaventuranza inesperada del profeta: “dichosos ustedes que siembran junto a las aguas y dejan libre al buey y al asno” (vers. 20), como la imagen idílica de un reino que tiene una tierra fecunda, donde vivamos pacíficamente, sembrando las semillas al lado de los cursos de agua y teniendo abundantes pastos para los animales de crianza (el buey y el asno), que hasta parece que estuviera hablando de nuestra tierra.

En esta conmemoración de la Independencia Nacional, invito a todos los sectores y actores políticos, sociales, económicos, culturales y a todas las iglesias, que pongamos el mayor empeño para que en nuestra patria, la República del Paraguay, reinen la justicia y la equidad, la seguridad y la paz, la abundancia y la confianza entre nosotros.

A Dios queremos los paraguayos. Dios viva en nuestros pechos, Dios viva en cada hogar; bajo dorados y humildes, techos, tenga en la Patria donde reinar. Feliz día de las madres..!

Así sea.

Asunción, 14 de mayo de 2023.

+ Adalberto Cardenal Martínez Flores

Arzobispo Metropolitano de la Asunción